Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

miércoles, 23 de diciembre de 2015

EL NATURALISMO DE DOÑA EMILIA: Los pazos de Ulloa, Emilia Pardo Bazán


El Ángelus, Jean François Millet

La naturaleza, exuberante, salvaje y desnuda, presente constantemente en Los pazos juega un papel fundamental en la novela.
En algún lugar de nuestra entrada anterior de cuya posición no es preciso acordarse, figuraba -posiblemente con alevosía- el anterior párrafo. Pedro Ojeda desde La Acequia en los últimos párrafos de su entrada Contexto para comprender los pazos de Ulloa afirmaba que:
Emilia Pardo Bazán nos propone su propia adaptación del naturalismo frente al seguidismo ciego de otros novelistas europeos del momento.
Este no muy diestro artesano, quisiera, entretejiendo ambos mimbres, elaborar un cestillo en el que recoger el “Naturalismo a la española” de Doña Emilia Pardo Bazán. Veamos lo que resulta.
Tal vez, debiéramos empezar por decir que el Realismo, movimiento literario (también artístico y cultural) que el novelista francés Stendhal definió como “un espejo que refleja todo lo que ve en la realidad: lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo”; sustituyó  al Romanticismo en toda Europa. El salto cualitativo de uno a otro movimiento fue muy importante: se pasó de la narración idealizada:
“Llegaron dos doncellas que en el menor espacio de tiempo posible recogieron sus hermosos cabellos sobre su frente y los prendieron con una rica diadema de esmeraldas…” El doncel de don Enrique el doliente (Mariano José de Larra).
a la real:
“Nunca había parecido su cabeza [Julián fue decapitado][1] tan poética como en el momento en que iba a caer. […] Cuando Fouqué reunió las fuerzas suficientes para mirar, [Matilde][2] había colocado encima de una mesita de mármol, ante ella, la cabeza de Julián y la besaba en la frente…” Rojo y negro (Stendhal)
En España, el descarnado y analítico realismo francés no fue asumido en su integridad; evolucionó, partiendo del romanticismo rebelde de Larra, hacia supuestos locales con mayor carga de sentimientos apuntados ya en El cantar de Mío Cid, la novela picaresca y El Quijote. No todos los autores adoptaron las nuevas formas, algunos optaron por el mantenimiento del orden moral y la Iglesia Católica, otros por una sociedad progresista, liberal y anticlerical. Entre estos están Galdós, Clarín, Blasco Ibáñez… y Emilia Pardo Bazán; los tradicionalistas como Pereda o Alarcón no aceptaron el Naturalismo. 
Acotado el contexto, se impone hablar ahora de Emilia Pardo Bazán, sin perder el norte de lo que en su tiempo suponía: ser mujer, escritora, católica practicante, condesa, y para asombro de la época, defensora en parte de la particular forma en que Zola concebía la realidad. Doña Emilia rechaza de Zola los aspectos morbosos y repugnantes pero admite cierta aspereza en descripciones y lenguaje; defiende en suma la forma, no el objetivo. “Le agrada el espíritu moderno y científico de la época, pero rehúsa reducir al hombre a máquina determinada por causas exteriores y ciegas” (Manual Pedraza, Literatura del Realismo).
En Los Pazos, el Naturalismo es más humano que el de Zola, podríamos decir que: optimista,  tierno y compasivo. Su visión de lo natural señalando la contraposición entre la idílica visión del campo  y los instintos primitivos de la vida rural tiene un papel importante en la narración. Mantiene temas recurrentes en el movimiento como la crítica contra algunas realidades: la oligarquía, el caciquismo, la corrupción política, la moral corroída por el adulterio, las diferencias sociales y la manipulación de los votos. Contiene descripciones detalladas y extensas, posiblemente excesivas para el lector de hoy. La figura del sacerdote, consejero y guía en unos casos, encubridor manipulador a veces; enamorado en otras. A este respecto, Pardo Bazán cubre la relación de Julián bajo la envoltura de la protección al débil (Nucha y Manuela) dotando al cura de un aire de ingenuidad: “Desnudose honestamente colocando la ropa en una silla a medida que se la quitaba”.

Historia, naturaleza, religiosidad, paganismo, violencia, sensualidad, feudalismo, barbarie, ciudad, campo y naturaleza forman el entramado de Los Pazos de Ulloa que, bajo el marco de la vida rural gallega, se refleja en el espejo Naturalista de Doña Emilia Pardo Bazán.



[1] Acotación mía
[2] Acotación mía

miércoles, 16 de diciembre de 2015

CUANDO DOS MUNDOS CHOCAN: Los Pazos de Ulloa, Emilia Pardo Bazán

Cueva carbonera
Oblicuamente, a intervalos, entre el motín de amenazantes nubes grises, los rayos de sol caían en los zarzales y setos.
Jinete de escasa maestría hípica, colorado como pimiento choricero, cubierto el negro traje de dudoso corte con el polvo ocre del camino, el curilla, imberbe, se balanceaba con más miedo que vergüenza sobre el arzón, asido  con una mano a las riendas y la otra al cuello del jaco.
Espaciadamente primero, atropellándose unas a otras después,  las gotas de agua traspasaron la barrera del pinar deslavazando el sombrero de teja amarronado por el tiempo; de su ala, al compás de la caballería, cortinillas de agua ora delante ora detrás, buscaban encontrarse con el polvo -ahora barro- del camino. Las nubes,  oscureciendo aún más la bóveda del bosque y la tarde que declinaba daban a caballero y montura el aspecto de fantasmagórico “mobile art”.  En medio de la tragedia la suerte se puso de su lado en forma de boca de cueva carbonera, que vino a aliviar la situación dando cobijo al dúo viajero.
Bien la satisfacción de estar a cubierto, el calor húmedo y pegajoso de la cueva o la vegetación que desde su resguardo podía contemplarse trajeron a Julián Álvarez el recuerdo de una lectura: “la lluvia es madre y madrastra, riega e inunda, salva y mata”. La sentencia vino a ser para el futuro capellán administrador de los Pazos de Ulloa como una premonición de lo que le tenía reservado su nuevo destino: el choque entre dos mundos; el rural, y el urbano.

MADRASTRA
Físicamente fuerte, don Pedro Moscoso, a la sazón marqués de Ulloa, incapaz de dominar sus instintos, violento e inmoral, encarna la naturaleza salvaje. Auténtico señor feudal mimetizado con las fuerzas naturales, se rodea de cuantos, como él, viven aislados de la civilización.
Su mayordomo, Primitivo, gobernante de facto de los pazos y la comarca del Cebre, capaz de emborrachar a su nieto, es la personificación de la brutalidad.
"Y metiendo en la mano del niño la moneda de cobre y entre sus labios la botella destapada y terciada aún de vino, la inclinó, la mantuvo así hasta que todo el licor pasó al estómago de Perucho".
Sabel, encarna la vitalidad de la naturaleza de la que su vida es reflejo; actúa sin prejuicios en función del instinto y la oportunidad. Permite, inmersa en ese mundo bárbaro el maltrato de Perucho sin que ello en el contexto del ambiente narrado suponga desamor.

MADRE
Julián, educado en Santiago, incluso salvando su condición de cura, tiene convicciones morales totalmente opuestas a las de don Pedro. Débil por naturaleza, su formación no ha sido capaz de dotarlo de la fortaleza necesaria para superar un temperamento nervioso, aspecto afeminado y un  exceso de puritanismo.
“Con los replugos de una monja y pudores de doncella intacta”
Marcelina (Nucha) educada y criada en Santiago, no la más agraciada de la hijas de don Manuel Pardo de la Lage, pero sí, la más bondadosa, -flor de ciudad trasplantada a la naturaleza salvaje- ha de casarse con don Pedro Moscoso precisamente por la intervención del cura. Profundamente espiritual, se ve incapaz de sobrevivir en el primitivismo de los Pazos. Su debilidad, también física se contrapone especialmente durante la gestación y el parto de Manuela con la facilidad con que parió la criada a Perucho.

***
En Los Pazos de Ulloa hay dos grupos humanos representados o representativos del medio en que viven: el fuerte, perteneciente a la tierra salvaje y primitiva y el débil: trasplantado de la ciudad sin posibilidad de adaptación a usos, costumbres o paisaje. La naturaleza, exuberante, salvaje y desnuda, presente constantemente en Los Pazos (Naturalismo), juega un papel fundamental en la novela y así lo manifiesta el narrador en referencia al curita:
“La naturaleza le parecía difícil de comprender y casi le infundía temor…”
No ocurre tal a don Pedro y los habituales en los Pazos. Su vida corre pareja a la evolución de la naturaleza sin freno a la oportunidad y el instinto.
La vida de los pequeños Manuela y Perucho encuentra su desarrollo en la segunda parte de Los Pazos: La madre naturaleza.