Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

lunes, 9 de enero de 2017

LIBERTAD, UNA INMENSA COLUMNA DE AGUA. Don Quijote de Manhattan, de Marina Perezagua.


Todo es nuevo bajo el sol que resplandece sobre los rascacielos, cuando el Caballero de Manhattan cuenta a su ayuda de cámara un sueño singular: Entre pasada y pasada de dos aviones que surcaban los cielos, apareciose una pastora engendradora de torres de nombre Marcela, «que de tan compasiva, se volvió habitable para acoger a las almas que en el mundo restaban» tras la destrucción de las dos torres «recias, altísimas, repletas de gente en sus entrañas», sembradas por Marcela y don Quijote.

De este sueño en el que como en todos, se mezcla lo real con lo irreal, lo absurdo con lo sensato, la sensación vivida con el recuerdo brumoso, nacen en don Quijote de Manhattan aventuras y sucesos en torno a la búsqueda de su nuevo amor: Marcela.

Por mor de los cinco siglos transcurridos o la necesidad de un nuevo significado Marina Perezagua cambia a Dulcinea por Marcela. ¿Por qué? ¿Como metáfora de la libertad? Pudiera ser.

La bella Marcela, amor imposible de Grisóstomo (Quijote 1,13) viene a ser una torre de libertad: «yo nací libre y para poder vivir escogí la soledad de los campos: los árboles de estas montañas son mi compañía; las claras aguas de estos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura […] Yo, como sabéis tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme» (Quijote 1,14). Tras el discurso Marcela marcha sin esperar repuesta, algunos pretenden seguirla pero don Quijote de la Mancha, lo impide: «ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela» (1,14).

Las palabras de la bella pastora encuentran eco siglos más tarde. La grandeza de la libertad ciega a quienes la niegan en pos de la opresión. Este podría ser uno de los mensajes.


A diez páginas del final «convencido de que aquel era el momento propicio de cobijarse en su Marcela, de conquistarla, de penetrarla, de amarla desde dentro», vive el de Manhattan el mayor de sus desengaños: «Marcela pasó de ser sólida a convertirse en una inmensa columna de agua…».

5 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Magníficamente visto, Paco. La autora juega con la intertextualidad. Esa Marcela libre como mujer en Cervantes se transforma aquí en alegoría de la libertad del ser humano a pesar de todo el sufrimiento. Excelente.

Myriam dijo...

Suscribo al comentario del profe que me antecede.

He pensado mucho en esto de la Marcela de Marina Perezagua
y las Torres Gemelas, creo que en esa Libertad está
-o debiera estarlo- la tolerancia y el respeto hacia el Otro.
de ahí que se necesite limpiar con un nuevo Diluvio
y regenerar la Humanidad, hacia el final del Libro.


Besos, Paco

Ele Bergón dijo...

Contemplar desde una de las, ahora inexistentes, Torres Gemelas la estatua de La Libertad, es, era, y fue algo sublime para mí. No me extraña que Marina Perezaguas, haya utilizado los últimos capítulos de la novela para contarnos esta gran inundación, donde el agua, como en la vida de ella, es la gran protagonista.

Me gustó el libro, por el tono, por el ritmo y por el contenido.

Besos

La seña Carmen dijo...

¿Fue necesario ese diluvio?

¡Marcela atrae tanto en el siglo XXI!

Abejita de la Vega dijo...

Todo es agua para Marina Perezagua.
Besos, Paco.