Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

viernes, 19 de septiembre de 2014

Tanto monta-monta tanto. El Quijote apócrifo, Alonso Fernández de Avellaneda


Una de las primeras cuestiones que se plantean al desocupado lector  de SEGUNDO TOMO DEL INGENIOSO HIDALGO  DON QUIXOTE DE LA MANCHA “que contiene su tercera salida: y es la quinta parte de sus aventuras” es: ¿Quien escribió la obra? Así, a bote pronto, la pregunta  por lo obvia se antoja  absurda, habida cuenta que el lector en cuestión dijo a su librero ¿Tienes “El Quijote de Avellaneda”?, parece absurda pero no lo es tanto toda vez que la duda no está en el nombre, sino en el hombre, en la persona (la posibilidad de que fuera mujer parece remota). Sobre el tema hay multitud de  opiniones,  tantas que ha  llegado a identificarse a Avellaneda con el mismo Cervantes. Podría decirse que solo Góngora y Calderón han quedado al margen de la lista de presuntos autores.
No es cosa por tanto de detenerse en análisis onomásticos. Tanto da a la hora de comentar la obra: Alonso del Castillo, Vélez de Guevara, Fernández de Avellaneda o Jerónimo de Pasamonte.
Despojados de la animadversión inicial que provoca un autor al utilizar en su provecho el éxito de otro muy querido y admirado  hemos de admitir que el relato mantiene el ritmo de los acontecimientos cuando la acción lo requiere, que consigue con acierto el efecto sorpresa, que cuando el relato es descriptivo o queda en manos de personajes secundarios, la fluidez de aquel y las peculiaridades de estos sorprenden gratamente al lector. Y en base a esta apreciación de la lectura surgió la cuestión inicial, porque no hay duda de que estamos ante una obra que, por denostada que esté,  se mantiene a la altura de las muy buenas narraciones de nuestro Siglo de oro.
Ni procede ni estamos en condiciones de comparar a Don Miguel de Cervantes con el licenciado Avellaneda natural de Tordesillas, pero cierto es que desde el comienzo de la lectura El Quijote apócrifo mantiene características, estilos y tonos (moralizantes unos, procaces otros) que minimizan la animadversión inicial. Por tanto: sea cual sea la identidad del autor -cuestión hoy no suficientemente aclarada- sea bien leído El Quijote de Avellaneda.


3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En efecto. Esa es una perspectiva adecuada. Estamos ante una buena novela. Disfrutemos.

Abejita de la Vega dijo...

Tanto monta monta tanto...no. Leer el Avellaneda sin prejuicios, juzgándolo en sí mismo, eso sí. Aunque a mí me resulta muy difícil leer el de don Alonso, o como se llame, sin acordarme del de don Miguel. Cide Hamete se me aparece para contradecir a Alisolán.

Es una obra que nace de un espíritu muy distinto, comienza con el ritmo del Quijote cervantino pero luego se embala...yo me entiendo.

Un abrazo, Paco.

Gelu dijo...

Buenos días, Paco Cuesta:

A Cervantes le molestaría saber que un aprovechado estaba preparando un libro con sus personajes. Los lectores, debemos agradecer que el de Avellaneda le moviera a escribir la Segunda parte.

Un abrazo