Decidió
quererse apasionadamente, renunciando a todo sin renunciar a nada; rebelarse
contra todo y contra todos; nada de desaparecer sin dejar huella, mejor ser
cada día más visible. Apretando los puños corrió hacia el escritorio.
-Diario de mierda, no te escondas ¡te
encontraré!
Cobijado
entre los pliegues de la funda nórdica un diminuto candado con forma de corazón
señalaba el objeto del deseo: un diario de pastas duras contenedor de confidencias, años de suspiros anhelos y conformismos de una vida «normal» que impulsado por la rabia salió despedido por el balcón encontrando asiento en el solar próximo, la limonada con hielo no corrió la misma suerte: acabó refrigerando la maceta del ficus benjamina.
-Mariconadas las justas mejor algo más fuerte,
pero primero una ducha.
El
teléfono había sonado minutos antes.
-¿Sí?
Al
otro lado la voz de Sandra, excompañera de colegio y ahora su jefa de equipo
que le procuró el empleo, no gran cosa, pero suficiente para «ir tirando».
-Mañana te tomas el día libre a cuenta de vacaciones
y el lunes vienes a por el finiquito, la dirección no está contenta con el proyecto
y lo va a encargar a una consultoría.
Tiró
el móvil en el sofá. No podía reaccionar. Tras la huida de su marido y la
marcha de su hijo, había optado a ese puesto superando el periodo de prueba no
solo como realización personal, había que pagar los gastos del mes. Su cara
preguntó al balcón por donde desapareció el cuaderno de pastas duras y candado
de corazón, la camiseta de estar en casa voló hacia Rufo, el gato siamés, los «crocs» se
estamparon contra la pared, la braguita blanca hizo bandera con la lámpara del
pasillo, como pidiendo paz y Eva gritó. La ducha disolvía las lágrimas, pero no la
impotencia.
-Mi «ex» metiendo mano a la pelandusca, mi
hijo con la putita y yo aquí, sola y sin trabajo.
-¡¡¡ Por qué a mí !!!
-¡¡¡ Por qué ahora !!!
-Hasta que la muerte os separe, dijo el
curilla.
-¿De qué sirve una vida de entrega?
Y decidió ser cada día más visible; rebelarse contra todo y contra todos. Embutida en unos tejanos viejos, se calzó los deportivos rojos que nunca usó,
camiseta de tirantes y se tiñó el pelo de caoba rabioso. Rufo, impertérrito bajo el sofá, seguía la escena hasta que la puerta se cerró de un portazo.
-Quiero que me tatúes un alacrán aquí, en lo
alto, para que se vea con cualquier escote.
-Escorpión, querrás decir.
-Es igual, son venenosos ¿No?
-Eso dicen, pasa dentro de media hora, estoy
terminando un trabajo.
-Justo para un «pelotazo» con soda. ¿Tienes
fuego?
[…]
-¡Gracias! ¡Chao!
El
cigarrillo le hizo toser dos veces.
4 comentarios:
¡y oleh!
Muy Bueno Paco, espero la continuación,
por que la tiene ¿no?
Un abrazo
Quedamos a la espera....
Qué ritmo el de este magnífico relato, Paco. Excelente.
Rufo miraría todo con perplejidad, claro.
Vuelo a leer esta página:
El párrafo que empieza con "Tiró el móvil"
es brillante en cuanto a la escenificación
de las emociones de la protagonista.
Otro abrazo
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