Tener nuestras propias fechas -cumpleaños, aniversarios- nos parece
obligado y necesario, también lo es o al menos nos lo parece compartir otras -fiesta
del pueblo, Navidad e incluso ¡Halloween!
En estos complejos tiempos en los que la NSA “hackea” los servidores de
Google y Yahoo, al santoral le ha salido competencia: día de la no violencia,
día del Hábitat, día de la salud mental…, todos los días tienen su afán. Tal
vez por estas u otras razones cuando nos situamos “A cielo descubierto, sin
techo ni otro reparo alguno” (definición de intemperie en DRAE) reaccionamos en
principio con cierto rechazo ante un mundo cerrado sin nombres ni fechas,
como se define en la contraportada la novela de Jesús Carrasco.
El nombre es necesario para identificar a las personas. Si lo que
intentamos es definir, comprender, el apelativo es prescindible. Con las
fechas ocurre lo mismo, música de los 60 nos lleva directamente (depende de
gustos y tendencias) a, por ejemplo, Puente
Sobre Aguas Turbulentas de Simon & Garfunkel, o a Black is Black de Los Bravos. Aquel tema del primer guateque, el
primer beso, aquella letra por la que nos dimos la mano; no importa el lugar sino
lo que allí sucedió.
Tampoco en Intemperie hay
lugar ¿Hacía falta?