Escena de Don Juan Tenorio, en el Cementerio
Central de Montevideo.
El
mito de don Juan nace en España (sin entrar en discusiones), de la pluma de fray
Gabriel Téllez, conocido por su seudónimo de Tirso de Molina. Don Juan,
seductor y burlador no pisa por primera vez el escenario seduciendo a una dama,
sino tan solo burlándola. Se ha hecho pasar por el duque Octavio para gozar de
la duquesa Isabela; y cuando ella se da cuenta de que no es su amado y le
pregunta «¿Quién eres, hombre?», él le dará una respuesta que no corresponde a
su condición de seductor, sino de burlador: «Un hombre sin nombre». No le queda
más que huir porque Isabela empieza a gritar despertando al rey de Nápoles, en
cuyo palacio sucede la escena. Así comienza El
burlador de Sevilla y convidado de piedra.
La
frivolización del mito ha hecho olvidar el trascendente retrato que Tirso de
Molina en El burlador de Sevilla hizo
de la condición humana mediante ese personaje contradictorio que, empujado por
su absoluto egoísmo, enfrenta duramente la esencia del instinto con las
creencias religiosas, normas de conducta y leyes –a menudo absurdas– con que el
hombre civilizado ha intentado someter ese instinto a lo largo de los siglos.
La
acción del Tenorio que se sitúa en Sevilla por los años 1545 últimos
del Emperador Carlos V, es trepidante, transcurre en dos noches en consonancia
con el dinamismo que define al personaje. En la primera parte don Juan es un
joven alocado e impulsivo; en la segunda es un galán maduro pendenciero y apuesto
en el que la nostalgia ha hecho mella. El lector, toma así conciencia de que
don Juan ha cambiado, ya no es aquel libertino jactancioso sino el arrepentido
que por mediación de la amada, ha conseguido vencer al destino. Y aquí conviene
destacar como Zorrilla mediante este recurso atrapa al lector. La salvación de
doña Inés, depende de la de don Juan. De no arrepentirse don Juan, doña Inés
irá al infierno. Paradógicamente, gracias a don Juan, Inés podrá salvarse.
La
salvación por amor es la solución cristiana y romántica que Zorrilla dio a su
obra y que provocó el entusiasmo del espectador y la popularidad del autor casi
de inmediato.
5 comentarios:
Qué buen análisis. Es lo que va de una forma de entender la religión a otra: de la teología del castigo a la del amor. Qué transición.
José Zorrilla burló a Tirso. El amor salvó a don Juan.
El fraile estaría indignado. ¿Contrición? ¿Amor? ¿Pureza absoluta? ¡Herejía!
Un placer leerte, Paco.
En mi época de estudiante, y creo recordar que sobre todo en el bachillerato, se recalcaban mucho las diferencias entre el don Juan de Tirso y el de Zorrilla, siempre a favor del segundo precisamente por el lado de la salvación.
En estos tiempos de tanta mujer vejada debería salir un tercer autor que hiciera intervenir a la Justicia, humana, para hacer justicia.
Prefiero ver la obra como puro teatro sin meterme en más honduras.
¡¡Cierto!!, ¡qué bien traído El Burlador de Sevilla!,
de Tirso de Molina que leí en mis años mozos.
Y que buen análisis conciso y profundo.
Me ha encantado.
Un abrazo, Paco
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