Lo
compartían todo, bueno, todo no. Había que aprovechar «el tirón», ampliar,
seguir la estela de Inditex; vender,
vender y vender, y ya se sabe, los negocios de por sí muy absorbentes, dejan
poco espacio al corazón y el amor muere por inanición. Al final de cada
jornada, cuando la calma llegaba, las palabras solo eran letanía de trabajo, sin
darse cuenta, la grieta se hizo foso y el escudo salvador de la fatiga generó
silencios cada vez más prolongados que, alguna vez, solo alguna, rompían en
conversación distante, convencional,
fría y hueca más cercana a manual de diplomacia que a calor de pareja. Y así, partiendo
de un mismo punto, como las ondas que produce la piedra en el estanque, el
espacio entre ellos se iba haciendo mayor.
Era
la hora en que los niños juegan llenando con la alegría de sus gritos la calle
encorsetada en sus prisas, en la que grupos de jóvenes carpeta con apuntes en
una mano y prótesis celular en la otra, comentan los primeros exámenes sobre la
alfombra verde, las fachadas maquilladas de ocaso devolvían –acumulador natural– el
calor recibido. A esa hora, espantando con sus pasos palomas que solo en caso
de máxima urgencia dicen adiós batiendo las alas para caer sobre la farola más
próxima, en esa u otra calle cualquiera,
mirando sin ver, oyendo solo el eco de sus propias pisadas sobre el asfalto contra
la pared teñida por el sol de la tarde luchó con su pensamientos varias horas
hasta tirarlos en el cauce cercano.
El
verano, como siempre, dio paso al otoño, las reuniones sociales cada cual con
su cuadrilla (las mujeres solo hablan de trapos y los hombres de futbol) solo
prolongaron la agonía. Nos vamos a dar un tiempo –dijeron– y marcharon cada uno
por su lado. Al principio el teléfono con más formulismo que entusiasmo tendía
puentes sobre la distancia:
-
¿Cómo ha ido el día? Que descanses.
Luego
fueron los WhatsApp llenos de buenas intenciones y no pocos reproches. Algunas
veces –pocas– se reencontraron en la cafetería camuflando la realidad con
sonrisas inútiles. La brisa terminó por hacerse huracán y sus vidas se alejaron
sin estrépito de un espacio que no era de nadie. Hubiera resultado inútil todo
intento por rellenar el valle que los separaba. Ya era tarde, en el último
encuentro ni siquiera se habían despedido.
Imagen: Christos Georghiou
3 comentarios:
Qué real, Paco.
Y actual!
Abrazos, Paco
Como la vida misma.
Besos, Paco.
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