Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

lunes, 12 de junio de 2017

COMEDIA Y TRAGEDIA


Lo compartían todo, bueno, todo no. Había que aprovechar «el tirón», ampliar, seguir la estela de Inditex; vender, vender y vender, y ya se sabe, los negocios de por sí muy absorbentes, dejan poco espacio al corazón y el amor muere por inanición. Al final de cada jornada, cuando la calma llegaba, las palabras solo eran letanía de trabajo, sin darse cuenta, la grieta se hizo foso y el escudo salvador de la fatiga generó silencios cada vez más prolongados que, alguna vez, solo alguna, rompían en conversación  distante, convencional, fría y hueca más cercana a manual de diplomacia que a calor de pareja. Y así, partiendo de un mismo punto, como las ondas que produce la piedra en el estanque, el espacio entre ellos se iba haciendo mayor.


Era la hora en que los niños juegan llenando con la alegría de sus gritos la calle encorsetada en sus prisas, en la que grupos de jóvenes carpeta con apuntes en una mano y prótesis celular en la otra, comentan los primeros exámenes sobre la alfombra verde,  las fachadas maquilladas de ocaso devolvían –acumulador natural– el calor recibido. A esa hora, espantando con sus pasos palomas que solo en caso de máxima urgencia dicen adiós batiendo las alas para caer sobre la farola más próxima, en  esa u otra calle cualquiera, mirando sin ver, oyendo solo el eco de sus propias pisadas sobre el asfalto contra la pared teñida por el sol de la tarde luchó con su pensamientos varias horas hasta tirarlos en el cauce cercano.


El verano, como siempre, dio paso al otoño, las reuniones sociales cada cual con su cuadrilla (las mujeres solo hablan de trapos y los hombres de futbol) solo prolongaron la agonía. Nos vamos a dar un tiempo –dijeron– y marcharon cada uno por su lado. Al principio el teléfono con más formulismo que entusiasmo tendía puentes sobre la distancia:

- ¿Cómo ha ido el día? Que descanses.


Luego fueron los WhatsApp llenos de buenas intenciones y no pocos reproches. Algunas veces –pocas– se reencontraron en la cafetería camuflando la realidad con sonrisas inútiles. La brisa terminó por hacerse huracán y sus vidas se alejaron sin estrépito de un espacio que no era de nadie. Hubiera resultado inútil todo intento por rellenar el valle que los separaba. Ya era tarde, en el último encuentro ni siquiera se habían despedido. 

Imagen: Christos Georghiou

3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué real, Paco.

Myriam dijo...

Y actual!

Abrazos, Paco

Abejita de la Vega dijo...

Como la vida misma.
Besos, Paco.