Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

jueves, 14 de mayo de 2015

Oficio de lector. Sefarad: Antonio Muñoz Molina

Rodrigo es un estudiante despierto y un tanto inquieto. A decir de su profesora de primero de Primaria “progresa adecuadamente usa las herramientas a su alcance obteniendo el resultado apetecido”. Lee con entonación, marca las pausas y observa los signos “algunos de mi clase –dice a veces- leen así: lo-se-le-fan-tes pue-dennn vi-virrr muu-chhhosss aaa-ñoos; y claro, así no lo entienden”. Rodrigo lee muy bien para su edad, se está formando como lector.

Leyendo Sefarad me identifico con Rodrigo, noto que me estoy consolidando en el oficio de lector con esta herramienta que establece relación con la vida misma como anuncia Muñoz Molina en su dedicatoria: “deseándoles que vivan con plenitud las novelas futuras de sus vidas”. En ella aparecen, desaparecen, se entrecruzan y mezclan voces, temas y objetos simbólicos. Si prestamos atención a la multiplicidad de personajes, los cambios en la voz narrativa, y la estructura de  la narración un tanto al margen  de las características de lo que entendemos habitualmente como novela, estaremos inmersos en una lectura activa:

Al salir de la última curva de la carretera verás de golpe  todas las cosas que ella no volvió a ver, las últimas que tal vez recordó y añoró mientras agonizaba en su cama del hospital… (Valdemún negrita mía).

La voz principal se dirige a la segunda persona en futuro (verás) para narrar el pasado (volvió, recordó, añoró), los tiempos se entrecruzan en un juego apto para lector atento. Verás, intentarás, irás, se repiten con frecuencia en este capítulo.
También la voz narrativa pone a prueba y sorprende hasta la confusión, al contar una historia en tercera persona pasando sin trámite a un relato en segunda:

Él se había salvado así muchas veces al filo mismo de una desgracia que abatía a otros por casualidades […] y que le dejó una huella mucho más duradera que el vértigo insensato del coraje y el peligro.
Había habido una inspección de nuestro sector y el comandante de mi batallón me pidió que hiciera de guía de los oficiales alemanes. (Narva negrita mía).

El aprendiz de lector casi perece en el intento. Tras el punto y aparte vuelve a releer ambos párrafos, -he vuelto a despistarme, piensa- esperaba una nota aclaratoria antes del cambio de identidad, pero se da cuenta que  no ocurre así en Sefarad y buscando razones encuentra una: se trata de un recurso para provocar su empatía participativa.

En ocasiones el relato centra la atención en objetos o actos (el tren, fumar, la concha…,) para que actúen como elemento identificador de un personaje que da cuenta de sus vivencias a través de la narración. El objeto o la situación confluyen en algún momento con él y es entonces cuando si la retentiva ha funcionado el lector establece la relación. Me permito dos reflexiones:

Otro lugar surge cuando la penumbra empieza a volverse oscuridad y fosforecen en la luz de la pantalla del ordenador y la de la lámpara baja que me ilumina las manos sobre el teclado. La mano que se posa sobre el ratón deja de ser la mía. La otra mano, la izquierda roza distraídamente la concha blanca y gastada que recogió Arturo en la playa de Zahara (Berghof, negrita mía).

Pero lo que ahora tengo delante de mí en mi cuarto de trabajo, junto al teclado del ordenador y la concha blanca pulida por el agua que Arturo encontró hace dos veranos en la playa de Zahara. (Sefarad negrita mía).

También descubrimos que lo que en principio se presenta como identidades múltiples en principio dispersas y sin aparente conexión se reunifican mediante objetos o situaciones con los que el lector reconoce al personaje. Estos reencuentros personaje-lector por medio de objetos vienen a buscar la renovación de la corriente de empatía y la sensación mediante el recuerdo de haber participado en la historia:

Allí las mujeres fuman en público igual que los hombres, llevan pantalones, van en auto a las oficinas. (América: Sor maría del Gólgota).

Y además cuando era muy joven yo quería escaparme de España y venir a América, porque aquí las mujeres podían fumar y llevar pantalones y conducir automóviles. (Sefarad la bibliotecaria de ojos jóvenes). (En ambos párrafos negrita mía).


En la novela las palabras sin dar tregua se agolpan en largos párrafos como los obligados viajeros de los largos trenes atenuándose en doble espacio para dar respiro al lector y advertir de que el tema cambia. Con  esta lectura activa  de Sefarad mi formación como lector corre pareja a la de Rodrigo. Me ayuda a progresar adecuadamente y perseverar en el intento.