Con
regularidad de estación meteorológica, frecuencia inmisericorde de buzoneo
publicitario, o vaya usted a saber, en el cajetín que todos llevamos dentro, se
desarrolla (o lo engendra uno mismo) un
«no sé qué» no evaluado por los servicios médicos que, incrustado como garrapata
nos arropa durante el día como una calima de obstinada y terca desgana. Tal
vez, en un futuro próximo, la Seguridad Social lo reconozca, investigue,
encuentre tratamiento y el asunto apunte solución.
En
tanto esto ocurre bien podrían los laboratorios poner en el mercado un “ibu” para esta suerte de alergia
periódica, o Protección Civil, tan atenta siempre a los
eventos de masas, colocar barreras protectoras para, al menos minorar el
desaliento que de propagarse, paralizaría a buen seguro la ciudad.
Esto
suena a desvarío –lo sé– y como esperar sentado ver pasar el cadáver del enemigo no
levanta el ánimo, pongo rumbo al gimnasio en busca de una
solución de alcance. El idilio con la cinta de correr con vistas a la
cristalera, dura lo que «caramelo a la puerta de colegio» (es un decir). Me divorcio
de la estática cuando el sudor nubla mis ojos (o sea, pronto). Las pesas, que
no me han hecho nada, están mejor en su soporte esperando a otro culturista.
Camino
de vuelta, tiro piedras al río. Probaré a emborronar cuartillas.
2 comentarios:
Hay días así, sólo hay que recibirlos
y esperar que sigan de largo.
Enborrona algo que se te da muy bien
y después lo compartes por aquí.
Besotes y ánimo
Magnífico. Hazme un sitio junto a ti para tirar piedras al río.
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