A
Jackie, su sangre aragonesa por parte
de padre le hervía. ¿Cómo era posible que una carta con la dirección: “Míster
Ibáñez, Valencia, Spain; debidamente franqueada no llegase a su destino? The post office, machaconamente le devolvía
la correspondencia una y otra vez con la estampilla: Wrong address. Ni corta ni perezosa se llegó a la embajada
española, el amable empleado nacido en Ponga (Asturias) había leído a Blasco,
pero en castellano.
- Me
parece que don Vicente ahora está en París, creo que tenemos la dirección. -Veamos...
-
Sí.
Aquí está, creo que esta es la buena.
Vicente Blasco Ibáñez
4 – Rue Rennequin
París (France).
Había
asegurado en su Club de Philadelphia
que conseguiría un autógrafo, una nota o –por qué no– un ejemplar de The four horsemen of the Apocalypse
firmado por Blasco Ibáñez.
Así
pudo ser el comienzo, también otro, pero, lo cierto es que Vicente Blasco Ibáñez
había olvidado la cesión de los derechos de traducción al inglés de su novela.
La recepción de esta y otras cartas, notas y recortes de prensa estadounidense
lo devolvió a la realidad del éxito y en consecuencia su celebridad en ultramar.
Estados Unidos quintuplicaba ya la población de España lo que dificulta las comparaciones para el lector europeo;
aun así, antes de llegar al año de su publicación traducida (1918 Dutton house New York), Four horsemen, alcanzó el medio millón
de ejemplares; a principios de 1920 llegó a su 150ª edición, sumando ya millón
y medio de ejemplares.
Esto
no hizo rico a Blasco, legalmente la traductora era la propietaria de la obra.
Ni
corto ni perezoso, como Jacqueline,
Blasco Ibáñez cambia el rumbo, acepta la invitación de la Columbia University (aunque muy traducido era un gran desconocido) e inicia una gira que lo enriquece de
experiencias y –ahora si– afirman su situación económica. Las conferencias
pronunciadas en español en el país de Roosevelt,
cumplieron la gran función literaria de potenciar el castellano por: California, Texas, Nuevo México, Arizona..., donde era entendido
sin problemas. En el resto los discursos eran repetidos por un intérprete.
El
Blasco colonizador que hubo de abandonar «Cervantes» y «Nueva Valencia» reaparece
heredero de aquellos exploradores del XVI, con la nueva herramienta de las
letras y España se posiciona culturalmente en el mundo anglosajón.