Tal
vez, como acto reflejo ajeno a nuestra voluntad, cuando tomamos contacto con narraciones
sobre usos y costumbres de la alta sociedad, de la nobleza (valga partir del XVIII),
nuestro sentido crítico se agudiza; nos ponemos en guardia y una pregunta surge
espontánea: ¿Y las clases inferiores qué?
Y
es que ha sido necesario mucho tiempo para llegar a la –aun incompleta-
igualdad social de hoy. De hecho, hasta bien entrado el siglo XX pese a los
esfuerzos da no pocas publicaciones, la novela social y los recién llegados
(1975) partidos políticos, por cierto hoy tan cuestionados, los términos
libertad, igualdad eran solo un deseo de las clases inferiores, de la plebe,
que, en cualquier tiempo, sin pompa y normalmente en circunstancias adversas ha de luchar para ser
escuchada.
Carmen
Martín Gaite de la que tanto aprendemos a través de Usos amorosos del dieciocho en España, pone de manifiesto que ya en
el XVIII las clases inferiores contaban: el tema es menor y si se quiere de
costumbre, pero deja sentado el advenimiento de la plebe: “damas de alto rango
se atrevieron a romper esa costumbre y salieron por las calles de Madrid con
basquiñas de color púrpura y de otros colore vivos” –afirma Martín Gaite. Fue
la reacción popular la que puso coto a la transgresión de tan impía costumbre y
una orden real prohibió el uso de las basquiñas que no fueran negras. El asunto
como dije es menor, costumbrista, pero política y socialmente muy interesante.
La voluntad popular prevaleció sobre el criterio de la nobleza que,
acostumbrada a imponer modelos de comportamiento hubo de admitir la crítica de
las clases inferiores hacia sus privilegios.
Situaciones
como esta –que no hechos aislados- aparentemente de poco calado repercutieron
también en el ámbito doméstico. El trato duro que el cortejo infería a los
servidores simplemente por moda, los caprichos de las señoras, el trato injusto
en suma, no solo no se soportará igual, sino que habrán de someterse a crítica
las veleidades sociales de damas y caballeros. Curiosamente se produce casi en
paralelo, tal vez por cansancio, por aburrimiento o porque las clases medias lo
hicieron obsoleto, un cambio de comportamiento en las clases altas que en no
mucho tiempo se mimetiza con los de las inferiores y quieren ahora ser “majos”
(expresión muy usual en Burgos). En cierto modo es comprensible: aquellas se
rigen por caprichos, estas por necesidades.
4 comentarios:
Innovar tiene sus riesgos cuando pesan tanto las costumbres. Creo que el malestar era, en sí, generalizado, en todas las capas sociales y tanto en hombres como en mujeres.
Un abrazo, Paco.
Es justo en estos momentos cuando un sector de la clase dirigente mira con atención al pueblo. Lo vemos en la literatura, pero también en esas costumbres que señalas. Hasta en los trajes regionales. La aristocracia se sentía desautorizada cada vez con más fuerza y cuando alguien siente temor mira con atención lo que le rodea...
Buena lectura.
No estoy leyendo el libro, entre otras cosas porque no quiero dispersarme ya que ando en otros enredos. Nos obstante te confieso que Carmen Gaite no es de mis escritoras favoritas y creo que no lo es porque cuando he leído sus libros me cuenta sólo historias de la burguesía. Hecho en falta lo que tú apuntas aquí: al pueblo. Ni tan siquiera uno de sus libros más famosos creo que en los años 90: " Nubosidad Varible " que todas mis amigas me lo recomendaban, me pareció tan interesante como otros me apuntaban y creo que fue precisamente por eso. Siempre es la sociedad de la clase media a la que pertenecía su protagonista.
No obstante escribiré una entrada sobre esto.
Besos
El pueblo vivía alejado de cortejos y despejos. Y lo dice Carmen Martín Gaite, ahora la criada ya no es la confidente; la señora de la alta sociedad trata peor que nunca y con más distancia que nunca a la sirvienta.
Besos, Paco.
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