Abandonó varias veces la lectura en
ese mismo punto y otras tantas volvió al lugar señalado por el marcapáginas.
Sin pretenderlo (o sí), tras seguir la hilera de signos que tenía a la vista sus
ojos olvidaron de nuevo el espacio escrito. Dos párrafos, solo dos párrafos
bastaron para que en el teatro de su vida situaciones del pasado abandonaran el
anonimato de bambalinas para ocupar el escenario del presente.
De puertas adentro, la
indiferencia, la incomunicación, el silencio. El vacío. Dos fríos railes sobre
los que circula el tren de la desidia, pero que no se acercan nunca. […] Ni
siquiera para compartir mesa y desprecios al mediodía o a la hora de la cena.
[…]
Solo prolongamos la parodia en el
territorio doméstico cuando Mario nos trae a los niños para que se queden con
nosotros. Y eso lleva unos meses ocurriendo con bastante frecuencia; […] muchos
sábados y algunos domingos nos dejan a mis nietos, que son los que aportan el
toque de ingenua «jovialidad» que alegra las paredes de una casa deshabitada a
diario de risas y de cariño.
Algunas
historias…, pág.,274-275.
Su
realidad no era esa, pero, justo es reconocer que había cierto paralelismo.
Descubrir tu otra mitad en otra persona siempre es emocionante, provoca actitudes positivas y los esfuerzos por complacerla son la meta deseada. Conseguir que se sienta querida es un objetivo personal; nos esforzamos en ignorar los puntos grises pintando de color amable conversaciones y gestos.
Luego, la familiaridad, la costumbre y el quehacer diario
cambian prioridades, la dependencia mutua deja paso a otras preferencias, el
fuego inicial queda en lámpara votiva.
Mirando
de soslayo tras esta reflexión al libro de relatos cayó en la cuenta: el
trabajo, los problemas económicos la familia, la necesaria independencia,
habían copado un tiempo y un espacio que debió reservar a la imprescindible
intimidad de pareja.
Es urgente recuperar «la jovialidad»
perdida –pensó– tenemos que hablar, esto es cosa de pareja no debemos cometer
el mismo error que Ella y El cuentabilletes[1].
Y
así, armado de lápiz, papel, no poca dosis de buena voluntad y el recurso de un
libro de autoayuda estableció el plan a seguir:
a. Recuperar
el beso al despertar en lugar de «saltar de la cama».
b. Preparar
una escapadita (aunque sea al parque cercano) cuando estemos solos.
c. Buscar
algún momento de intimidad a lo largo del día.
d. Comprar
aquel vinito suave que tanto le gusta.
e. Admitir
su forma de hacer las cosas (yo también tengo la mía)
f. Ir
a dormir a la misma hora.
Solo
eso.
Padres,
hermanos e hijos son importantes en nuestras vidas. Sí. Pero solo (lo que no
implica infalibilidad) la pareja se elige. Mi abuela decía: «Manos que no dais.
¿Qué esperáis?».
Cuando leemos, nuestro software
natural procesa lo leído y proyecta para nosotros realidades paralelas:
vividas, contempladas, o deseadas.
Eso es todo.
4 comentarios:
Una de las funciones de la literatura es la que tan bien señalas, enfrentarnos con situaciones reconocibles en nuestra vida o en las vidas cercanas. Por todo lo que dices (¡qué buen paralelismo entre los relatos y la vida has propuesto!), hay que leer armados de lapicero.
Gracias, Paco.
La literatura retrata la vida y la lectura que hacemos de ella, la va perfilando en sus contornos, hasta hacerla más nuestra.
Besos
La vida no es la literatura y la literatura no es la vida, pero reconocemos mucho de nuestra vida en la literatura, distinto pero paralelo. Así es, Paco. Yo no me casé pero el relato me hizo pensar en el matrimonio de mis padres, qué cosas, soy soltera de vocación...
Muy buen escrito, Paco.
Besos
La vida y sus realidades paralelas con la literatura, ha sido un placer pasar después de tanto tiempo por tu casa, disfrutar tu escrito y poder saludarte, espero seguir nuevamente, un abrazo
Carmen
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