Vuelvo una y más veces a la sala
de investigación del palacete con cariátides y pilares jónicos de la calle
Isabel de Villena. Tras varios días de contacto con la bibliografía conseguida,
el paseante recorre de nuevo la que fue residencia de los Blasco, se detiene en
la planta baja y allí, junto a la pianola con la que presumiblemente María puso
música no pocas tardes a los pensamientos del escritor, se plantea una nueva
cuestión.
Los biógrafos con evidente unanimidad
han convertido al escritor en centro único de atención con poca mención a quien
debió ser parte importante en la intrahistoria de la pareja: su primera esposa
doña María Blasco del Cacho. Poco se sabe de ella, apenas el reflejo de algunas
cartas, algún recuerdo de su hija y la reseña siempre muy escueta de quienes se
ocuparon de las muchas aventuras del marido.
No debió resultar fácil
compartir vida con un personaje de la dimensión, vehemencia y carácter de
Blasco Ibáñez. Así, con cierta sensación agridulce, y arropado por sus recuerdos,
me propongo desde el que fue su refugio ahondar en el «paralelismo asimétrico»
de dos vidas que discurren entre dos repúblicas.
María de Cervellón, Manuela,
Josefa, Juana, Gerónima, Micaela, Julia, Ambrosia, Estefanía y Vicenta Blasco
del Cacho, hija única, quinceañera, huérfana de padre, educada en ambiente
religioso, culta, morena de ojos negros y mirada serena que se desenvolvía bien
con el piano y la lengua de Molière, formaba parte de la burguesía valenciana,
su padre abogado ilustre, fue secretario del político, periodista liberal y
Gobernador Civil José Peris y Valero.
Vicente por contra, creció
en el ambiente del comercio, sus padres aragoneses de origen cambiaron su
pueblo natal por Valencia en busca de un futuro mejor. Aquí nació, se educó y esta
fue siempre «su tierra». Matriculado en Derecho en 1882 terminó la carrera en
1888, posiblemente por complacer a María, que vivía con su madre y abuela en la
alquería de un hermano de su padre en el entorno del actual mercado de Colón
que por entonces (julio de 1885) si bien un barrio moderno, eran prácticamente
las afueras de la ciudad.
Tarde de otoño de 1885: en
casa de los señores Blasco del Cacho tiene lugar una reunión típica de la época:
se toca el piano, recitan poesías y sirve chocolate con cocas de llanda[1]. Vicente Blasco invitado
por un amigo común que pretendía a María, conoció a la que seis años más tarde
habría de ser su esposa.
El romance se estableció muy
pronto, María pasa los veranos con su madre en Villavieja (La Vilavella;
Castellón) y Vicente solo puede visitar a su novia en fines de semana, la
pareja lleva dos meses de relación. Extraemos un fragmento de la carta enviada
por Vicente María:
Valencia,
septiembre 25/1885:
El día 1 o 2 del próximo mes son los exámenes y por lo
mismo en mi casa no me dejan ir a Villavieja con excusa de que me queda muy
poco tiempo para estudiar y me sería perjudicial el perder un día o dos.
«Apenas algunas cartas,
algún recuerdo de Libertad Blasco, su hija» decíamos. Dada la precariedad de información, resulta
obligado acceder a los fondos digitalizados, cartas, artículos, reseñas de
prensa que podamos encontrar en la Casa Museo, Biblioteca Valenciana,
y hemerotecas –únicos espacios posibles– para intentar un acercamiento a la
figura de la madre y esposa.
Reflejaremos esa labor en próximas
entradas.
2 comentarios:
No, no debió ser fácil compartir la vida con alguien así, que era pura vida.
Me sucede con tus entradas como cuando me lo contabas, tienes la gran capacidad de trasladarme al espacio en el que trabajabas, que yo aún no he visitado. Gracias por ello, Paco.
Interesante lo que cuentas, tal y como era en el carácter según lo que he leído por ahí, de Blasco Ibáñez, debía ser bastante difícil convivir con él. Nos fijamos mucho en la vida de los escritores, artistas y demás genios, pero quién tiene que convivir el día a día, por lo general, no se lo ponen fácil.
Tengo un poquito de experiencia, en este sentido, con un familiar cercano que pasaba algunas temporadas con nosotros y era un espíritu completamente libre, pero claro eso traía consecuencias.
Besos
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