El pueblo, su pueblo, es un pequeño núcleo de población en las estribaciones de la sierra con edificaciones agrupadas a capricho, sin ninguna regularidad en su entramado de calles. Las ventanas suelen ser de pequeño tamaño, algunas, auténticos ventanucos de forma cuadrada configurados por cuatro grandes sillares de piedra bien trabajada exteriormente. Portadas (el portalón) adinteladas de piedra arenisca. Un gran bloque de piedra adosado a la fachada, junto a la puerta (la piedrona), sirve de lugar de reunión a los convecinos aprovechando la solana o la sombra, según convenga.
Situado en un pequeño valle protegido por los cercanos montes, en una de sus hondonadas los rebaños de los vecinos pastaban y se recogían en el conjunto de tenadas conocidas como Tenadas del Valle.
La necesaria herida de una pista forestal en el monte, facilita el acceso hasta la breve cumbre antes de la cual, un pequeño promontorio sirve de improvisado mirador a María, que desde su silla plegable asentada en un desmonte -en sus años mozos hubiera sido imposible llegar hasta allí con semejante artilugio- contemplaba el pueblo, su pueblo, que por breve tiempo volvió a ser el mismo que en su juventud.
En la pradera un horno de carbón vegetal respira fatigoso a través de la chimenea, aguantando bajo la capa de tierra la cocción de los troncos de encina.
A su espalda una masa rocosa (Los Riscos) tantas veces recorrida le hizo profundizar en el recuerdo:
- Antes los hornos se hacían en el monte –pensó.
Durante el mes largo que duraba la combustión, los hombres del pueblo vivían en improvisadas cabañas junto al horno y los jóvenes (chicos y chicas) eran los encargados de la intendencia preparada y condimentada por las mujeres.
Allí, en la senda que conduce a los Riscos, comenzó todo.
- Vas muy cargada, ¿te ayudo?
- No, no, voy bien.
La verdad es que apenas podía evitar que la cesta rozase con las piedras del camino, pero era demasiado pronto para que un chico la acompañase. ¡Qué pensaría padre!
Cada viaje, cada día cada semana, el voluntarioso ayudante insistió en su ofrecimiento. Cuando los hornos se levantaron y comenzó a salir el carbón, ella sólo portaba el botijo con agua fresca.
- ¿Otra vez preparando bocadillo? más valdría que ayudaras a tu madre.
- Padre he terminado toda la faena, las chicas hemos quedado para merendar, aquí no hay otra diversión.
- No seas gruñón y deja a la chica, trabaja cuanto hace falta.
- Anda, marcha antes que me arrepienta. Que no me entere yo de que andas en malas compañías.
- Adiós madre, adiós padre.
La senda, con la complicidad de sus amigas, fue, durante un tiempo su lugar de cita. En la bifurcación del camino Él la esperaba.
- ¡Ha pasado tanto tiempo desde que juntos saltábamos por esta senda!
- Juntos, en Fuente Quiña al atardecer, el bocadillo sin cambiar de mano, cambiaba de boca. Un bocadito tú, otro yo. ¡No hagas trampa!
- Juntos, las ciruelas hurtadas sabían mejor
- Juntos, leyendo los libros prestados por don Macedonio, el maestro.
- Juntos, escondidos, abrazados temblando por la cercanía del pastor y su rebaño –aún recuerdo aquel escalofrío- cuando atravesaban la pista
- Juntos, a veces, en la distancia de un castigo.
- Juntos…
- ¿Estás hablando sola?
- (....) Pensaba.
- Me he llegado hasta los Zaragatos, todo está igual que antes. Se está haciendo tarde, deja que recoja la silla y bajamos al pueblo
- Tenemos mucha suerte de estar juntos –pensó María.
El lugar es real, el horno también, el dialogo ficción, aunque bien pudo ser realidad.
El relato pretende ser un homenaje a mi madre que nos dejó demasiado pronto. Con el tiempo justo para conocer a sus nietos.
13 comentarios:
Es tan buena la descripción del lugar que parece que nos has llevado a ser testigos del diálogo. Qué alegría tu regreso al blog.
Seguro que está bien orgullosa del estupendo relato que le dedicas.
Nunca había visto un horno de carbón como el de la foto, excelente.
Un abrazo.
Juntos... Una vida en una palabra.
Salamanca también es tierra de encinas y de "carboneras". Así se llamaban los hornos. Aquí, a Béjar, venían los carboneros con sus recuas y sus carros a vender el carbón.
Un abrazo.
Siento mucho lo de tu madre, querido Paco, pero, allá donde esté, estará encantada con el relato que le has dedicado.
Muy interesante saber lo de las carboneras. Un fuerte abrazo, M.
"Carbón de encina, que no es de de roble que la firmeza no está en los hombres, no está en los hombres ni en las mujeres que está en las ramas de los laureles". Me he acordado de la canción de los carboneros.
Bello homenaje a tu madre este relato.
Un abrazo, Paco.
Paco, me emocionó mucho tu relato en homenaje a tu madre. Escribes muy bien y con calidez.
Un beso, inicio hoy mis vacaciones, pero estaré conectada y en la medida de lo posible, vendré a visitarte.
Pues tal y como has escrito el diálogo si no dices al final que es ficción yo lo habría dado por real.
Bonito homenaje el que has hecho a tu madre.
Un beso
Mi querido Paco, poco a poco voy visitando los rincones amigos, esos donde me detengo y leo en paciencia, y aquí recalo hoy, tras una noche de insomnio, repleta de sensibilidad, por tantas cosas que en la vida van sucediendo y te leo.
Leo la pluma que desde un primer momento fue capaz de captar mi atención, leo a esa pluma que mimosa acaricia el papel dejando una vez más un texto que entraña alma.
Un hermoso relato, que me arranca unas lágrimas, quizás por lo que en estos momentos siento hacia la mía, de la cual espero disfrutar muchos años.
Ay Paco, si ya me decía mi abuela que....madre no hay más que una!
Recibe un abrazo con todo mi cariño y mi alegría de volver a verte escribiendo.
Besos
Entrañable relato y bonito homenaje a tu madre. Seguro que a ella, esté donde esté, le habrá llegado y se sentirá feliz de tu sensibilidad.
Reconozco en él a un pueblo similar y una situación parecida de mi juventud. En nuestro caso no nos hemos vuelto a ver y sin embargo, a veces pregunto por él.
Un abrazo
Luz
Hola Paco, de nuevo en la "brecha" ya tenia un poco de morriña.
Dile a Bego que recibí sus correos y prometo contestar.
Besos para ambos, pero muy gordos.
Buenas noches, Paco Cuesta:
Miré en el mapa dónde podía estar tu pueblo, pues me sonaba mucho, y veo que está muy cerca del pueblo donde el abuelo de mi marido también hacía carbón del mismo modo.
Tu relato emocionante.
¡Qué bien has explicado el amor en una pareja sencilla!.
¡Qué bonito homenaje a tu madre, y qué feliz sería mientras pudo estar contemplando a sus nietos!.
Abrazos.
Es un homenaje muy sentido y cariñoso, Paco. Siempre nos parece demasiado temprano para ver partir a los que queremos, más a una madre, el pilar, a quien todo debemos.
He podido emocionarme con ese "juntos" que denota tanta complicidad y respeto. Y mucho amor. Un bocadito tú, otro bocadito yo. Hermoso.
biquiños,
Hermoso homenaje, veo que ya te han dicho todo.
Un abrazo
Publicar un comentario