Pintura,
música, teatro y cine han divulgado per
se, la presunta locura de amor de
Juana I de Castilla. Tal vez fueran los pintores del movimiento romántico
quienes contribuyeron a ello con mayor eficacia. Lo truculento y melodramático
“cala” con más facilidad que lo real histórico. Francisco Pradilla con Doña Juana ante el féretro (1877) y La Reina recluida (1906) es el más
significado, pero, ya antes Steuben (1836), Gallait (1856), Maureta (1858),
Vallés (1866) y Rodríguez Losada (1868), retrataron a la reina junto al cadáver
de Felipe «el Hermoso». Una ópera en cuatro actos: La Loca de Gian Carlo Menotti (1979), Locura de amor obra teatral de Manuel Tamayo (1855), película de
igual título de Juan de Orduña (1948), otra de Vicente Aranda: Juana la loca (2001), promocionaron la
leyenda de amor, pasión y celos de Juana I de Castilla.
En
el siglo XIX el arte trató de mostrar la locura de doña Juana; en el XX los
estudiosos acudieron al diagnóstico: alteración de la personalidad y contacto
erróneo con la realidad. La verdad está por descubrir, nos queda la suposición
en función de la percepción que cada uno tenga de la tragedia de la reina que
no reinó.
Puestos
a ello, quiero pensar, a la luz de la pintura de Louis Gallait Jeanne la Folle representando a doña
Juana y don Felipe idealizados ambos, ella con la mirada fija en el rostro de
su marido muerto y en la parte baja del cuadro un detalle significativo: el cetro caído, yace al pie de la
cama: todo un símbolo. Quiero pensar –decía– contemplando el cetro, en la
problemática de la soberanía femenina.
Las
reinas lejos de gobernar por derecho propio eran objeto de alianzas para unir
reinos y asegurar la continuidad de herederos masculinos. En el caso del reino
«católico» la desaparición primero del príncipe don Juan, después la princesa
Isabel y posteriormente el hijo de esta el príncipe don Miguel, dejó la
sucesión de Castilla y Aragón en manos de la princesa Juana, que aun viuda,
tenía todo el derecho hereditario a su favor. Pero era mujer y sola. Ya desde
su estancia en Borgoña, recién casada, los sirvientes que cuidaban de ella
dependían de su marido. Muerto este, los consejeros de Felipe continuaban
dirigiéndola. Fernando su padre, y Carlos su hijo intentaron (y consiguieron)
controlar la casa de la reina quedando Juana incapaz de dirigir a sus
sirvientes. La ecuación estaba resuelta: manifestada la incapacidad de gobernar
su casa y dado su proceder aleatorio no era apta para gobernar sus reinos.
A
la luz del cetro caído que yace al pie de la cama, veo una reina víctima o
heroína, a la que los suyos consiguieron gobernar. La tragedia de Juana es la
tragedia de sus reinos.
3 comentarios:
Muy buen repaso al tratamiento de esta figura en el arte del XIX. No es de extrañar: en este siglo se puso en valor el amor como centro del mundo y Juana ya lo tenía en su propio significado histórico.
El cetro era suyo pero quisieron pensar que Juana no podría con él.
Mujer y sola, el poder estaba por encima de todo. ¿Qué importaba una loca más?
Un abrazo
No son muy conocidas para el gran público, entre el que me cuento, las obras de arte relacionadas con Juana la Loca, sí las películas. A pesar de tener todos los derechos para ser la Reina, no pudo ejercer por su escasa estabilidad mental, eso parece cierto a la luz de los documentos de la época. También es verdad que pudo influir también el hecho de ser mujer sin marido. Se conocen casos de otros reyes que tampoco parece que andaban muy allá de la cabeza.
Publicar un comentario