Lo recuerdo perfectamente,
era el año 1954, la locomotora del tren correo resoplaba cansina a unos
kilómetros de Tudela. Allí descansaba treinta minutos, mientras que un
descomunal grifo la proveía del agua necesaria para continuar camino.
Como cada año, nos
dirigíamos toda la familia a Zumaya. A mamá le venía bien el agua de la playa
de Itzurun –Tiene mucho yodo, decía siempre papá.
Mamá y la abuela se quedaron
en el departamento, papá y la chiquillería, bajamos a “estirar las piernas.”
Parece que estoy
viéndolo: de pie en el andén, pelo corto, cejas pobladas y fuerte, muy fuerte. A su lado una maleta; la ropa con restos de barro mal limpiado y un lijero roto
en la chaqueta.
La locomotora, repuesta
ya, avanzaba hacia Zumárraga.
- Billetes ¡Por favor! Se oía
la voz del revisor.
La puerta del
departamento se abrió enmarcando la silueta del fuerte. El muchacho del andén.
- ¡No tengo billete! –exclamó-
¿Me pueden ayudar?
Yo conocía bien ese
acento, no en vano pasábamos temporadas en Zumaya, en casa de la abuela, frente
a la fuente de San Juan.
- Que te ocurre –dijo papá.
- Voy a casa, al caserío,
con mis padres, sólo tengo tres pesetas.
- Cómo te llamas. De dónde
vienes.
- José Manuel. Vengo de los
Jesuitas, del colegio. Me he escapado.
Papá comprendió enseguida
que tenía enfrente una víctima, no un delincuente.
- Pasa, no temas, pero cuéntanos
la verdad, sólo así podremos ayudarte.
- Estaba de “pildu” [criado
que paga con trabajo su estancia y enseñanza], eso no es para mí, no es por el
trabajo, el año pasado, con diez años ayudaba a mi padre como cualquier hombre,
pero libre, en el campo.
- Pero… te estarán buscando, llamarán a la policía, a
tus padres….
- Si llego pronto a casa mi
padre lo arreglará. Sólo he roto alguna teja de la lavandería, era de noche. Lo
que más me ha costado ha sido saltar el muro con la maleta, no podía tirarla,
me la até al cuerpo con el cinto y a pulso subí hasta arriba.
- Billetes ¡Por favor!
- Aquí tiene, el chico es
mi sobrino, lo he recogido en Tudela, sin tiempo para los billetes. Se lo
pagaré con recargo.
El revisor, veterano ya
de muchos viajes, miro a José Manuel Ibar Azpiazu, que no era otro el muchacho
y se hizo cargo de la situación.
- No es necesario, le
cobraré billete infantil, tengo que cumplir. La diferencia de propina para el
chaval. ¡Buen viaje!
- Muchas gracias, muy
amable.
José Manuel comió con
nosotros. Papá desde el restaurante, hizo varias llamadas –conoce a mucha gente. Luego continuamos viaje.
No he vuelto a saber nada
de él; ahora debe tener…25 años.
Recreación con cierta
verosimilitud de lo que pudo ser la huida de José Manuel Ibar del colegio de
Jesuitas de Tudela.