Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

miércoles, 30 de septiembre de 2020

Entre dos repúblicas. Vicente Blasco Ibáñez – María Blasco del Cacho. (4) DOÑA MARÍA

 



Vuelvo una y más veces a la sala de investigación del palacete con cariátides y pilares jónicos de la calle Isabel de Villena. Tras varios días de contacto con la bibliografía conseguida, el paseante recorre de nuevo la que fue residencia de los Blasco, se detiene en la planta baja y allí, junto a la pianola con la que presumiblemente María puso música no pocas tardes a los pensamientos del escritor, se plantea una nueva cuestión.

Los biógrafos con evidente unanimidad han convertido al escritor en centro único de atención con poca mención a quien debió ser parte importante en la intrahistoria de la pareja: su primera esposa doña María Blasco del Cacho. Poco se sabe de ella, apenas el reflejo de algunas cartas, algún recuerdo de su hija y la reseña siempre muy escueta de quienes se ocuparon de las muchas aventuras del marido.

No debió resultar fácil compartir vida con un personaje de la dimensión, vehemencia y carácter de Blasco Ibáñez. Así, con cierta sensación agridulce, y arropado por sus recuerdos, me propongo desde el que fue su refugio ahondar en el «paralelismo asimétrico» de dos vidas que discurren entre dos repúblicas.

María de Cervellón, Manuela, Josefa, Juana, Gerónima, Micaela, Julia, Ambrosia, Estefanía y Vicenta Blasco del Cacho, hija única, quinceañera, huérfana de padre, educada en ambiente religioso, culta, morena de ojos negros y mirada serena que se desenvolvía bien con el piano y la lengua de Molière, formaba parte de la burguesía valenciana, su padre abogado ilustre, fue secretario del político, periodista liberal y Gobernador Civil José Peris y Valero.

Vicente por contra, creció en el ambiente del comercio, sus padres aragoneses de origen cambiaron su pueblo natal por Valencia en busca de un futuro mejor. Aquí nació, se educó y esta fue siempre «su tierra». Matriculado en Derecho en 1882 terminó la carrera en 1888, posiblemente por complacer a María, que vivía con su madre y abuela en la alquería de un hermano de su padre en el entorno del actual mercado de Colón que por entonces (julio de 1885) si bien un barrio moderno, eran prácticamente las afueras de la ciudad.

Tarde de otoño de 1885: en casa de los señores Blasco del Cacho tiene lugar una reunión típica de la época: se toca el piano, recitan poesías y sirve chocolate con cocas de llanda[1]. Vicente Blasco invitado por un amigo común que pretendía a María, conoció a la que seis años más tarde habría de ser su esposa.

El romance se estableció muy pronto, María pasa los veranos con su madre en Villavieja (La Vilavella; Castellón) y Vicente solo puede visitar a su novia en fines de semana, la pareja lleva dos meses de relación. Extraemos un fragmento de la carta enviada por Vicente María:

Valencia, septiembre 25/1885:

El día 1 o 2 del próximo mes son los exámenes y por lo mismo en mi casa no me dejan ir a Villavieja con excusa de que me queda muy poco tiempo para estudiar y me sería perjudicial el perder un día o dos.

«Apenas algunas cartas, algún recuerdo de Libertad Blasco, su hija» decíamos.  Dada la precariedad de información, resulta obligado acceder a los fondos digitalizados, cartas, artículos, reseñas de prensa que podamos encontrar en la Casa Museo, Biblioteca Valenciana, y hemerotecas –únicos espacios posibles– para intentar un acercamiento a la figura de la madre y esposa.

Reflejaremos esa labor  en próximas entradas.

 



[1] Variedad de bizcocho típico valenciano hecho con harina, azúcar, huevos, aceite y leche.

viernes, 25 de septiembre de 2020

ABADÍA DE FONCEA. Dehesa de Arlanzón (Burgos)

 


Monolitos que recuerdan el lugar donde se ubicó la Abadía

A 20 Km. de Burgos y en la localidad de Arlanzón, acceso natural a la Sierra de la Demanda, asentada en su mayor parte sobre lo que fue a principios del siglo XX el efímero (apenas tuvo diez años de vida) ferrocarril minero [1]que transportaba mineral de hierro desde las minas de Monterrubio de la Demanda y Barbadillo de Herreros hasta Burgos, nace la Vía Verde.

Aproximadamente a 3,5 Km. desde el inicio, un panel informativo marca el desvío hacia los restos de la Abadía de Foncea. La decepción puede asaltar al visitante si tras contemplar cuatro monolitos sobre un breve resto de muro no puede encontrar en ese espacio, su historia.

Foncea nace en los comienzos del Condado de Castilla en el siglo X como Iglesia Abacial con el título de monasterio; en 1052 el rey Sancho de Navarra la entrega al obispo de Nájera y quince años más tarde es recuperada por Castilla llegando a ser una de las iglesias más importantes del obispado de Burgos en 1068.

Su abad, uno de los miembros más destacados del Cabildo de la Catedral de Burgos, actuaba de intermediador en el gobierno y administración de la diócesis de Burgos, recibía rentas del territorio y compartía con el Concejo de la Villa de Arlanzón la posesión donde se asentaba la Abadía, así como los aprovechamientos de pastos, leñas y roturos [2] del monte llamado Foncea o las Majadillas en torno a la Abadía y su iglesia.

Tan importante fue este templo que el título de abad lo ostentaron algunos Papas: «Clemente VII y Gregorio XII, tienen el título de abades de Foncea y precisamente en el vestuario de Canónigos de la Catedral de Burgos se conserva el cuadro de Clemente VII como abad de este lugar», asegura Don Agustín Lázaro.

La Abadía mantuvo íntegra su jurisdicción hasta después del Concilio de Trento. Tras las primeras desamortizaciones y desprovista de sus rentas, la casa-palacio quedó en ruinas a principios del siglo XVIII según consta en el libro de visitas de la parroquia de Arlanzón. Desde entonces, esta importante abadía secular cayó poco a poco en el olvido en la memoria de la historia de la diócesis burgalesa. Solo los mayores del lugar recordarán (con suerte) el espacio con el nombre de Convento de Foncea.

Recopilación histórica:

Don Agustín Lázaro López.

Canónigo Arcediano y Fabriquero de la S.I. Catedral de Burgos.



[1] El ferrocarril minero y las ferrerías de Barbadillo de Herreros y Huerta de Abajo tendrán su espacio.

[2] Roturar: derecho a labrar las tierras eriales o los montes descuajados, para ponerlos en cultivo.

martes, 22 de septiembre de 2020

Entre dos repúblicas. Vicente Blasco Ibáñez – María Blasco del Cacho. (3) EL ESCRITOR, EL HOMBRE.

 


El féretro de Vicente Blasco Ibáñez llega a la Lonja de la Seda

Como señala con precisión Blanco Aguinaga, entre Vicente Blasco Ibáñez, (escritor-empresario-aventurero; fiel al naturalismo en época de las vanguardias que persiguió –o fue perseguido– por riqueza y fortuna) y  los escritores y crítica de su tiempo  hay diferencias dignas de mención:

Frente a la legendaria sobriedad de los ideólogos que reconocemos como del 98, la exuberancia; frente a la áurea medianía económica de un  Unamuno o de un Machado, los dineros de quien durante la saison iba todo los días en “Rolls Royce” desde su villa de Menton al casino de Montecarlo; frente al meditativo y aquietado quietismo –agonías interiores– de los del 98 en su madurez, una vida de arengas, cárceles, duelos, viajes y aventuras (políticas, comerciales o puramente gratuitas) que entre los del 98 apenas alcanzó a soñar Baroja; frente a las tiradas mínimas y casi exclusivamente locales, ediciones de millares en varias lenguas. Contrastando «la tradición española» (¿el fondo?) con la «superficie» moderna podríamos decir que frente a Castilla se levanta Hollywood; contra don Quijote, Rodolfo Valentino [1].

Blasco, buscando elevar el conocimiento del pueblo trató las costumbres desde una perspectiva social e histórica sin perseguir el academicismo; escribía como él mismo dijo, por necesidad y con independencia. En lo particular, entiendo que se puede leer a Blasco con satisfacción y recrearse con Baroja, Unamuno o Machado sin problemas de conciencia literaria.

Con sus publicaciones La Bandera Federal (1889) y El Pueblo, diario republicano de la mañana (1894) llevó la literatura y la política a un sector que, pese a ser mayoritario carecía de representación y protagonismo lo que a mi juicio es, en esencia, la confirmación de que Blasco Ibáñez se movía también por principios docentes.

El 28 de enero de 1928 fallecía en Menton (Francia) sin ver la república con la que había soñado. El 29 de octubre de 1933, dos años después de la proclamación de la II República española, sus restos regresaron a Valencia a bordo del buque insignia de la armada española, siendo recibidos en un acto multitudinario por el presidente del Gobierno, el alcalde de Valencia, personalidades sociales y representantes políticos; grupos de voluntarios trasladaron el féretro a hombros desde el puerto hasta la Lonja de la Seda, donde se instaló la capilla ardiente. Tal vez estos honores provocaron su rechazo final.

Literariamente hablando triunfo e independencia no fueron buenos aliados para Blasco Ibáñez, el costo fue quedar relegado durante años al silencio. Apenas acabada la guerra civil cambiaron de nombre la plaza que en Valencia le estaba dedicada. En Jerez, escenario de La bodega las críticas a la obra de Blasco Ibáñez se sucedieron y la novela nunca llegó a las librerías jerezanas, de forma misteriosa se esfumaron las remesas de ejemplares que iban a ponerse a la venta. En 1967 las autoridades franquistas prohíben –incluso en Valencia– celebrar el centenario de su nacimiento.

Su memoria fue borrada, sus libros prohibidos, su familia perseguida y sus bienes incautados. Las obras realizadas hasta ese momento en el mausoleo fueron destruidas y el solar donde se asentaba, en un lugar privilegiado del Cementerio municipal, fue utilizado años más tarde para construir el crematorio. A pesar de todo ello, sus restos se conservaron, y reposan en la actualidad en un nicho ordinario, casi anónimo, en el cementerio civil de Valencia[2].


Próxima entrada: Doña María Blasco del Cacho.

 



[1] BLANCO AGUINAGA, Carlos, Juventud del 98, Barcelona, Crítica, 1978, p. 177.

[2] Fundación Centro de Estudios Vicente Blasco Ibáñez, Biografía. Recuperado el 23/05/2018, de https://www.fundacionblascoibanez.com/biografia.

 

 

martes, 15 de septiembre de 2020

Entre dos repúblicas. Vicente Blasco Ibáñez – María Blasco del Cacho. (2) La importancia de los signos externos.

 



En la calle Isabel de Villena nº 159 (46011 Valencia) destaca una villa singular y notoria con cariátides y pilares jónicos, cuya licencia de construcción data del 30 de septiembre de 1902:

En 1939 los hijos de Blasco tuvieron que exiliarse y el Tribunal de Responsabilidades Políticas incautó sus bienes, menos la Malvarrosa, que finalmente también fue incautada y convertida en Escuela de Flechas Navales de 1942 a 1962. Durante este periodo sufrió grandes desperfectos. Las cariátides fueron destruidas y la galería tapiada. Posteriormente la casa fue ocupada por familias marginales, acelerándose así su proceso de degradación. Cuando el chalet volvió a ser propiedad de la familia estaba totalmente destrozado.

Finalmente, en 1981, los herederos de Blasco Ibáñez venden la propiedad al Ayuntamiento de Valencia, con el objeto de perpetuar la memoria del escritor. Sin embargo, el estado ruinoso del edificio no permitió su recuperación y se tomó la decisión de derribarlo y proceder a su reconstrucción, siguiendo los planos originales. El proyecto, llevado a cabo por el arquitecto municipal José María Herrera, culminaría el 18 de junio de 1997 con la inauguración de la Casa-Museo Blasco Ibáñez.[1]


En la actualidad es Casa-Museo con salón de actos y centro de investigación. Me atrevo a decir que su arquitectura neogriega y pompeyana un tanto..., diferente y espectacular en función del entorno, define a su inicial propietario Vicente Blasco Ibáñez del que puede asegurarse que, en letra de imprenta, retrató la vida de fin de siglo: campesinos de las barracas, pescadores de la Albufera, burguesía mercantil valenciana, jornaleros de Jerez, sociedad pudiente de Bilbao y el clero toledano entre otros muchos «posaron» para él. Obligado es citar la partidista y aliadófila novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis que le abrió las puertas de Hollywood allende los mares. Su ambición y éxito –tal vez también su arrogancia– no fueron perdonados y literariamente hablando, cayó en el olvido. 

  

Blasco Ibáñez no fue abandonado por los lectores, sí en cierto modo por los críticos y sin duda ninguna, tanto él como su obra resultaron perseguidos antes y después de su muerte impidiendo hasta fechas muy próximas la circulación de sus libros. Tomada como referencia su vinculación con el cine se cerró en torno a él una «conspiración de silencio» pese –o tal vez por ello– a presentar una biografía plural y apasionante: político, periodista, gran viajero, activista, guionista, magnate del cine, colonizador, antimonárquico, anticlerical y dueño de una suntuosa mansión en la Riviera francesa, fue de acto y de facto disidente con el sentir oficial. María Blasco del Cacho, su esposa, eclipsada por la personalidad del marido, fue –tal vez sin consciencia exacta– colaboradora necesaria e indispensable en su obra.



[1] VILLANUEVA BARCO, Belén. Gentilmente cedido para este trabajo, el informe completo (de su autoría), consta en el Catálogo de la Casa Museo.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Entre dos repúblicas. Vicente Blasco Ibáñez – María Blasco del Cacho. (1) Justificación

 



El Alfoz dará solución de continuidad a la Novela social española y Vicente Blasco Ibáñez decíamos en nuestra anterior entrada. Lo haremos abordando primero al escritor valenciano con mención especial a María Blasco del Cacho, ahondando en el «paralelismo asimétrico» de dos vidas entre dos repúblicas.

Pocos pueden ostentar currículum de: escritor, político, periodista, militante de partido, colonizador, novelista de éxito en los Estados Unidos y el primero que vio adaptadas sus novelas al cine internacional.

Muchas mujeres como María, su esposa, se mantuvieron fieles a su papel de madre y esposa aglutinando en torno a ellas la familia con – en la mayoría de los casos – escaso o nulo reconocimiento.

A ellos, a Ella, se dirige este trabajo que semanalmente publicaremos.

Este desocupado lector debe reconocer que uno solo no lo puede todo y que en justicia –dignum  et justum est– debe dar fe aquí y ahora de la importante ayuda recibida para llevar a término esta labor.

Mi gratitud a la Universidad de Burgos por poner a mi alcance su docencia y medios. A Belén Villanueva Barco responsable Técnica de la Casa Museo Vicente Blasco Ibáñez, ocupada y preocupada por la correcta gestión de los fondos que le han sido confiados y a cuantos de una u otra forma colaboran con ella, por su ayuda en las muchas visitas que hice al Centro de Investigación. Al profesor Pedro Ojeda que con paciencia y ganas tutorizó este y otros trabajos y cada día me anima a seguir profundizando en el conocimiento. A las profesoras María Yolanda Carballera y Nuria María Carrillo, cuya tutela docente me ha acompañado en cada nuevo curso.

Y –cómo no– a Begoña –mi otra mitad– que correspondió siempre a mis ausencias físicas y mentales colaborando en la búsqueda y clasificación de nuevos datos para esta y todas mis labores, con la dedicación y cariño de los que solo ella es capaz.

Sin su comprensión y ánimo, nada hubiera sido posible.

Continua

jueves, 3 de septiembre de 2020

 





Y…, ahora qué. Formación permanente, un proyecto cimentado en la ilusión, sobrado de mies y falto de segadores.

 

Antes de traspasar el umbral, pensó dedicar su tiempo a la construcción de maquetas. Barcos, podía ser una buena opción; con los bonsáis tuvo encuentros tan poco gratificantes que, a pesar de los desvelos, terminaban siempre en objetos inanimados no estaban hechos para él. La maqueta de un barco egipcio se presentaba como válida para empezar: una sola vela, catorce remos y en popa dos timones, uno a cada costado. ¡Bien! Y…, luego qué, al egipcio seguiría otro y otro y otro ¿Dónde ponerlos? ¿Con quién compartirlos? Una maqueta requiere su espacio y su limpieza.

Y así en estas y otras disquisiciones pensó que algo debía haber que no ocupara lugar. De esta suerte, armado de carpeta y porta–lápices traspasó el umbral de Humanidades y Educación y se matriculó en el Programa de la Experiencia. Tres años de «un poco de todo», graduación en el Aula Magna, beca, orla y comida de hermandad. Corría el año 2011.

Y…, ahora qué.

Ahora, un proyecto cimentado en la ilusión, sobrado de mies y falto de segadores. Sobrado de mies –digo– habida cuenta que con este nuevo programa se abrían ante uno todas las posibilidades de una formación integral: matrículas, trabajos, exámenes, plataforma virtual…, todo. No había límite, la Universidad pone los medios, el alumno pródigo en juventud acumulada puede con ellos progresar adecuadamente.

Falto de segadores –confirmo– porque, a mi juicio no basta con sembrar, el Programa de Formación Permanente está falto de promoción y seguimiento, deja al alumno a su suerte; posiblemente quien esto escribe haya sido durante años (no menos de nueve) el único alumno registrado; también (posiblemente) el único en realizar una suerte de TFG sobre la Novela social española que, apuntado queda, no ha llegado a ver la luz. Tampoco consiguió llegar al Repositorio Institucional de la UBU otro trabajo sobre Vicente Blasco Ibáñez.

Hicimos lo que pudimos y sabíamos, pero, agua estancada no mueve molino. La pandemia, en fin, truncó el intento de continuidad en el curso 2019–2020. Hemos contado con la inestimable ayuda personal de no pocos profesores y el calor de muchos de nuestros compañeros alumnos, pero, (vuelvo a la frase prestada) no enviamos nuestros barcos a luchar contra los elementos.

Así las cosas, El Alfoz dará solución de continuidad publicando periódicamente los trabajos citados. Quedáis todos (y algunos más) invitados al evento.

Gracias por llegar hasta aquí.