Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

domingo, 18 de febrero de 2018

LEER CON PLACER. El hombre pez de José Antonio Abella


No ha mucho tiempo comentamos Pedro Páramo, novela de cierta complejidad a decir de unos y no tanta en opinión de otros (discúlpenme señoras y señoritas: servidor a pesar de las modas se niega a poner “@” de comodín y sigue utilizando el neutro), inscrita en un marco histórico anterior. Sigamos. En el coloquio surgieron temas como “estructura fragmentaria”, “simbolismo”, “semántica localista” etc.; se produjeron aplausos, mutis por el foro y comentarios sobre la necesidad de varias lecturas y es que hay obras que pueden requerir un estudio previo para suavizar obstáculos al lector.

Con seguridad, este no es el caso de El hombre pez en el que José Antonio Abella reconstruye con prosa magnífica la fábula del hombre de Liérganes presentándola al lector en un lenguaje próximo, sencillo y exacto: “así que toda la mañana estuvo de un humor de perros” (pág., 71) que hace sentir, oler el entorno: “de la que emana un tufo de animal de animal en descomposición, acaso de un gato muerto” (pág., 73). Escribe con gracia y casticismo sin concesión a la frase cutre tan en boga hoy: “la agudeza mental del pequeño Francisco de la Vega parecía más embotada que el mango de un cuchillo” (pág., 101). Los personajes de Abella reaccionan en tono y forma de acuerdo con el contexto de la época (siglo XVII) gracias a la palabra precisa y un trabajo documental en lo cotidiano y lo erudito; basten para esto último dos referencias bibliográficas citadas por el autor:

-Philopolitae speculatoris.
-Historia cronológica de las pestes y contagios acaecidos en España desde la venida de los cartagineses.

Son sólo algunas muestras –hay  muchas más– de cómo la perfección y el estilo pueden transformar una leyenda en historia humana y fantástica en la que basta (que no es poco) dejarse llevar, sumergirse como el hombre pez, para descubrir que en la parte no ostentosa de la España del Siglo de Oro hay enjambres de pececillos humildes altos, planos, blanquinegros..., o tan extraños que se asemejan a las rocas; pero que todos, todos, son útiles y necesarios a la mar.

Imagen de: https://www.cadizdirecto.com


5 comentarios:

pancho dijo...

He leído un poco del libro en ratos perdidos y estoy de acuerdo en lo que dices de la prosa cuidada del autor. Qué buenos escritores hay por ahí.
Un abrazo.

Myriam dijo...

Lo estoy leyendo y me encanta y estoy de acuerdo con lo que dices de su prosa, es magnífica. Me refiero al de Abella.

Quería escribir hoy una entrada más sobre el de Rulfo, pero estamos con un corte grosso de internet y TV por cables. ¡Total crash paff!

Menos mal que paea urgencias tengo la conexión del móvil. Y sigo leyendo El hombre pez.

Espero que el corte se solucione pronto y vuelca a estar conectada como Dios manda.

Besos


Pedro Ojeda Escudero dijo...

En efecto, Paco. Abella nos lleva de la mano, como si nos contara la historia ante un café en una velada lluviosa.
Gracias.

La seña Carmen dijo...

De acuerdo con los comentarios precedentes, y desde luego con el tuyo: de la mano de un excelente narrador y de la palabra justa, nos vamos al siglo XVII.

Abejita de la Vega dijo...

Estamos de acuerdo.Besos.