Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

jueves, 16 de agosto de 2012

El jardín



Un tanto de rabia y algunas gotas de impotencia multiplicaron sus escasas fuerzas y el eco del portazo, llegó hasta recepción. Su cuerpo, ligero por el paso de los años, se hundió en la butaca orejera que tras mandar a retapizar, se trajo de casa.

-   Hace juego conmigo –solía decir.

Realmente, visitantes y visitados, esperaban con impaciencia la hora de la cena, los primeros, una vez cumplido el trámite para volver al ocio o sus quehaceres, los residentes, libres ya de las permanentes alabanzas a la institución y sus cuidados espacios, se acomodaban, admitido el exilio, a la espera de un nuevo día.
Los nudillos de Marta repicaron a la entrada de la habitación entreabriendo ligeramente la puerta

-   ¿Estás bien? He oído un portazo.
-   Si, si. Ha sido la corriente, ya he cerrado la ventana.
-  Hoy hace un buen día para salir al jardín, no se mueve ni una hoja –contestó la auxiliar. Si necesitas algo, llamas. ¡Hasta luego!
-  ¡Hasta luego! ¡Gracias!
-  Todos aluden al jardín como si fuese la Tierra Prometida.

Lo cierto es que se le fue la mano al cerrar la puerta, pero prefería la soledad de su cuarto en penumbra salvando el sol de justicia del verano y el fingido alborozo del dichoso jardín.

***

-  ¡Hola mamá! Hace un día de perros, parece mentira que estemos en primavera. ¿Cómo estás?
-    Hola hijo, muy bien. ¿Y vosotros?
-   Laura con sus mareos, y los niños cada vez más revoltosos. Ayer Álvaro rompió el jarrón del comedor.
-   Les consentís demasiado. He recibido una carta de la residencia con la solicitud de ingreso.
-   ¿Seguro que quieres irte? Sabes que en casa tienes sitio.
-  Lo sé hijo. Lo sé, pero… Laura, últimamente tan delicada… Tú tienes una familia que atender y tu hermana tiene derecho a su vida, no es justo que se sacrifique por una vieja.
-  Por una vieja ¡No! ¡Por su madre!
-  Lo sé hijo. Lo sé. Cuando llegue Rosa llenamos el impreso y tú me lo llevas.

***

El reloj repitió campanada en cinco ocasiones, la hora taurina marcaba el comienzo del espectáculo en “La Arcadia”:

-  ¡Aquí se está como en la gloria…! -  ¡Qué césped tan tupido…! -  ¡Pero… si esto es lavanda…! -  ¡Tenéis sol y sombra a elegir…! -  Pues no has visto nada, pasa dentro. ¡Tienen hasta Jacuzzi!

Desde la penumbra de su habitación, María veía llenarse de figuras parlantes los espacios en sombra. El eco de un bolero llegó de una radio lejana.

-  Son los Panchos –pensó.

Junto con la butaca, le habían dejado traer el viejo “cuco” que asomó por dos veces su cabecita “cu-cu, cu-cu”.

-  Rosa  no tardará en llegar, sale a las cinco.
-  ¡Hola mamá!
-  ¡Hola hija!
-  Esperaba encontrarte en el jardín, hace un día espléndido.
-  Me agobia el calor, estoy bien  aquí.
-  Pero…tan a oscuras…
-  No empieces otra vez. Estoy bien así.
-  ¡De acuerdo mamá! ¡De acuerdo!