Tiempo ha que, para el desocupado lector, música y
poesía eran cosas diferentes. Años después (curso 2013-2014) el profesor nos
hizo ver que poesía es la música de la palabra. El Romancero gitano de Lorca se
enseñoreo de la clase tomando protagonismo:
Antoñito el Camborio, Muerto de amor, Romance sonámbulo…, de este último
con el trasfondo musical de Manzanita[1] y
Ketama representantes de
la fusión del flamenco con otros géneros (aprender no es solo estudiar) emergió
con mayor fuerza Verde que te quiero verde y de él sus símbolos: Mar, verde,
pozo, espejo, caballo, plata.
Así
comenzó todo, luego llegó Lope que atendiendo a Violante me enseño lo que era
un soneto.
Tras
no pocos esfuerzos consultas y buena voluntad me dejé abducir por Góngora su Polifemo y Soledades con el trabajo añadido de llegar con cierto decoro a «rima,
medida, silva, hipérbaton, tropo…».
Hoy, este mes, abordo una poesía inédita (acepción 3: desconocido, nuevo), para mí.
El
más «resultoso» de los procedimientos para su comentario es acudir a la
contraportada del libro, las reseñas de La Acequia y a la Wiki
desde donde nos percatamos de estar ante una “literatura casi desnuda” en la
que la narración se reduce a lo fundamental, conciso y superficial; con lo que
el desocupado lector ha de aumentar su actividad y, como en Volver a empezar
de José Luis Garci «rascar» de nuevo al margen de rima, hipérbaton, tropo para
descubrir en El escenario una prosa truncada, fragmentada que habla de
suspiros, angustias, recuerdos y nostalgias. Es, entiendo, un observar –sin prisas–
la vida y la muerte.
Así
lo veo.
[1] En 1978
graba su primer disco en solitario, Poco ruido y mucho duende,
alcanzando gran éxito el tema Verde, adaptación del poema de García Lorca.