La gitanilla. detalle en el monumento a Cervantes (Madrid)
Rebautizados
como Rinconete y Cortadillo; Rincón y Cortado, desterrado aquel, huido este,
vienen a ser dos pillos que ubicados en
la particular sociedad de los amigos de lo ajeno buscan la inmunidad bajo el
paraguas protector, estrecho y controlado del señor Monipodio.
Las
mujeres de Rinconete y Cortadillo son…
poco escrupulosas, no muy inteligentes y la honra, para ellas, está en
impreciso término. Cervantes las describe con nombres peculiares y anteponiendo
–por si hubiera duda– el artículo la
junto a su nombre. La Gananciosa y la Escalanta entran con Monipodio: «entraron
con él dos mozas […] llenas de desenfado y desvergüenza: […] en viéndolas
Rinconete y Cortadillo conocieron que eran de la casa llana y no se engañaron
en nada». Después, entra Juliana la Cariharta quejándose del trato recibido por
su «novio»: «y allí entre unos olivares, me desnudó, y con la petrina […] me dio
tantos azotes que me dejó por muerta». La Gananciosa la consuela al modo y
manera que corresponde a su oficio: «Porque quiero que sepas que a lo que se
quiere bien se castiga; y cuando estos bellacones nos dan, y azotan, y acocean,
entonces nos adoran».
Las
mujeres aquí son lo que son: el reverso de la medalla de Las novelas en las que la mayor parte de las damas reúnen todas las
cualidades físicas, espirituales y sociales.
Cervantes,
obstinado vuelve al robo –de personas y libertades– en La gitanilla. Preciosa, la noble gitanilla, es honesta entre
ladrones, limpia entre gente sucia, bella: «Ni los soles, ni los aires, ni
todas las inclemencias del cielo, […] pudieran deslustrar su rostro ni curtir
sus manos».
Juan
de Cárcamo, deja todo por amor y acepta vivir como el gitano Andrés Caballero
con tal de que Preciosa le acepte como esposo: «determiné de hacer por ti cuanto
tu voluntad acertase a pedirme […] pues, es tu gusto que el mío al tuyo se
ajuste y acomode, cuéntame por gitano».
Recalcitrante,
Cervantes retoma el tema del rapto en La
española inglesa con Isabela: «la más hermosa criatura que había en toda
la ciudad», obligada a vivir en Inglaterra (enemiga de España al menos en
aquellos tiempos) en calidad de esclava si bien en una familia noble de corazón
y rango cuyo hijo se la declara. Ella escucha «con los ojos bajos mostrando que
su honestidad igualaba a su hermosura y a su mucha discreción su recato». También
queda destacada en Las novelas ejemplares
la belleza espiritual cuando Isabel (Isabela) pierde temporalmente –Ricardo (Ricaredo)
no lo sabe– la belleza física:
«yo Isabela desde el punto que te quise fue con otro amor que aquel que tiene su
fin y paradero en el cumplimiento del sensual apetito […] tus infinitas
virtudes me aprisionaron el alma, de manera que, si hermosa te quise, fea te
adoro».
Las
damas bellas, discretas y nobles aun sin ser de linaje son amadas por sus
caballeros. El tema del honor en la mujer merece a los ojos de Cervantes lugar
destacado en sus Novelas. La mujer
está dispuesta a perder la vida en aras de la castidad, la honestidad y el
honor como queda expuesto en otro pasaje de La
gitanilla:
«aunque
soy gitana pobre y humildemente nacida […] una sola joya tengo que estimo más
que a la vida, que es la de mi entereza y virginidad […] Si vos, señor, por
sola esta prenda venís, no la habéis de llevar sino atada con las ligaduras y
lazos del matrimonio».
El
matrimonio, a veces forzado u obligado era la solución. Los tiempos han
cambiado, el mensaje permanece.
3 comentarios:
Y el caso es que todo esto -lo uno y lo otro- existía en una sociedad que de puertas afuera se vestía las galas imperiales. Evidentemente, para la gente de abajo no regían los códigos de honor y honra...
Excelente, Paco.
Resulta extraordinariamente bipolar esta distinción entre la clase alta y la clase baja. ¿No había ninguna rica fea y deshonesta? ¿No había ninguna mujer del pueblo, que no hubiera sido robada, que destacara por sus virtudes? El que el origen sea determinante para virtud y hermosura en las mujers, los hombres parecen tener más resortes, parece al día de hoy un poco forzado.
Lo que dice Carmen, hoy suena todo eso a forzado. Las mujeres pobres no eran listas, ni guapas ni virtuosas. Y se las trataba a golpes porque se las quería mucho, pobre Cariharta. Pobres mozas del partido. El sol les comía los colores y les arrugaba el pellejo tempranamente, al carecer de la genética de Preciosa tan preciosa.
Perdona,me sale la vena feminista.
Un placer pasear por tu atinada entrada, un abrazo Paco.
Publicar un comentario