Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

sábado, 19 de julio de 2014

¿ NAUFRAGIO ?


La voz sonó a sus espaldas con la certeza de ser escuchada y la seguridad de  haber creado la inquietud de una obligación ineludible
-Tienes que escribir algo para Pedro
-¿Yo? ... !!Si el que escribe  es él !!
- Ya, pero....
No sabría decir cómo y por qué pero Echo al fuego los restos del naufragio, el último libro de Pedro Ojeda, aparentemente abandonado a su suerte, descansaba sobre el teclado del  portátil que, por similar sortilegio ya tenía una hoja de Word abierta en blanco.
Justo en el momento en que apuraba el segundo café de la mañana en un intento de espantar a los duendes del agitado día anterior, asumí el compromiso de seguir la sugerencia de –como reza la dedicatoria en la portadilla del libro- “la Notaria de la vida de los suyos” e intenté escribir algo.

Un naufragio nunca es deseado, ni previsto, surge de pronto o por la acción de las circunstancias o por el paso del tiempo que  tiende a deteriorarlo todo. Es lamentable, pero no algo de lo que debamos avergonzarnos. Bien como patrón o como pasajero hemos de asumir una parte de responsabilidad por no seguir la ruta adecuada o por haber embarcado pero sabido es que quien no se arriesga no pasa la mar. De un naufragio, si sobrevivimos, puede salir una experiencia y quién sabe si una liberación. En cualquier caso es obvio que siempre deja rastro.

Releyendo la obra de Pedro Ojeda, uno comprueba que todo no ha sido arrojado a la hoguera, una parte de la nave era aprovechable y se utilizó. Los restos una vez varados en la playa de la reflexión han servido para construir una goleta ágil y marinera, bautizada en tierra de secano el pasado jueves 17 en el Museo del libro, con la que explorar mares de sentimiento y reflexión personal. Quienes con él compartimos singladura literaria aprendiendo de sus clases guardamos con cariño la maqueta en un lugar accesible a salvo del olvido del tiempo.

¡Gracias Pedro!   


miércoles, 16 de julio de 2014

De las relaciones hombre-mujer en: El río que nos lleva. José Luis Sampedro


Ambientada en los años cuarenta, El río que nos lleva es una novela coral, en la que el Tajo se convierte en metáfora fluvial del curso titánico de la vida; los gancheros en espejo del duro peregrinar de un oficio marginal y sus relaciones en estudio etnográfico de una clase social en la que hombres y mujeres, muestran la descarnada realidad de la vida en su sentido primitivo.

La sensualidad -frecuente en la obra de Sampedro- se manifiesta  en muchos de los personajes a los que el autor dota de un fuerte potencial sexual, contenido en ocasiones por el concepto de grupo para todos o para ninguno (Paula). Por el aislamiento (empleadas de la leprosería). O por lo constreñido de la sociedad en la que habitan (Nieves, Manuela, la viuda).

La relación hombre-mujer, era ya en los años cuarenta  diferente en el mundo rural y en la ciudad y queda sintetizada por Sampedro al final de la novela en Buenamesón enfrentando el automóvil y la radio con la maderada y los gancheros, de un lado la modernidad, de otro la prehistoria.

La actitud de la mujer, atraída sin más por un hombre rudo hosco y dominador puede llegar a sorprender al lector del siglo XXI. De grado o por la fuerza de una incultura partidista los valores admitidos tolerados o soportados por esta, distaban mucho de los actuales, baste recordar algunas sentencias frecuentes en la época tomadas del acervo popular tan distantes del sentir actual:

“el hombre y el oso cuanto más feo más hermoso”
“el hombre guapo tiene que oler a vino y a tabaco”

También la certificación reiterada de que en toda relación había  un señor y un vasallo,(si el hombre era un alfeñique, la posesión era tomada por la mujer; véase la escena de la taberna).
Posteriormente se ha cantado y aplaudido cientos de veces en los escenarios el componente posesivo de la relación de pareja no declarado en el día a día veamos algunos ejemplos:

El preso número nueve Roberto Cantoral / trío Calaveras (“porque mató a su mujer / y a un amigo desleal”).
Noche de Reyes / Carlos Gardel  (“quise vengar el ultraje / lleno de ira y coraje /sin compasión los maté!).
O los tangos Tomo y obligo, el expresivo La maté porque era mía, y tantos otros que bajo la apariencia de canciones sin más objetivo que entretener, dejan un poso de violencia que hoy seguimos lamentando.
De aquellos lodos vienen estos barros. La relación que nos presenta Sampedro se ciñe a la realidad del grupo social tratado de la época, posiblemente un hombre de otras características no hubiera sido "bien visto" entre las mozas del lugar. A este respecto me permito recordar un fragmento de Delibes en El camino cuando Daniel el Mochuelo refiriéndose al herrero piensa: Con frecuencia el herrero trabajaba en camiseta y su pecho hercúleo subía y bajaba al respirar como si fuera un elefante herido. Esto era un hombre. Y no Ramón, el hijo del boticario, emperejilado y tieso y pálido como una muchacha mórbida y presumida. Como podemos ver también Delibes retrata una realidad que hoy parece ancestral, pero no lo es tanto

El río que nos lleva, es una novela, pero es mucho más, es la proyección del modo de pensar del autor, hecho -como él dice- a sí mismo:

"La vida que me dieron la he desarrollado, la he cultivado, he trabajado para ella y por ella. He sido un buen servidor de esa vida sirviéndome a mí mismo. Bueno, pues eso es la vida, hacerse quien es uno, y ya está".

Valgan estas líneas como sencillo homenaje a un hombre admirable y excepcional.


miércoles, 2 de julio de 2014

Libertad, represión, sensualidad. La mujer en El rio que nos lleva. José Luis Sampedro


El interés de José Luis Sampedro por los gancheros comenzó en Aranjuez cuando, de niño, vio  como el Tajo quedaba “entarimado” con los troncos conducidos por los “pastores del bosque flotante”. Con ser la maderada ya en sí misma un espectáculo lo que más le sorprende son los hombres que la conducen, moviéndose con total naturalidad por la superficie del agua. Profundizar en su conocimiento le llevo a calificarlos como “los seres humanos más íntegros que había conocido”; “naturaleza en estado puro”, y así los retrata en El río que nos lleva. Rudos, sacrificados, nobles y temidos trabajan y viven desde el deshielo hasta comienzos de verano en un espacio del que son  reflejo mimético. Con la narración del día a día muestra la dureza de su trabajo denuncia las injusticias y manifiesta la libertad de este colectivo frente a las estructuras represivas dejando un amplio espacio a la reacción emocional, a la sensualidad.

Libertad, represión, sensualidad: hombres y mujeres.
José Luis Sampedro no habla solo de hombres, la mujer tiene en El río que nos lleva, su propio espacio. No la vemos desde dentro si no desde el impacto que produce sobre los demás. Antes de establecer una opinión sobre el tratamiento de la mujer en la novela, es interesante hacer memoria sobre su situación en 1940, época en la que se desarrolla la acción.

La gran aportación de la Segunda República a los derechos sociales y políticos de las mujeres -avance más formal que real, por el arraigo de tradicionales prejuicios y por la corta vigencia del régimen republicano- fue truncada por el golpe de Estado de 1936 y la implantación del tradicionalismo católico. La mujer pasó a la situación social, intelectual y política de ser inferior con vocación de madre y ama de casa recluida al ámbito del hogar, sujeta primero a los padres y después al marido. En  el terreno sexual verá reprimido cualquier atisbo de libertad en su cuerpo, perseguido el aborto, eliminado el divorcio y propagada la natalidad como pilar básico y razón de ser  de su presencia en el mundo.
El mensaje del Nacionalcatolicismo presenta a la mujer  con la carátula sus virtudes: maternidad dulzura, capacidad de  protección, diosa del hogar. Mascarada complaciente de una realidad supone: sometimiento en la vida cotidiana mediante la limitación de su capacidad social y jurídica, control de su cuerpo, implantación de pautas de comportamiento restrictivas en el modo de vestir e impulsoras de la pureza y la decencia formal como referencia obligada.

La mujer en El río que nos lleva parece desplazarse con una carga negativa. Paula lleva un pasado turbio hecho de pasión desengaño y sufrimiento. Nieves, prostituta valenciana se casa por conveniencia con un impotente dominado por su madre. Las intrigantes y malévolas hermanas Ruiz, Jesusa y Cándida, ejercen de  alcahuetas de su hermano. La viuda de Sotondo; Emilia y Agustina criadas de la leprosería de Trillo o Manuela la dueña de la taberna. Todas menos Paula se  rinden a la primera de cambio a los encantos del Seco y el Rubio. Sampedro elije la sensualidad -más amable al lector- para exponer su visión del mundo y sus  ideas a través de sus personajes. No es la tragedia lo que le interesa, apuesta por el placer efímero del fruto prohibido como respuesta a la adversidad, no menosprecia a la mujer, ensalza y canta su libertad y su derecho a decidir por sí misma. Defiende la vida y la naturaleza por encima del progreso, en un orden nuevo que tenga como base lo auténtico. Intenta despertar la conciencia del lector con la defensa clara y decidida de la libertad como hiciera don Pedro con la bombillita verde alimentada por una pila en su bolsillo.