Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

miércoles, 21 de marzo de 2018

A LA LUZ DE LA ICONOGRAFÍA. La cautiva de Tordesillas, de Manuel Fernández Álvarez.


Pintura, música, teatro y cine han divulgado per se, la presunta locura de amor de Juana I de Castilla. Tal vez fueran los pintores del movimiento romántico quienes contribuyeron a ello con mayor eficacia. Lo truculento y melodramático “cala” con más facilidad que lo real histórico. Francisco Pradilla con Doña Juana ante el féretro (1877) y La Reina recluida (1906) es el más significado, pero, ya antes Steuben (1836), Gallait (1856), Maureta (1858), Vallés (1866) y Rodríguez Losada (1868), retrataron a la reina junto al cadáver de Felipe «el Hermoso». Una ópera en cuatro actos: La Loca de Gian Carlo Menotti (1979), Locura de amor obra teatral de Manuel Tamayo (1855), película de igual título de Juan de Orduña (1948), otra de Vicente Aranda: Juana la loca (2001), promocionaron la leyenda de amor, pasión y celos de Juana I de Castilla.

En el siglo XIX el arte trató de mostrar la locura de doña Juana; en el XX los estudiosos acudieron al diagnóstico: alteración de la personalidad y contacto erróneo con la realidad. La verdad está por descubrir, nos queda la suposición en función de la percepción que cada uno tenga de la tragedia de la reina que no reinó.

Puestos a ello, quiero pensar, a la luz de la pintura de Louis Gallait Jeanne la Folle representando a doña Juana y don Felipe idealizados ambos, ella con la mirada fija en el rostro de su marido muerto y en la parte baja del cuadro un detalle significativo: el cetro caído, yace al pie de la cama: todo un símbolo. Quiero pensar –decía– contemplando el cetro, en la problemática de la soberanía femenina.

Las reinas lejos de gobernar por derecho propio eran objeto de alianzas para unir reinos y asegurar la continuidad de herederos masculinos. En el caso del reino «católico» la desaparición primero del príncipe don Juan, después la princesa Isabel y posteriormente el hijo de esta el príncipe don Miguel, dejó la sucesión de Castilla y Aragón en manos de la princesa Juana, que aun viuda, tenía todo el derecho hereditario a su favor. Pero era mujer y sola. Ya desde su estancia en Borgoña, recién casada, los sirvientes que cuidaban de ella dependían de su marido. Muerto este, los consejeros de Felipe continuaban dirigiéndola. Fernando su padre, y Carlos su hijo intentaron (y consiguieron) controlar la casa de la reina quedando Juana incapaz de dirigir a sus sirvientes. La ecuación estaba resuelta: manifestada la incapacidad de gobernar su casa y dado su proceder aleatorio no era apta para gobernar sus reinos.

A la luz del cetro caído que yace al pie de la cama, veo una reina víctima o heroína, a la que los suyos consiguieron gobernar. La tragedia de Juana es la tragedia de sus reinos.

3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Muy buen repaso al tratamiento de esta figura en el arte del XIX. No es de extrañar: en este siglo se puso en valor el amor como centro del mundo y Juana ya lo tenía en su propio significado histórico.

Abejita de la Vega dijo...

El cetro era suyo pero quisieron pensar que Juana no podría con él.

Mujer y sola, el poder estaba por encima de todo. ¿Qué importaba una loca más?

Un abrazo

pancho dijo...

No son muy conocidas para el gran público, entre el que me cuento, las obras de arte relacionadas con Juana la Loca, sí las películas. A pesar de tener todos los derechos para ser la Reina, no pudo ejercer por su escasa estabilidad mental, eso parece cierto a la luz de los documentos de la época. También es verdad que pudo influir también el hecho de ser mujer sin marido. Se conocen casos de otros reyes que tampoco parece que andaban muy allá de la cabeza.