Va
ya por la segunda –o tal vez la tercera– vez que leo Cien años de soledad y en cada una de ellas como acontece con El Quijote veo una obra diferente, o al menos
con matices diferentes. La primera, avivado el deseo por la presión
publicitaria, se perdió en la torrentera de palabras que se enredan una y mil
veces en el entorno de Macondo y la familia Buendía, intentando reinterpretar
la ficha del realismo mágico. En esta ocasión me pregunto si la magia no será
realmente fantasía camuflada de surrealismo por la imaginación de don Gabriel
García Márquez y es que hoy, la veo como un cuento para mayores que me acompaña
como en su día lo hiciera La alfombra
mágica o La Cenicienta.
Veo
fantasía en el enredo de nombres que se repiten con el binomio
Arcadio-Aureliano; en el «érase una vez» de las aventuras de sir Francis Drake
que el primer Buendía contó a su nieto y fantasía veo en la página que, día a
día, durante cien años, escenifican la familia de Úrsula y Arcadio.
Resulta
a mi juicio fantástica con resonancias bíblicas la fundación de Macondo (la tierra
prometida):
En su juventud, él y sus hombres, con
mujeres y niños y animales y toda clase de enseres domésticos atravesaron la
sierra buscando una salida al mar...
También
los amores, con el lastre de una maldición, de Úrsula y Jose Arcadio que si se
casaban y consumaban el matrimonio (eran primos) engendrarían iguanas en vez de
niños (pecado original):
Úrsula se ponía antes de acostarse un
pantalón rudimentario [...] que se cerraba por delante con una gruesa hebilla
de hierro.
[...]
Blandiendo (Jose Arcadio Buendía) la
lanza frente a ella le ordenó: «Quítate eso». Úrsula no puso en duda la
decisión de su marido. «Tú serás el responsable de lo que pase».
Como
en todo cuento el amor encuentra dificultades, triunfa y las supera.
Cien años de soledad puede ser magia, fantasía, remedo del
paraíso perdido; todo y mucho más. Nos planteamos de nuevo la lectura sin más
exigencia que el placer de interpretarla de nuevo.