Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

martes, 24 de mayo de 2016

ZAPATOS DE COLOR BEIGE. Cicatriz, de Sara Mesa


Podía imaginárselo. Casi verlo, entrando por primera vez en una cadena comercial en la que de nada servían las habilidades adquiridas para invalidar los sistemas de alarma. Podía adivinar su expresión, atenazada por los nervios, el estómago encogido por la decepción. El detonante, unos zapatos de Armani de igual número y modelo -colección limitada- que los adquiridos por él. La página virtual de compra y venta ofrecía más y más posibilidades a precios de risa del artículos que había embalado y enviado para ella. Lo que no podía imaginar era su confusión, la rabia contenida tras leer las valoraciones de los compradores al vendedor oculto tras un seudónimo inidentificable: genial, es un placer hacer negocios contigo. Tampoco pudo escuchar el sollozo ahogado bajo la almohada.

Han pasado tres años, conserva todos sus libros, algunas prendas y perfumes que aún no ha probado. Ha cambiado de casa, la de ahora, espaciosa y con un pequeño jardín donde corretea su hijo, le permite escribir sin sobresaltos. ¿No has pensado nunca dejarlo todo para dedicarte a escribir? preguntó él un día.

Sale un tanto cansada de la librería, ha firmado casi cien ejemplares en la presentación, a su lado editor y librero hablan y gesticulan, ella les oye en la distancia de la ausencia. Le llamó tan pronto tuvo confirmado el lugar cuidadosamente escogido en Cárdenas frente al  bloque viejo y rojizo de alerones y ventanas negras. Dejó mensajes grabados, SMS y un correo electrónico. Se sentía avergonzada, parte de su éxito le correspondía a él pero no tuvo otra opción: o ebay o el contenedor de ropa. Una voz ronca y amable la volvió a la realidad ¿quieres que cenemos juntos? No, gracias, estoy muy cansada.


A unas manzanas del bloque viejo y rojizo un hombre de salud inconsistente y precaria anclado a una silla de ruedas relee el último correo con una invitación escaneada: He querido presentar mí (nuestro) libro en el entorno de aquella primera cita, tráelo, cambiaremos la dedicatoria por otra más actual. Una profunda tristeza empaña sus ojos mientras contempla un par de zapatos de salón color beige.

martes, 17 de mayo de 2016

LA IMPORTANCIA DEL NOMBRE


La trascendencia del nombre es una cuestión apuntada ya a finales del siglo XIX por Oscar Wilde en la comedia La importancia de llamarse Ernesto (1895) sobre costumbres de la sociedad, que va ganando adeptos con el paso del tiempo.

El oficio de barbero, por razones de economía, prisas y tecnología, desapareció de nuestros barrios; en principio sobrevivió su hermano gemelo el peluquero, que también sucumbió por lo nominal y hoy nos arregla el cabello un estilista. El que antaño era mi peluquero -nunca me “hice” la barba- ha cambiado el rótulo: “Arnaldo Enríquez Estilistas”.

-Arnaldo -pregunté el otro día- ¿te has echado un socio?
-¡No! ¿por qué?
-Por el rótulo: Arnaldo y Enríquez estilistas.
-Te has inventado la “y”, Enríquez es mi apellido, es la moda chico. Resulta más comercial.
-¡Ya!

Hoy he vuelto a pasar… por el establecimiento de Arnaldo y ha agregado un subtítulo al rótulo: “Espacio Man”.

Recuerdo con nostalgia a Fabián y su carro tirado por un poderoso caballo, -es un percherón decía con orgullo. A Valiente, que así llamaban al animal, vino a sustituirlo una furgoneta “Portes Fabián”. El menor de los hijos ha seguido, los pasos del padre y asociado con su primo por parte de padre, ha creado una empresa: “Fabi & Patri Operadores Logísticos. (Grupo Arroyo)” [sic]. Bueno, estos a diferencia de Arnaldo sí son más de uno; algo hemos ganado. El hermano del segundo se encargó de rotular los camiones de Fabián y Patricio en un taller que regenta como autónomo y que siguiendo la corriente ostenta un nombre comercialmente correcto “Fran Rivera Obra Gráfica”.

No hay solución. En mi entorno habitual y en corto espacio de tiempo, he podido constatar la desaparición de tres oficios: transportista, peluquero y pintor-rotulista.


Por obra y gracia del poco aprecio que hacemos a nuestra lengua, estos y otros muchos oficios están en vías de extinción. ¿Tendrá esto incidencia en el paro?

jueves, 12 de mayo de 2016

LA SIESTA, (La sombra de Cortázar es alargada). Cicatriz, de Sara Mesa



Cuando empezaba a tomar contacto con los personajes la inesperada nota de la tutora “debe usted venir hoy, es importante”, le hizo abandonar por tercera vez la novela. Tres visitas, varios correos, demasiadas llamadas y un ligero almuerzo de camino a casa, pusieron fin a la mañana. No era la mejor hora, pero tomó de nuevo el libro. La mecedora heredada, superviviente de otras tantas batallas tras cada remodelación, esperaba de cara a la ventana;  “hace juego conmigo” solía contestar a cada sugerencia de un sillón orejero nuevo y arrellanándose en ella, retomó la lectura. Superada la sorpresa de la cita –casi a ciegas- en la última planta de un edificio viejo y plomizo de la pareja protagonista disfrutaba con la lectura y el vaivén en la calma de una tarde de verano. Línea a línea  iba participando en  encuentros virtuales, haciéndose cómplice de una relación peculiar y furtiva de oferta sin demanda. De robos por placer en grandes almacenes -“es un proceso legítimo de reapropiación de los bienes que nos han sido robados a nosotros previamente”- que el cleptómano justificaba como respuesta a una riqueza que viene del expolio.

Marginada la hora de la siesta en aras de la lectura, el relato lo fue atrapando, la ficción adquiría textura y color, Sonia tambaleante y desnuda avanzaba por el pasillo para contestar a la llamada, su marido mascullaba algo en la cama cubierta la cabeza con la almohada. Al otro lado del teléfono el amante de oferta sin demanda escuchaba a Sonia sisear irritada: “deja de espiarme”. Ahora tiene otra vida que a él no le pertenece, se oyen pasos, la puerta se entreabre dejando ver una cabeza que protesta, vuelve a la cama –suplica. “Estábamos en pleno líogrita ella por el auricular, ¿es que no lo entiendes? y cuelga fuera de sí. “Es alguien que conocí hace tiempo y no me deja en paz” –justifica. El marido la mira asustado, nunca antes había gritado así. Cogidos por la cintura desandan el camino del pasillo sonriendo.

La luz de agosto se filtraba por la persiana, el salón en el ala oeste de la casa, conservaba en parte el frescor de la mañana, el chirrido de una puerta a su espalda suspendió el vaivén de la vieja mecedora y una mano de mujer acaricia la cabeza del hombre que está leyendo una novela. Te esperaba en la cama –dice- ¿ha sonado el teléfono? contesta él, no es nada,  alguien que conocí hace tiempo y no me deja en paz. La mujer con un négligé que no deja lugar a la sugerencia se abraza a él haciendo crujir la mecedora. “Se te nota una cicatriz, la marca de la cesárea” –le dice- sí contesta ella y se abrazan de nuevo.






miércoles, 4 de mayo de 2016

CORTEJO O ACOSO. Cicatriz, de Sara Mesa


Dos personajes dispares llegan a complementarse en la distante cercanía de internet y los SMS.  Una vida monótona y sin alicientes primero, y la curiosidad después son el origen de un juego cortejo-acoso, tome cada cual lo que prefiera, hecho novela por la pluma (o portátil) de Sara Mesa en Cicatriz. La cronología, deliberadamente desordenada para lograr el propósito narrativo es importante. La novela comienza “in media res” con el único encuentro real entre los protagonistas que sorprende por su erotismo de EGB:

“Luego con rapidez, se quita su camiseta y se pone la que él acaba de darle. Tarda tan  solo unos instantes, lo suficiente como para que él, otee su torso desnudo, el sofisticado sujetador de encaje negro.
Mueve un poco la mano hacia su cuerpo, sin llegar a rozarla.
[…]
¿Por debajo llevas también algo mío? Ella afirma con un movimiento de cabeza y baja unos centímetros la cinturilla de la falda hasta que puede verse el filo de una blonda de color perla por encima del pubis”.
Es suficiente, dice él. Gracias, añade”.

Desde los primeros párrafos tenemos la clave de la historia. Una atracción obsesiva, enfermiza, infantil, perfeccionista. Algo así como erotismo fantástico, sin sexo, entre Sonia y Knut[1], los dos protagonistas.
La narración progresa en un  continuo juego de anticipar acontecimientos, de crear espacios para rellenarlos más tarde.
Una novela que pide de ser releída.





[1] Seudónimo en Internet.
Knut Hamsun, escritor noruego vio muy mermada fama por su apoyo al régimen nazi. Su obra le valió el premio Nobel de Literatura en 1920 y está considerada una de las más influyentes en la novela del siglo XX.