Ha pasado un tiempo, tal vez mucho, no
lo sé y como tantas otras veces -tú de mi brazo- paseamos por el parque escenario de mil proyectos algunos realizados. Nuestro parque recorrido en
aras de obligada austeridad día sí y día también cogidos de la mano primero y
enlazados por la cintura cuando la confianza era mayor, ejerce ahora de notario
en recuerdos apetecidos con la tranquilidad y la calma del tiempo. Remodelado
ahora es el mismo, pero ha cambiado, nosotros también; no sé si es más bonito,
sí que, como nosotros, es más viejo. Nunca entendí el sentido peyorativo que se
da a la palabra viejo, a mí me parece entrañable, los hispanos a mi juicio más
acertados que nosotros dicen “mi viejito”.
La sociedad, como el parque ha
cambiado, pero uno echa de menos las plazas llenas de niños, las puertas
abiertas, las voces en el patio de vecindad, la familia. ¿Nostalgia? No. Sucede
que imágenes nuevas en espacios conocidos avivan el recuerdo cuando, sin
asombro, contemplamos como parejas libres y despreocupadas se besan sin aquel
rubor que atenazó nuestra juventud; padres que cambian el pañal o dan el “bibe”
a sus hijos mientras la madre lía un pitillo. Amiga que esto lees: te preguntarás
por qué un hombre que cambia un pañal es un campeón y si es una mujer solo hace
lo que debe. Yo también.
En el micromundo del parque, dos
chiquillos traen en jaque a una pareja de palomas urbanitas que se arrullan en
el respaldo de un banco: “como mamá y papá antes” –dice la niña.
-¡Papá!... ¿Mamá y tú no vais a
volver?
Empezar es fácil, lo difícil es
mantenerse. El amor ha cambiado su condición de “eterno” por la de pasajero. Lo
idílico se acaba y la convivencia es de duración variable, las personas se
enamoran se desenamoran y se separan. “Pareja” comprende tanto al matrimonio
civil, al de la iglesia, a quienes conviven sin más contrato que el verbal, a
las parejas homosexuales… En los últimos cinco años casi quinientos mil niños han
vivido las consecuencias de la ruptura de pareja. Ningún tiempo pasado fue
mejor pero tal vez haya que revisar nuestros valores como sociedad, tal vez
haya que volver la vista atrás y renunciar a algunos caprichos, tal vez sea
prudente -sin perder libertad- hacer más concesiones.
Imagen: Milagros Parache Solana
6 comentarios:
Buenos días, Paco Cuesta:
No pensaba que la estadística había dado ese número tan elevado para los niños, hijos de parejas rotas.
Se vive demasiado deprisa.
Pienso, también, en los abuelos de esos pequeños.
Abrazos.
¡Con qué alegría nos entregamos a la pareja!... los primeros días.
Peor era la situación de los niños hijos de padres obligados a vivir juntos sin amarse. Lo de ahora no es el Paraíso pero el divorcio cerró infiernos. Fuiste afortunado
Besos Paco.
Qué difícil es ese momento, Paco, en el que uno decide separarse. Y cuando ambas soluciones -separarse o no- pueden ser igual de malas...
Un abrazo.
Puede, Paco. Otras veces mejor
un buen divorcio que que sigan casados y se maten
el uno al otro. O la violencia verbal sea tal
que afecte seriamente la salud emocional de
los hijos.
Claro que ante las crisis como planteas, mejor sentarse
a aclarara los tantos y tratar de arreglar el matrimonio,
aunque sea, o mejor incluso, con ayuda experta que sea neutral,
antes de pensar en un divorcio.
Justamente en estos días pasados me pidieron intervención (ella)
en una crisis de pareja (8 años casados, 35-41 años de edad, Sin hijos).
La preparé a ella para que primero hablara con el marido para que este pudiera
abrirse, ambos pudieran abrirse, y hablaran de los que le pasaba,
pero ya era tarde, él había elegido apartarse de ella emocionalmente (sin jamás haber hablado de lo que le pasaba y de como podían mejorar la relación) y con la rapidez de una saeta se proveyó reemplazo femenino, así que ante eso: divorcio, como te imaginarás. No hay vuelta atrás.
Besos
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