La tupida sombra que los plátanos orientales con sus copas entrelazadas proyectan, parece negarse a admitir que el solsticio de verano ha terminado. En claro contraste el suave olor a castañas asadas que recorre el paseo anuncia pertinaz que el otoño envuelve a la población con su sinfonía de colores. El Palacio de Brandeso con su fachada heráldica a la sombra de sus viejos jardines, da testimonio de su genealogía.
Entre sus paredes, perdura agazapado un mundo de
siglos, rancio y con cuerpo, como el vino que se coge en la Fontela; en cada
rincón, en cada situación, surgen las pinceladas precisas. “Reinaba en la
biblioteca una paz de monasterio”.
En la hora mágica de las veladas junto al fuego de
la chimenea, donde “brillan los rubíes de la brasa”, el murmullo de la conversación,
torna al pasado, al linaje que envuelve a la familia: condes, marqueses,
obispos, mitos de la nobleza, privilegios ilustres o señoríos que para aportar
una nota literaria, se remontan a Don Roldán atraído por una sirena.
Los muros de Brandeso, conservan la sombra de la
anciana madre de Xavier culpando a Concha de sus extravíos. Bradomín describe a
su madre aportando la transcendencia de su linaje “No está en los altares por
haber nacido mayorazga y querer perpetuar sus blasones tan esclarecidos”.
Con precisión nos presenta Valle Inclán este Pazo de
Brandeso, con una serie de telones de fondo donde la nobleza se refleja imponiéndonos la solera de la realidad familiar. El palacio y sus habitantes
considerados parte de la historia de España crecen y se magnifican.
Valle Inclán vuelve a transmitir la plena sensación de un otoño -ahora generacional- que se desarrolla en el
interior, porque el otoño, su otoño, queda en ambos lados de los
muros de Palacio.
Imagen: Pazo de Ximonde Vedra (Santiago)
Imagen: Pazo de Ximonde Vedra (Santiago)