Cuando empezaba a tomar contacto con
los personajes la inesperada nota de la tutora “debe usted venir hoy, es
importante”, le hizo abandonar por tercera vez la novela. Tres visitas, varios
correos, demasiadas llamadas y un ligero almuerzo de camino a casa, pusieron
fin a la mañana. No era la mejor hora, pero tomó de nuevo el libro. La mecedora
heredada, superviviente de otras tantas batallas tras cada remodelación,
esperaba de cara a la ventana; “hace
juego conmigo” solía contestar a cada sugerencia de un sillón orejero nuevo y
arrellanándose en ella, retomó la lectura. Superada la sorpresa de la cita
–casi a ciegas- en la última planta de un edificio viejo y plomizo de la pareja
protagonista disfrutaba con la lectura y el vaivén en la calma de una tarde de
verano. Línea a línea iba participando
en encuentros virtuales, haciéndose cómplice de una relación peculiar y furtiva de oferta sin demanda. De robos por placer en grandes almacenes -“es
un proceso legítimo de reapropiación de los bienes que nos han sido robados a
nosotros previamente”- que el cleptómano justificaba como respuesta a una riqueza
que viene del expolio.
Marginada la hora de la siesta en aras
de la lectura, el relato lo fue atrapando, la ficción adquiría textura y color,
Sonia tambaleante y desnuda avanzaba por el pasillo para contestar a la llamada,
su marido mascullaba algo en la cama cubierta la cabeza con la almohada. Al
otro lado del teléfono el amante de oferta sin demanda escuchaba a Sonia sisear
irritada: “deja de espiarme”. Ahora tiene otra vida que a él no le pertenece,
se oyen pasos, la puerta se entreabre dejando ver una cabeza que protesta, vuelve a la cama –suplica. “Estábamos en pleno lío” grita ella por el
auricular, ¿es que no lo entiendes? y cuelga fuera de sí. “Es alguien que
conocí hace tiempo y no me deja en paz” –justifica. El marido la mira asustado,
nunca antes había gritado así. Cogidos por la cintura desandan el camino del
pasillo sonriendo.
La luz de agosto se filtraba por la persiana, el salón en el
ala oeste de la casa, conservaba en parte el frescor de la mañana, el chirrido
de una puerta a su espalda suspendió el vaivén de la vieja mecedora y una mano
de mujer acaricia la cabeza del hombre que está leyendo una novela. Te esperaba
en la cama –dice- ¿ha sonado el teléfono? contesta él, no es nada, alguien que conocí hace tiempo y no me deja
en paz. La mujer con un négligé que
no deja lugar a la sugerencia se abraza a él haciendo crujir la mecedora. “Se
te nota una cicatriz, la marca de la cesárea” –le dice- sí contesta ella y se
abrazan de nuevo.
3 comentarios:
Un interesante juego de espejos y de metaliteratura. Me ha gustado este relato tuyo, Paco, ya nos tenías desacostumbrados.
De la mecedora y el libro a la realidad placentera. Buena conjunción de realidad y ficción.
Besos Paco.
una mezcla muy interesante
como dice Pedro, una buena metaliteratura.
biquiños,
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