El féretro de Vicente Blasco Ibáñez llega a la Lonja de la Seda
Como señala con precisión Blanco Aguinaga, entre Vicente Blasco Ibáñez, (escritor-empresario-aventurero; fiel al naturalismo en época de las vanguardias que persiguió –o fue perseguido– por riqueza y fortuna) y los escritores y crítica de su tiempo hay diferencias dignas de mención:
Frente a la legendaria sobriedad de los ideólogos
que reconocemos como del 98, la exuberancia; frente a la áurea medianía
económica de un Unamuno o de un Machado,
los dineros de quien durante la saison iba todo los días en “Rolls
Royce” desde su villa de Menton al casino de Montecarlo; frente al meditativo y
aquietado quietismo –agonías interiores– de los del 98 en su madurez, una vida
de arengas, cárceles, duelos, viajes y aventuras (políticas, comerciales o
puramente gratuitas) que entre los del 98 apenas alcanzó a soñar Baroja; frente
a las tiradas mínimas y casi exclusivamente locales, ediciones de millares en
varias lenguas. Contrastando «la tradición española» (¿el fondo?) con la
«superficie» moderna podríamos decir que frente a Castilla se levanta
Hollywood; contra don Quijote, Rodolfo Valentino [1].
Blasco, buscando elevar el
conocimiento del pueblo trató las costumbres desde una perspectiva social e
histórica sin perseguir el academicismo; escribía como él mismo dijo, por
necesidad y con independencia. En lo particular, entiendo que se puede leer a
Blasco con satisfacción y recrearse con Baroja, Unamuno o Machado sin problemas
de conciencia literaria.
Con sus publicaciones La Bandera
Federal (1889) y El Pueblo, diario republicano de la mañana (1894)
llevó la literatura y la política a un sector que, pese a ser mayoritario
carecía de representación y protagonismo lo que a mi juicio es, en esencia, la
confirmación de que Blasco Ibáñez se movía también por principios docentes.
El 28 de enero de 1928 fallecía en
Menton (Francia) sin ver la república con la que había soñado. El 29 de octubre
de 1933, dos años después de la proclamación de la II República española, sus
restos regresaron a Valencia a bordo del buque insignia de la armada española,
siendo recibidos en un acto multitudinario por el presidente del Gobierno, el alcalde
de Valencia, personalidades sociales y representantes políticos; grupos de
voluntarios trasladaron el féretro a hombros desde el puerto hasta la Lonja de
la Seda, donde se instaló la capilla ardiente. Tal vez estos honores provocaron
su rechazo final.
Literariamente
hablando triunfo e independencia no fueron buenos aliados para Blasco Ibáñez,
el costo fue quedar relegado durante años al silencio. Apenas acabada la guerra
civil cambiaron de nombre la plaza que en Valencia le estaba dedicada. En
Jerez, escenario de La bodega las
críticas a la obra de Blasco Ibáñez se sucedieron y la novela nunca llegó a las
librerías jerezanas, de forma misteriosa se esfumaron las remesas de ejemplares
que iban a ponerse a la venta. En 1967 las autoridades franquistas prohíben
–incluso en Valencia– celebrar el centenario de su nacimiento.
Su memoria fue borrada, sus libros
prohibidos, su familia perseguida y sus bienes incautados. Las obras realizadas
hasta ese momento en el mausoleo fueron destruidas y el solar donde se
asentaba, en un lugar privilegiado del Cementerio municipal, fue utilizado años
más tarde para construir el crematorio. A pesar de todo ello, sus restos se
conservaron, y reposan en la actualidad en un nicho ordinario, casi anónimo, en
el cementerio civil de Valencia[2].
Próxima entrada:
Doña María Blasco del Cacho.
1 comentario:
Un hombre esforzado y luchador, no hay duda. Murió antes de ver la república, por la que tanto se afanó en aquella España llena de corrupción y descrédito del sistema parlamentario... Hablo de entonces, claro.
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