La casa de Bernarda Alba ópera del compositor y
director de orquesta Miquel Ortega estrenada el 10 noviembre del 2018 en el Teatro
de la Zarzuela.
Sé
que Lorca siempre es actual, lo sé, pero hoy tras su relectura me lo parece
más, si cabe. La casa de Bernarda Alba
concluida por Lorca en junio de 1936, se estrenó en Buenos Aires en marzo de
1945. En España no subió al escenario del teatro Goya de Madrid hasta el 10 de
enero de 1964.
El
pasado año 2018 se cumplieron 40 años de la legalización de la píldora en
España, su venta, exposición y divulgación de información sobre métodos
anticonceptivos fue delito entre 1941 y 1978 y el aborto no se despenalizó hasta
1985.
Contrastar
estas fechas abre camino a la reflexión sobre como con el teatro por
herramienta pueden aflorarse vicios ocultos en la estructura de una sociedad
hipócrita constreñida por las buenas formas de la apariencia y el «qué dirán».
Hace ya 83 años con un oscurantismo galopante por telón de fondo Lorca presentó en esta
obra el drama de cuatro mujeres privadas de manifestar sus impulsos emocionales y puso en evidencia que el apetito sexual femenino a pesar del tabú, ya
existía.
Protagonizan
la obra diecisiete mujeres, el hombre, solo un hombre, Pepe el Romano, es una sombra en el reparto. Desde el título mismo –creo– viene a proponerse un acercamiento al
tema: «La casa». No Bernarda, ni las hijas ni Adela ni La Poncia, sino la casa
entendida como sociedad en su conjunto.
Quiero ver otras claves:
Bernarda, a quien el lector/espectador
odia antes de su aparición tras la presentación que de ella hace La Poncia (¡Mandona! ¡Dominanta!), asume el rol de
las conveniencias sociales escenificando con sus hijas la situación de buena
parte de aquellas mujeres españolas, magnificada con la anulación total de la
libertad.
Dolor impuesto. El fallecimiento del
padre lleva a la reclusión domiciliaria durante años como manifestación de
luto. La madre liberada «del respeto debido» por muerte del marido toma el
papel de opresora, conforme con la esclavitud de la apariencia.
Conciencia de clase y honor. Clase
entendida como riqueza. Honor como imagen visible al público. Hablando de
honor, en la calle una joven soltera es arrastrada y lapidada por el vecindario (mató a su hijo para ocultar su vergüenza).
No
hay liberación posible, Adela, la hija menor, inicia el camino pero la andadura
termina en suicidio. Josefa, la abuela, se evade por la locura.
La píldora que tal vez hubiera evitado el suicidio de
Adela y la lapidación de la hija de La
Librada era ciencia ficción cuando Lorca escribió La casa de Bernarda Alba.
No
había otra solución: locura o muerte.