Auto de fe. Pedro Berruguete (Detalle).
Sintiéndose culpable tras
la muerte de “La reina del páramo”, Cipriano se refugia en el entorno luterano
asumiendo el riesgo, de persecución al que los herejes estaban sometidos. Con esta realidad histórica de fondo se
producen en la novela las primeras detenciones en el grupo y Cipriano Salcedo ha de optar por seguir fiel a sus principios, o
asegurar su vida. Optando por la segunda solución influido por Ana Enríquez –nueva
luz en sus sentimientos.
“Huya, dijo con un hilo
de voz. No pierda un minuto, y que Nuestro Señor le acompañe”.
“¿Es que significaba algo
para ella?”
A partir de esta huida
abortada Delibes, sin morbo, nos acerca a los procedimientos del Santo Oficio,
la hostilidad de quienes antes lo admiraron -o envidiaron- con la vivencia en la cárcel se pone de manifiesto la condición humana: la dignidad, la gallardía o
la ingenuidad.
La ceguera física que
sufre Cipriano, producida por la penumbra de la celda, acentúa el desamparo y aislamiento
del preso, atenuado por otro recurso literario: la visita de su tío Ignacio y
las cartas de Ana Enríquez.
Ni la delación de sus compañeros, ni la tortura, física
y sicológica ni el indulto por guapa de
Ana Enríquez, ni la cobardía del doctor Cazalla que reniega de su fe por miedo,
le llevan a renunciar a su credo.
El espectáculo público del auto de fe a lomos de un
borrico entre una muchedumbre insultante se suaviza con la reaparición de
Minervina por mediación de su tío, aportando Delibes un mensaje final cuando
Cipriano, resignadamente acepta el dolor, confirmación de la superioridad
humana que ya puso de relieve Ignacio Salcedo:
“Algún día -musitó a su oído- estas cosas serán
consideradas como un atropello a la libertad que Cristo nos trajo. Pide por mí
hijo mío”.
Y juró Minervina:
“Su niño, abrió un poco los ojos y dijo, creo en la santa Iglesia de Cristo y en la de
los Apóstoles”.
Preguntada la atestante si ella creía de buena fe que Dios Nuestro Señor podía hacer favor a un
hereje, respondió:
“Que el ojo de Nuestro Señor no era de la misma
condición que el de los humanos, que el ojo de Nuestro Señor no reparaba en las
apariencias sino que iba directamente al corazón de los hombres, razón por la
que nunca se equivocaba”.
Delibes -como Cervantes a Alonso Quijano- mata a
Cipriano y con ello cierra la novela y su obra.