Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

miércoles, 31 de agosto de 2011

Juntos


El pueblo, su pueblo, es un pequeño núcleo de  población en las estribaciones de la sierra con edificaciones agrupadas a capricho, sin ninguna regularidad en su entramado de calles. Las ventanas suelen ser de pequeño tamaño, algunas, auténticos ventanucos de forma cuadrada configurados por cuatro  grandes sillares de piedra bien trabajada exteriormente. Portadas (el portalón) adinteladas de piedra arenisca. Un gran bloque de piedra adosado a la fachada, junto a la puerta (la piedrona), sirve de lugar de reunión a los  convecinos aprovechando la solana o la sombra, según convenga.

Situado en un pequeño valle protegido por los cercanos montes, en una de sus hondonadas los rebaños de los vecinos pastaban y se recogían en el conjunto de tenadas  conocidas como Tenadas del Valle.

La necesaria herida de una pista forestal en el monte, facilita el acceso hasta la breve cumbre antes de la cual, un pequeño promontorio sirve de  improvisado mirador a María, que desde su silla plegable asentada en un desmonte -en sus años mozos hubiera sido imposible llegar hasta allí con semejante artilugio- contemplaba el pueblo, su pueblo, que por breve tiempo volvió a ser el mismo que en su juventud.

En la pradera un  horno de carbón vegetal respira fatigoso a través de la chimenea, aguantando bajo la capa de tierra la cocción  de los troncos de encina.

A su espalda una masa rocosa (Los Riscos) tantas veces recorrida  le hizo profundizar en el recuerdo:

-  Antes los hornos se hacían en el monte –pensó.

Durante el mes largo que duraba la combustión, los hombres del pueblo vivían en improvisadas cabañas junto al horno y los jóvenes (chicos y chicas) eran los encargados de la intendencia preparada y condimentada por las mujeres.

Allí, en la senda que conduce a los Riscos, comenzó todo.

-  Vas muy cargada, ¿te ayudo?

-  No, no, voy bien.

La verdad es que apenas podía evitar que la cesta rozase con las piedras del camino, pero era demasiado pronto para que un chico la acompañase. ¡Qué pensaría padre!

Cada viaje, cada día cada semana, el voluntarioso ayudante insistió en su ofrecimiento. Cuando los hornos se levantaron y comenzó a salir el carbón, ella sólo portaba el botijo con agua fresca.

-  ¿Otra vez preparando bocadillo? más valdría que ayudaras a tu madre.

-  Padre he terminado toda la faena, las chicas hemos quedado para merendar, aquí no hay otra diversión.

-  No seas gruñón y deja a la chica, trabaja cuanto hace falta.

-  Anda, marcha antes  que me arrepienta. Que no me entere yo de que andas en malas compañías.

-  Adiós madre, adiós padre.

La senda, con la complicidad de sus amigas,  fue, durante un tiempo su lugar de cita. En la bifurcación del camino Él la esperaba.

-  ¡Ha pasado tanto tiempo desde que juntos saltábamos por esta senda!

-  Juntos,  en Fuente Quiña al atardecer, el bocadillo sin cambiar de mano, cambiaba de boca. Un bocadito tú,  otro yo. ¡No hagas trampa! 

-  Juntos,  las ciruelas hurtadas  sabían mejor

-  Juntos,  leyendo  los libros prestados por don Macedonio, el maestro.

-  Juntos, escondidos, abrazados temblando por la cercanía del pastor y su rebaño –aún recuerdo aquel escalofrío- cuando atravesaban la pista

-  Juntos, a veces, en la distancia de un  castigo.

-  Juntos…

-  ¿Estás hablando sola?

-  (....) Pensaba.

-  Me he llegado hasta los Zaragatos,  todo está igual que antes. Se está haciendo tarde, deja que recoja la silla y bajamos al pueblo

-  Tenemos mucha suerte de estar juntos –pensó María.

El lugar es real,  el horno también, el dialogo ficción, aunque bien pudo  ser realidad.

El relato pretende ser un homenaje a mi madre que nos dejó demasiado pronto. Con el tiempo justo para conocer a sus nietos.