En la España de nuestros abuelos a principios del siglo XX (bien mirado no es tanto tiempo) se dieron dos situaciones curiosas y contradictorias:
El primer tercio de siglo, llamado por algunos la edad de plata contó con figuras tan destacadas como Machado, Juan R. Jiménez, Ortega y Gasset, Marañón, Gómez de la Serna, (por citar algunos de los más “sonoros”).
Paralelamente, en éste mismo periodo una gran mayoría de españoles no sabía leer, un núcleo menor conseguía leer pero no escribir y otro menor todavía había aprendido a leer y escribir.
La voz “analfabeto" no se recoge en el diccionario oficial hasta 1.914, como “ignorante que ni aun conoce el alfabeto”, modificándose en 1.925 por el de persona “que no sabe leer”.
Afortunadamente los cambios sociales y económicos de los años 60 nos llevarían a alcanzar en década de los 80 unos porcentajes de alfabetización, próximos al 95 %.
A los que vimos la luz del mundo entre los años 40 y 50, la era digital nos ha encontrado ya “maduritos”; nos vemos invadidos por nuevos términos: página web, modem, servidor, interfaz, etc. Todo, necesario para interactuar en la Web 2.0.
Salvando la gran diferencia social y cultural entre 1.950 y 2011 nos encontramos ante un nuevo reto: rebelarnos ante, (permítaseme el palabro), el "analfabetismo digital". Nuestros hijos, y más aun nuestros nietos utilizarán en un futuro inmediato, medios y lenguaje ante los que si no nos preparamos, nada podremos aportar.
Hoy, no basta con tener un ordenador, enviar y recibir correos con bellas presentaciones y maravillosas sentencias, es necesaria una formación informática básica que, en contra de lo que parezca, no es una moda, no es el futuro. Es el presente. Hemos de ser protagonistas, no espectadores.
Afortunadamente, para salir de tal situación nuestra generación cuenta con numerosos centros de apoyo y formación para colocarnos en la rampa de despegue, creados por diversas entidades y asociaciones. Quiero desde aquí, rendir homenaje a todas ellas, a los profesores/as y alumnos/as que cada día se afanan en conseguir resultados.
En cualquier acto público, las distinciones se personalizan -medalla, trofeo, placa- desde El Alfoz, quiero dejar sentado mi agradecimiento a un centro al que estoy especialmente vinculado y del que omito nombre por no pecar de publicista, en el que tres fantásticas mujeres: Bea, Piedad y Silvia (orden alfabético) día a día trabajan con entusiasmo, sin desmayo y con permanente sonrisa, para que sus alumnos, quizás con menos memoria que hace años (el tiempo pasa), pero con más entusiasmo, progresen adecuadamente, como figuraba en las tarjetas de calificación.
¡Un abrazo!