Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

jueves, 12 de mayo de 2016

LA SIESTA, (La sombra de Cortázar es alargada). Cicatriz, de Sara Mesa



Cuando empezaba a tomar contacto con los personajes la inesperada nota de la tutora “debe usted venir hoy, es importante”, le hizo abandonar por tercera vez la novela. Tres visitas, varios correos, demasiadas llamadas y un ligero almuerzo de camino a casa, pusieron fin a la mañana. No era la mejor hora, pero tomó de nuevo el libro. La mecedora heredada, superviviente de otras tantas batallas tras cada remodelación, esperaba de cara a la ventana;  “hace juego conmigo” solía contestar a cada sugerencia de un sillón orejero nuevo y arrellanándose en ella, retomó la lectura. Superada la sorpresa de la cita –casi a ciegas- en la última planta de un edificio viejo y plomizo de la pareja protagonista disfrutaba con la lectura y el vaivén en la calma de una tarde de verano. Línea a línea  iba participando en  encuentros virtuales, haciéndose cómplice de una relación peculiar y furtiva de oferta sin demanda. De robos por placer en grandes almacenes -“es un proceso legítimo de reapropiación de los bienes que nos han sido robados a nosotros previamente”- que el cleptómano justificaba como respuesta a una riqueza que viene del expolio.

Marginada la hora de la siesta en aras de la lectura, el relato lo fue atrapando, la ficción adquiría textura y color, Sonia tambaleante y desnuda avanzaba por el pasillo para contestar a la llamada, su marido mascullaba algo en la cama cubierta la cabeza con la almohada. Al otro lado del teléfono el amante de oferta sin demanda escuchaba a Sonia sisear irritada: “deja de espiarme”. Ahora tiene otra vida que a él no le pertenece, se oyen pasos, la puerta se entreabre dejando ver una cabeza que protesta, vuelve a la cama –suplica. “Estábamos en pleno líogrita ella por el auricular, ¿es que no lo entiendes? y cuelga fuera de sí. “Es alguien que conocí hace tiempo y no me deja en paz” –justifica. El marido la mira asustado, nunca antes había gritado así. Cogidos por la cintura desandan el camino del pasillo sonriendo.

La luz de agosto se filtraba por la persiana, el salón en el ala oeste de la casa, conservaba en parte el frescor de la mañana, el chirrido de una puerta a su espalda suspendió el vaivén de la vieja mecedora y una mano de mujer acaricia la cabeza del hombre que está leyendo una novela. Te esperaba en la cama –dice- ¿ha sonado el teléfono? contesta él, no es nada,  alguien que conocí hace tiempo y no me deja en paz. La mujer con un négligé que no deja lugar a la sugerencia se abraza a él haciendo crujir la mecedora. “Se te nota una cicatriz, la marca de la cesárea” –le dice- sí contesta ella y se abrazan de nuevo.






3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Un interesante juego de espejos y de metaliteratura. Me ha gustado este relato tuyo, Paco, ya nos tenías desacostumbrados.

Abejita de la Vega dijo...

De la mecedora y el libro a la realidad placentera. Buena conjunción de realidad y ficción.
Besos Paco.

matrioska_verde dijo...

una mezcla muy interesante
como dice Pedro, una buena metaliteratura.

biquiños,