Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

domingo, 18 de marzo de 2018

CISNEROS, REY SIN TRONO.


En Tordesillas a principios de noviembre de 1517 Leonor de diecinueve años y Carlos de diecisiete se preparaban para visitar a su madre Juana de Castilla y su hermana Catalina a la que solo conocían de nombre. El contraste entre visitantes y visitados era penoso. Los diez años de Catalina, a la que nadie asociaría con la nieta de los Reyes Católicos, habían trascurrido en el desamparo de una depresiva madre cuyo único cuidado era mantenerla cerca de sí. El cronista describe su atuendo:

No llevaba más adorno encima de su sencillo jubón que una zamarra que podía valer dos ducados. Su adorno de cabeza era un pañuelo de tela blanco.

Carlos, casi un chiquillo, seguramente influido por sus consejeros flamencos que pugnaban por manejar los asuntos de Castilla, antes que mejorar la situación de su madre, debía preparar, con el fasto y lujo requeridos el funeral regio de su padre para afianzarse en el poder.

A unas veinte leguas de distancia en Roa (Burgos) vivía sus últimos días un anciano cardenal que había salido de Madrid al encuentro de su rey. Para el cardenal: arzobispo de Toledo, primado de España, tercer inquisidor general de Castilla, que gobernó la Corona de Castilla por incapacidad de la reina Juana; presidió el Consejo de Regencia tras la muerte de Felipe el Hermoso y volvió a asumir el gobierno tras la muerte del rey Fernando  en espera de Carlos I, el encuentro con este era, al menos moralmente, como entregarle el poder que se le confió como regente.

Francisco Jiménez de Cisneros estaba enfermo, tenía ochenta y un años y sentía la pena de ver como el encuentro se posponía. No se cumplió a la muerte de Fernando (1516) y se retrasaba una y otra vez en 1517. El Cardenal se había enterado de la llegada del rey a final de septiembre y desde su desembarco en Asturias hasta su llegada a Tordesillas había pasado más de mes y medio. En el entorno del Cardenal la conclusión era clara: todo era una maniobra del muy influyente Guillermo de Croÿ (Señor de Chièvres) para que Carlos no se viese con el Cardenal Cisneros que murió el 8 de noviembre de 1517 y había entregado intacta a Carlos I la formidable monarquía cohesionada por Isabel y Fernando, sus abuelos. El cronista Juan Ginés de Sepúlveda recoge el sentir del pueblo castellano en una elocuente crónica:

La muerte de un varón así resultó más penosa y preocupante a los castellanos, porque se le consideraba la única persona que con su autoridad y discreción podría guiar las acciones y decisiones de un rey muy joven aún, nacido y criado fuera de España y no educado en las costumbres de los españoles... 

Cabe recordar una vez más el verso 20 del Cantar de mío Cid:

¡Dios qué buen vasallo! ¡Si oviesse búen señore!

En la época quedaban, sin duda, restos de medievalismo y excesos, no se trata de dar una imagen mitificada y triunfalista del Cardenal ni de ocultar rasgos negativos. Con independencia de la valoración ética, muchos de sus actos de gobierno como regente, marcaron un antes y un después en la historia de España; sin olvidar la Biblia políglota complutense.

5 comentarios:

Myriam dijo...

He leido tu interresantísima entrada,
Paco, pero no comento sobre ella al no tener acceso aún
al libro que nos ocupa y no sabes las ganas que tengo
de tenerlo entre mis manos y leerlo.

Mientras, he leído ya Yuda de José Antonio Abella
que sí me ha llegado desde Segovia a Tel Aviv.

Un abrazo

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esta entrada no solo está magníficamente escrita sino que, además, pulsa alguna de las teclas que es necesario pulsar para comprender lo que sucedió: Cisneros, incluso mayor y enfermo, era mucho Cisneros para todos los que acompañaban al rey e incluso para este mismo.

La seña Carmen dijo...

Cisneros, otra figura envuelta en la leyenda, que últimamente está siendo revisitada.

No es oro todo lo que reluce en palacio.

A todo esto, pobre princesa Catalina. Desde que supe de su existencia, no hace mucho, me dio bastante que pensar. Lo de los ricos también lloran se queda corto.

Abejita de la Vega dijo...

Cisneros tuvo que mostrar sus poderes.
Un regente que se las vio y se las deseó.
En cuanto a Catalina, pobre infanta viendo jugar a los niños de Tordesillas desde un ventanuco.
Un placer pasar por aquí, Paco.

Ele Bergón dijo...

Me he leído el libro de Fernández Álvarez de dos sentadas. Me ha gustado y aunque leí hace tiempo otras dos biografías,donde se detienen en otros aspectos diferentes a los que hace este autor, reconozco que en este que ahora nos ocupa, la figura del Cardenal Cisneros creo le deja en mejor lugar que los otros. De cualquier forma esta Juana la Desventurada, lo fue y creo que en parte está basada esa desventura en ser madre, esposa e hija, antes que priorizar el poder que posiblemente sí hubiera hecho un hombre.

En cuanto a Catalina, la verdad que da muchísima pena, aunque su madre a mí me da más, en especial porque Juana tuvo que aguantar hasta el final encerrada y sin el consuelo de Catalina. La hija, pudo al fin, dejar de ser cautiva.

Besos