El
episodio de la Cartuja haciendo deambular de noche por pueblos y villorrios el cadáver de su esposo confunde a propios y extraños; el pueblo llano
respetuoso por obligación pasmado al paso de tan trágica comitiva saca
consecuencia: aun reina, aquello no tiene sentido. Quienes asisten y tratan en
proximidad con Juana I de Castilla, coinciden en que necesariamente padece
algún trastorno mental.
La
locura por amor, la más romántica, la que arraiga con más facilidad, resulta en
cualquier escenario teatral o humano más fácil de mantener y más difícil de
refutar. Para que nada falte esta tesis tiene hasta el testimonio escrito de
doña Juana en su carta al embajador de Flandes: “si en algo yo usé de pasión y
dexe de tener el estado que convenía a mi dignidad, notorio es que no fue otra
cosa sino celos”.
Sin
poner en duda que doña Juana amaba a don Felipe, la cuestión está en establecer
si su conducta es resultado del sentimiento o de una pérdida de contacto con la
realidad que la empuja al delirio amoroso como refugio y escusa. Verla como una
persona cabal es apartarse de la realidad; Fernández Álvarez en Juana la Loca, La Cautiva de Tordesillas
acepta su locura y los lectores recogemos en su estudio-biografía sobradas
muestras de la incapacidad de la reina. Aun así: ¿cuál es y hasta donde alcanza
el significado de loca?; tratándose de una reina: ¿por qué no se busca remedio?
Tal
vez a este respecto convenga interesarse por la razón de su indiferencia a los
asuntos de estado, a su persona, a las relaciones sociales, a las –al margen de
creencias– obligaciones religiosas que como reina forman parte de su diario
vivir. Culpables, sin duda, haberlos «hailos»: don Felipe propaga sus “manías”
(posible venganza de esposa ante la indiferencia del marido) enviando cartas a
España, la encierra en sus habitaciones, le prohíbe visitas y retira sus damas
de confianza. Yerno y suegro se reparten gobernanza uno; oro de América y
maestrazgos el otro. Isabel I, su madre, manifiesta en su testamento la
ineptitud de su hija para gobernar: “no quisiere o no pudiere entender en la
gobernación dellos [sus reinos]”.
Ni
su esposo, ni su padre, ni los grandes de España tuvieron más interés en doña
Juana que el de arrebatarle el poder. Algo debió ocurrir para ocultarla
físicamente sin contemplar siquiera –valga la expresión– mostrarla como
elemento representativo visible.
4 comentarios:
Desde esta biografía se vienen sucediendo otros estudios sobre su figura que tratan de escudriñar en los legajos, una historia que a todas luces no es nada clara, aunque lo único claro parece lo que bien dices: que unos y otros quisieron aprovecharse de la situación.
Y si estas cosas ocurrían en palacio, ¿qué no ocurriría algunos peldaños más para abajo?
Juana I de Castilla, cada vez se la llama más así, dará todavía mucho que hablar y mucho que escribir.
El tema de la locura de amor es siempre interesante. Incluso cuando hoy el concepto de "loco" ya no se maneja psiquiátricamente. Otra cosa es -y ahí la clave absoluta- si el trastorno evidente que sufría la reina Juana le dejaba o no gobernar y si esto mismo había acontecido con otros reyes y cómo terminó. Y luego ponerlo en una época convulsa con las tiranteces evidentes entre corona y nobleza y entre diferentes formas de entender la monarquía...
¿Y qué es el amor?
Juana de Castilla padecía un trastorno que la medicina del cariño hubiera curado, seguro.La enfermó la ambición del poder...la del padre,el marido y el hijo. ¡Y el nieto si vive un poco más!
Besos
Me pronunciaré al respecto cuando haya leído el libro,
que estoy desenado hacerlo.
Besos
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