Un tanto de rabia y algunas gotas de impotencia
multiplicaron sus escasas fuerzas y el eco del portazo, llegó hasta recepción.
Su cuerpo, ligero por el paso de los años, se hundió en la butaca orejera que
tras mandar a retapizar, se trajo de casa.
- Hace juego conmigo –solía decir.
Realmente, visitantes y visitados, esperaban con
impaciencia la hora de la cena, los primeros, una vez cumplido el trámite para
volver al ocio o sus quehaceres, los residentes, libres ya de las permanentes
alabanzas a la institución y sus cuidados espacios, se acomodaban, admitido el
exilio, a la espera de un nuevo día.
Los nudillos de Marta repicaron a la entrada de la
habitación entreabriendo ligeramente la puerta
- ¿Estás bien? He oído un portazo.
- Si, si. Ha sido la corriente, ya he cerrado la
ventana.
- Hoy hace un buen día para salir al jardín, no se
mueve ni una hoja –contestó la auxiliar. Si necesitas algo, llamas. ¡Hasta
luego!
- ¡Hasta luego! ¡Gracias!
- Todos aluden al jardín como si fuese la Tierra
Prometida.
Lo cierto es que se le fue la mano al cerrar la
puerta, pero prefería la soledad de su cuarto en penumbra salvando el sol de
justicia del verano y el fingido alborozo del dichoso jardín.
***
- ¡Hola mamá! Hace un día de perros, parece mentira
que estemos en primavera. ¿Cómo estás?
- Hola hijo, muy bien. ¿Y vosotros?
- Laura con sus mareos, y los niños cada vez más
revoltosos. Ayer Álvaro rompió el jarrón del comedor.
- Les consentís demasiado. He recibido una carta de la
residencia con la solicitud de ingreso.
- ¿Seguro que quieres irte? Sabes que en casa tienes
sitio.
- Lo sé hijo. Lo sé, pero… Laura, últimamente tan
delicada… Tú tienes una familia que atender y tu hermana tiene derecho a su
vida, no es justo que se sacrifique por una vieja.
- Por una vieja ¡No! ¡Por su madre!
- Lo sé hijo. Lo sé. Cuando llegue Rosa llenamos el
impreso y tú me lo llevas.
***
El reloj repitió campanada en cinco ocasiones, la
hora taurina marcaba el comienzo del espectáculo en “La Arcadia”:
- ¡Aquí se está como en la gloria…! - ¡Qué césped tan tupido…! - ¡Pero… si esto es lavanda…! - ¡Tenéis sol y sombra a elegir…! - Pues no has visto nada, pasa dentro. ¡Tienen hasta
Jacuzzi!
Desde la penumbra de su habitación, María veía
llenarse de figuras parlantes los espacios en sombra. El eco de un bolero llegó
de una radio lejana.
- Son los Panchos –pensó.
Junto con la butaca, le habían dejado traer el viejo
“cuco” que asomó por dos veces su cabecita “cu-cu, cu-cu”.
- Rosa no
tardará en llegar, sale a las cinco.
- ¡Hola mamá!
- ¡Hola hija!
- Esperaba encontrarte en el jardín, hace un día
espléndido.
- Me agobia el calor, estoy bien aquí.
- Pero…tan a oscuras…
- No empieces otra vez. Estoy bien así.
- ¡De acuerdo mamá! ¡De acuerdo!
10 comentarios:
Un día tal vez nosotros también acabaremos en un jardín... todo depende de cómo nos vaya la vida. No lo descarto y quiero pensar que no lo viviría como un trauma, aunque nunca se sabe.
biquiños,
Me parece muy triste ese jardín. Me gustaría una casa con jardín, pero no de esos.
Besos, Paco.
Ay, Paco, qué tristeza... Pienso que yo preferiría irme antes de esperar a la degradación del cuerpo y la mente... Buen relato. Besotes, M.
Buenas noches, Paco Cuesta:
Debemos aceptar de buen grado la soledad. Y aprender a disfrutarla, en la situación que nos encontremos. Y ser felices en el momento de los encuentros con los que nos quieren y queremos.
Y poder elegir estar en el jardín, o en nuestra butaca.
Todo ha cambiado.
Saludos.
¡Qué manía con el jardín!.
Muy buena historia, habrá que pensarla, no solo leerla.
Un abrazo.
Esos jardines tienen su encanto y hay casa de retiro que son muy agradables, en las que los ancianos tienen buen cuidado profesional, buena interacción entre ellos y actividades recreativas, lo se porque he visitado muchas en la época en que fui enfermera, de joven.
Probablemente también yo, dentro de muchos años, vaya a una de esas lindas con jardín. Lo de linda, no se, pero si que tenga jardín. Tiene que tener jardín, claro que si. Y un ruiseñor que cante.
Besos
El jardín, la lavanda,...incluso el reloj de coco, si me apuras, han de estar en el interior de cada uno.
Si es menester, podemos sacarlos al jardín, sea propio o ajeno.
O soñarlos, que en ocasiones conviene.
Una nube montañesa con cuatro abrazos.
Todos tenemos un jardín en el recuerdo: al que queremos ir. O del que queremos huir.
Si acabo en un sitio de estos, necesito necesariamente un jardín y sin embargo no soy capaz de imaginarlo, aunque quizá ya no me queden muchos años para ir, pero dentro de mi lo rechazo.
Buen relato que hace pensar
Un abrazo
Luz
Y a pesar de la belleza de ese jardín, se siente la tristeza que por él se pasea.
La soledad no se encuentra en el ambiente, sino en uno mismo. Hay quienes se agarran a los recuerdos y la etapa final de sus días, se hace más cuesta arriba si cabe.
Es una bella historia, Paco. Hace a uno reflexionar.
Besos.
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