Sobre
la mesa, algunos papeles emborronados y La
noche que no paró de llover de Laura Castañón. La voz sonó a mi espalda:
-Con una
sola palabra: cómo definirías la novela?
Tal
vez la enigmática mirada de la portada enmarcada en un campo de amapolas,
originó la pregunta.
De
mujeres, surgió espontánea la respuesta, pero no sirve, son dos las palabras.
Memoria por sí sola, define poco, histórica, separada de la anterior no procede
y juntas incumplo la condición impuesta: «una sola». Es de mujeres, pero no
sólo para ellas –pienso. Se adentra en nuestro pasado próximo, lo que se ha dado
en llamar memoria histórica. En el vivir sin vivir de la tercera (o cuarta, qué
se yo) edad. En la relación de pareja: costumbrista (Valeria-Alfredo),
comprometida (Gadea-Arsenio), entregada (Emma-Laia), creativa (Feli-Guiller).
Estos, componentes de un taller de escritura (vínculo con la autora) hacen
investigación periodística como medio y fuente para una novela. En algo más de
quinientas páginas con paréntesis y párrafos esdrújulos (por la longitud) sentimiento,
mucho sentimiento, citas de canciones e instantáneas precisas de la vida diaria,
recorremos una ciudad: Gijón que tras años difíciles, surgió como el Ave Fénix
de sus cenizas (frase hecha).
Giro
la silla hacia mi interlocutora para encontrarme con sus ojos:
-¿Con una sola palabra? Ecléctica.
Si
no fuese por la condición impuesta añadiría que tiene mucho de lección de vida
y matrícula abierta a un taller de lectura.
Lo
sé. Lo sé, abuso de los paréntesis. Es un intento premeditado de interactuar
con la autora.
3 comentarios:
¡Bendita interacción! Pleno. En todo.
Compleja.
Amor, felicidad y culpa.
Un abrazo, Paco.
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