Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

jueves, 23 de febrero de 2012

Duchamp, Bradomín y el cambio de identidad. Sonata de invierno



En ocasiones las ideas nos persiguen obsesivamente hasta llevarnos a situaciones contradictorias, a razonamientos que aparentemente nada (o sí) tienen en común. En la persecución perdemos la batalla, la idea persiste hasta que de palabra o por escrito le otorgamos la libertad.

Marcel Duchamp, “El hombre que encuentra  la belleza de las cosas feas”, a quien algunos acusan de asesinar el arte y otros defienden como libertador de las tiranías que definen lo bueno y lo malo, creó  un alter-ego, (Rose Selavy), con el que buscaba otra identidad sin abandonar la propia, (anteriormente firmó  su famosa “fuente” con el seudónimo de Matt).

Bradomín, el ínclito marqués de Valle Inclán -herido sin gloria- cuando llega a la conclusión de que no hay más solución que amputar el brazo dice: “Sólo pensé en la actitud que a lo adelante debía adoptar con las mujeres para hacer poética mi manquedad”. El marqués quiere para sí la identidad del Manco de Lepanto. La gloria del soldado al servicio de la causa (la carlista fue fallida), por encima de la de escritor. También como Duchamp aprecia la fealdad: “Por primera vez gusté ante mi fea manquedad”.

Bradomín se define a sí mismo cuando comprueba la buena impresión que su mutilación causa en las mujeres. Se siente pagado, resarcido de los dolores tras la estupidez del azar.

Marcel Duchamp define su vida: “He tenido suerte, una suerte estupenda. Nunca he pasado un día sin comer y nunca he sido rico”.

Notable y notoria diferencia que me lleva a recordar a Voltaire cuando en referencia a las invasiones germánicas que dieron al traste con el Imperio Romano afirma: “Los conquistadores llevaron por todo Occidente su ignorancia y su barbarie. Todas las artes perecieron”.

Hoy sabemos  que afortunadamente, en la  actualidad, las artes conviven sin destruirse y así, Cultural Cordón, pone a nuestro alcance el acontecimiento internacional de una exclusiva muestra de Marcel Duchamp.

En esta ocasión, como en tantas otras me asalta la pregunta.
Paco:
¿Cómo has llegado hasta aquí?
¿Quien te manda meterte en estos jardines?





jueves, 16 de febrero de 2012

Manejo de los elementos. Sonata de invierno.



El “manejo de los tiempos” – que, a decir verdad no sé lo que significa-  parece ser, por lo repetitivo, de vital importancia en el momento actual. A este lector posiblemente por asociación de palabras, la frase en cuestión le ha llevado a otra: “el manejo de los elementos” necesario para construir una obra literaria.
En  Sonata de otoño, la descripción de la tierra natal de Valle Inclán transformaba la palabra escrita en imágenes perfectamente apreciables para el lector. En Estío la variedad de la tierra mexicana se nos ofrece como paleta de pintor colorista y variada. En Primavera, la narración nos transporta a  escenarios místicos y recoletos dentro de la tierra italiana.
En Sonata de invierno el paisaje navarro está tejido con los mimbres anteriores, manejados con exquisito cuidado para no significarse en exceso y mantener la credibilidad sobre una tierra desconocida entonces para Valle. En esta última sonata define el escenario sin la precisión anterior. Con elementos climáticos: nieve, lluvia, aire y algunos -pocos- físicos,  difusos y lejanos; con parquedad en las pinceladas “El viento de los montes nos azotó tempestuoso, helado, (…) la carretera se desenvolvía entre lomas coronadas de ermitas”. En los entornos más próximos (jardín plaza), la relación con anteriores paisajes es aún más nítida: “Caserón de altas tapias”. “Rejas mohosas”. “Huerto triste”. Reminiscencias de Brandeso y Gaetani.

Valle Inclán hizo su primer viaje a Navarra en 1909, descubriendo una tierra que le recordó a  Galicia y Castilla, y  a la que amó.

"Si hubiera venido antes, querido Argamasilla, le habría dado otro ambiente a Los cruzados” dijo en referencia al ciclo de tres novelas que escribió sobre la Tercera y última Guerra Carlista. “Los cruzados de la causa”, “El resplandor de la hoguera” y “Gerifaltes de antaño”, escritas entre los años 1908-1909.

Falta por tanto la sensación de  naturaleza vivida, tan real, tan palpable, que nos ha acompañado en las anteriores entregas.

  Imagen: Taringa

jueves, 9 de febrero de 2012

Bradomín de las causas perdidas. Sonata de invierno



Que Bradomín camina siempre por el borde de la norma, es algo sabido.  Mejor rectificamos: camina siempre fiel a su norma y a su poder seductor, favorecido por su esclarecido linaje. Tiene por oficio ser galán, poeta y mantenedor de todas las pasiones.
En lo político -nobleza obliga- Valle Inclán lo hace continuar por la misma línea, destacando, aquí,  en Sonata de invierno, íntimamente ligado  al bagaje histórico del Marqués el romanticismo de los curas guerrilleros y la legitimidad de un rey. El Carlismo porta la aureola romántica de las causas perdidas y Bradomín – Valle, no quieren ser otra cosa que tradicionalistas.
Asistimos a un  romanticismo que al igual que Bradomín lleva aparejado –en este caso por la guerra- un tanto de sadismo:
“Los soldados que vienen con usted (dice sor Simona) han hecho verdaderos horrores”.  Esta afirmación hace que el Marqués destape el ánimo guerrero, despótico y feudal. Siente que el horror es bello, aplaude el saqueo de los pueblos y a los soldados que violan a las doncellas.
La tradición, esta tradición basada en el abuso  es dice,“bella como un romance y sagrada como un rito”.
Romanticismo y abuso, ideales y guerra civil. El dramatismo de un periodo de España, visto desde el prisma amable de las Memorias

jueves, 2 de febrero de 2012

Haberlas. Haylas. Sonata de primavera



Es de justicia comenzar diciendo que las meigas, tan arraigadas en la tradición popular asturiana, y especialmente en la gallega, se diferencian de las brujas en que estas actúan siempre con maldad, llegando a pactar con los demonios. Las meigas, por el contrario, son conocidas como curanderas y videntes, las gentes acuden a ellas para ser curadas con sus rescritos, ensalmos y conjuros.
Tras publicar la Sonata de estío, debió quedarle a Valle Inclán, el vacío de la superstición de su tierra gallega que tantas otras veces sacó a la luz. No es por tanto de extrañar que en Sonata de Primavera, aún rodeado por las vides y olivos de la campiña de  Ligura se asome al mundo de la magia, el misterio y el hechizo, en ausencia de la Santa Compaña casi inevitable en el paisaje gallego.
Bradomín -lo hemos visto- se acompaña de una religiosidad ficticia arropada por las fuerzas del infierno agazapadas tras su honor de caballero. El diablo, jugador de ventaja, siempre presente en hechizos y conjuras, debió ser quien puso en manos de la vieja hechicera el anillo destinado a causar su desdicha. Las fuerzas del bien, imbuidas quizá por María Rosario y personificadas en el oportuno monje benedictino “no dudo que es vuestro Ángel quien se sirve de mí para salvaros la vida”, acuden al rescate -inmerecido- del casquivano noble.
La narración, por deseo del autor, continúa con reminiscencias gallegas. La casa con la cornamenta de buey en el tejado y la vieja hechicera hilando a la puerta -aire fantasmal de brujería-  en la que la altanería de Bradomín ha de plegarse a las intenciones maléficas de la bruja, contrastan con el misticismo del palacio de Gaetani.
Tal vez ha querido Valle Inclán destacar algunos fundamentos de la tradición popular. La brujería esconde una falsa religiosidad y sus resultados son contemplados desde el lado de la fe como influencias diabólicas.
“De repente (María Rosario), con una fuerza trágica se descubrió el rostro y clamó enronquecida:
“¡Aquí peligra vuestra vida…! ¡Salid hoy mismo!

Imagen las tres Moiras  (Mitología griega). No es lo mismo, pero…..
Personifican el destino. Eran tres: una hila el destino en su rueca, otra devana el hilo dirigiendo el curso de la vida, la tercera  corta el hilo de la vida eligiendo la forma de la muerte.