Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

jueves, 20 de noviembre de 2014

Monólogo. Nada, Carmen Laforet


  -La noche, por esa multitud de extrañas razones que nuestro subconsciente guarda, no fue muy propicia al descanso y, como siempre ocurre, cuando  la ciudad despertaba envuelta en una “pertinaz[1]” niebla, Morfeo me envolvió en ese agradable sopor del duerme-vela que como siempre ocurre, pone broche a una noche insomne. La “pertinaz”, consciente de que había de engendrar una tarde de paseo se batió en retirada. Los árboles lucían orgullosos ese amarillo que les es propio a final del otoño. La opción, dado lo temprano de la hora solo podía ser una: tras el desayuno, olvidar el coche y hacer el trayecto estrenando la alfombra amarilla del parque mientras pensaba algo para el blog sobre Nada y Carmen Laforet o viceversa.

  -Lo primero que me vino a la mente fue el momento histórico: 1944 y la censura que curiosamente no puso especiales reparos a la obra, aunque fue interpretada de manera muy distinta por los dos censores que la revisaron. Uno de ellos la consideró una “novela insulsa, sin estilo ni valor literario alguno”. Al otro le pareció una “narración inmoral y contraria a la doctrina de la Iglesia”. Los sectores más reaccionarios del régimen la criticaron ásperamente porque no encajaba con la ideología del nacionalcatolicismo. Eran los tiempos del lenguaje oficial grandilocuente y tal vez, la precisión y sencillez de un modo de expresión desprovisto de énfasis le otorgó singular éxito no solo de  público sino también el reconocimiento de gran parte de los intelectuales del periodo, incluidos los exiliados.

  -Habrá que atender al criterio de Carmen Laforet –pensé mientras caminaba- y olvidar el tan traído y llevado tema de la autobiografía. Claro que -seguía pensando- Nada, tiene influencias de las corrientes de pensamiento y tendencias literarias de su tiempo, pero Laforet  no entiende la novela como un instrumento de crítica y denuncia de las injusticias sociales y sí como  reflejo de la realidad inmediata.   Sus personajes viven en conflicto con la sociedad, pero buscan una solución individual a su vida, sin ninguna pretensión de transformar el mundo.

  -La mullida alfombra amarilla  se hacía más tenue por momentos mientras pensaba en la  historia de lugares y personas que rodearon a Andrea desde octubre de 1939 a septiembre de 1940. La casa representa el pasado, en ella pervive  la violencia, los personajes que obligados la habitan dependen unos de otros y Andrea es mudo testigo de todo. La Universidad es el apetecido futuro, el espacio liberador, donde Andrea hace nuevos amigos y puede moverse en libertad.  Vía Layetana donde viven Ena y Jaime, el estudio de Guíxols y la mansión de Pons, alivian el enclaustramiento que supone la casa de Aribau.

  -Dos perros corren felices entre la ingravidez de las hojas que ellos mismos provocan saltando. La verja del parque cierra el monólogo, al otro lado de la calle en la cafetería, Ana, como cada día me espera para tomar el primer café de la mañana antes de comenzar el trabajo.

  -El tema de Andrea narradora también es interesante. Tal vez la próxima semana.



[1] Reminiscencia de la época (1939-1940) en la que se desarrolla Nada

6 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Es curioso cómo Carmen Laforet aborda el análisis de la sociedad desde la voz de la protagonista: un microcosmos de la sociedad del momento en el que solo puede haber, como dices, soluciones individuales ante un presente plomizo.
Buen paseo.

Anónimo dijo...

Me sigue pareciendo increíble que la sociedad de la época dejara escribir a una jovencita esas verdulerías e indecencias.

También era otoño cuando Andrea llega a la calle Aribau.

Buena galería de personajes femeninos.

Abejita de la Vega dijo...

No veo verdulerías ni indecencias por ningún lado. Si el de arriba lo dice, sus razones tendrá.
Lo que hay en "Nada" es vacío existencial que se consideraba más indecente aún que las verdulerías, en aquellos tiempos de misa diaria y catecismo.
Mi paseo de casi todos los días termina en donde has hecho la foto, ese tramo último del Parral que da a San Amaro. Tu foto es muy bella, invita a pasear por allí, con un libro, "Nada" mismamente.

Una joven metida en un piso donde todos se muestran enloquecidos, sean muebles, personas o animales. Hasta los grifos se retuercen.

Besos, Paco.

Ele Bergón dijo...

Los censores como siempre, equivocándose de medio a medio. Ni sé cómo fueron capaces de sobrevivir la mayoría de las personas que tuvieron que pasar esa dura posguerra.

Andrea es una espectadora de lo que ocurre y lo va contando a la vez que nos muestra con pinceladas y sin implicarse demasiado, con excepción del hambre, lo que ella va sintiendo.

El mundo de la casa de la calle de Aribau y lo que pasa fuera de este recinto es como la niebla espesa que tú has sentido, antes de dar el paseo y la tarde tan maravillosa que queda en esa alfombra de hojas secas y que Mª Ángeles, como tú , tan bien conocéis. Burgos será frío, pero también tiene paisajes hermosos como el de tu foto .

Un abrazo

Luz

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, Paco Cuesta:

Excelente fotografía.
La censura, cuánta inmoralidad veía en las cosas más sencillas.
En Barcelona apetece tener abiertas las ventanas casi todo el año. Y salir a la calle.
Me llamó la atención que no sacaran al bebé a respirar el aire y disfrutar de la luz.
Capítulo IX -Pág.151.
“El niño, espantadizo, se agarraba al cuello de Juan. No le sacaban de paseo casi nunca, y aunque estaba gordo, su piel tenía un tono triste al darle el sol.”
Otro más de los estragos de la guerra y la represión fanática, la capacidad de ambas de enloquecer a las gentes.

Abrazos

kr dijo...

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