“Y cuando descubrimos que SÍ hay
quién nos quiere […] la vida te necesita […] el mundo necesita tu vida…”.
-
¿Y si fuera él quién me necesita?
-
O soy yo la necesitada.
-
¿Qué pensaría si me ve así?
El sol de la tarde proyectaba sobre
la pared los destellos del vaso de tónica, con un sorbo menos, Rufo observaba indolente desde el
alfeizar de la ventana, Eva se planteaba una duda razonable: té rojo, o
ibuprofeno: Mejor ambas.
-
¿Qué pensaría si me ve hecha un
«trapo»?
Total había pasado una semana desde la paella; la jarra de cerveza en el
camping y la charla, camino de casa, sobre Cicatriz,
de Sara Mesa. El recuerdo de esa tarde suavizaba la resaca; los dos gintonic superaron su capacidad no estaba
acostumbrada a beber, a lo sumo una «caña» o un vermú los domingos.
Desde el móvil el tono Digital bell le llegó como
ampliado por un maléfico megáfono.
-
[¿¿¿]
-
Soy Ramón, ¿recuerdas?, nos vimos el
pasado domingo en la «paellada».
Le costó reaccionar el «ibu», en seco, se estaba abriendo paso lentamente hasta el estómago y el té estaba aun demasiado caliente.
-
¿Estás ahí?
-
¡Oh! ¡Sí! ¡Perdona! Tenía la boca
ocupada.
-
Qué inoportuno, casi te atragantas
por mi culpa.
-
¡Por favor! encantada, es un placer,
tu dirás.
Le salieron los principios y dudó sobre lo procedente de la entusiasta respuesta, pero…, ¡que diablos! era verdad.
-
Te llamo por el libro del que
hablamos, Cicatriz, si quieres puedo
acercártelo.
-
Mejor mañana sábado ¿no trabajas
verdad?, podemos tomar un café ¿te va bien?
-
¡Perfecto! A las once en Sagitario.
-
De acuerdo, hasta mañana –dijo
suspirando– había que ganar tiempo.
Sin actividad en los despachos cercanos, Sagitario era los sábados un café tranquilo, escogió una mesa lejos
de la puerta, apta para una conversación distendida y esperó.
-
¡Hola!
Dejaron volar un beso a la izquierda otro a la derecha, sin recato, con
efusión.
-
¿Cómo estas? ¡Qué cambio!
-
Bien, ¿Qué te parece?
-
¿La verdad?
-
Por favor
-
Para mí, estabas mejor la semana
anterior.
- Para mí –pensó halagada– Lo suponía,
es el recurso del pataleo, ya te contaré.
-
Cuando quieras y como quieras, no te
sientas obligada. ¿Qué tomas?
-
Café con leche.
-
¿Nada más? yo tomaré un pincho de
tortilla, no he desayunado.
-
Que sean dos.
-
Si es tan amable, dos con leche y dos
pinchos de tortilla. ¡Ah! y dos zumos de naranja.
- Te cuento, el cambio es la
consecuencia de una rebelión, obedece a la rabieta de un fracaso. Conoces
algunas líneas del libro de mi vida, pero hay más.
- Claro que habrá más y algunas si
escribir. Confidencia por confidencia: Carlota y yo decidimos darnos «un
tiempo», frase hecha prólogo de la ruptura que a no dudar llegará. Espero y
deseo que sea civilizada.
-
Me extrañó verte solo y que me
acompañases toda la tarde ¡me hizo mucho bien!
-
La necesidad era mutua.
Silencio y sonrisas. El desayuno toma la mesa. Fortuitamente, dos manos se
encuentran en el azucarero.
- Mi relación con Carlota empezó bien,
como todas, éramos muy jóvenes, trabajábamos los dos, vinieron los chicos, la
hipoteca, vacaciones en la playa, obligaciones repartidas…, todo muy
programado, hasta los afectos. Los chicos se hicieron mayores y el esquema se
rompió. La relación costumbrista pasó a comercial. Los encuentros, exiguos y de
compromiso coincidían con sus eventos: “cariño, el club organiza un viaje
cultural este «finde», volveré el domingo”. A la vuelta: hola, estoy muy cansada.
En la cama, como si estuviera acostada con su suegra.
-
Los hombres la mayor parte de las
veces no comprendeis bien la sensibilidad de las mujeres, son muchos nuestros
días malos y a veces os poneis obsesivos, a lo bruto, con demasiado vigor.
- Puede ser, concedido, pero esa misma actitud
se aplaude en una primera etapa, se soporta en la segunda y finalmente se
raciona, esto ocurre en muchas relaciones y los personajes de la tragedia siguen siendo los
mismos. Bueno, quizá no, la evolución también cuenta.
-
Pero,esto es válido para todos ¿no?
-
Por supuesto, pero... hablemos del
libro, tanto charlar y al final me lo llevaré a casa, me lio yo solo.
-
De camino si no te importa, se ha
hecho tarde.
Tarde para qué –se preguntó– y es que habían vuelto a salirle los
principios.
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