Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

lunes, 19 de diciembre de 2022

 

CANTO A TERESA. (Canto II de El diablo mundo) José de Espronceda



Lejos quedan los años de instituto y lejos ¡Ay! la irresoluta adolescencia en que, ora apurando un cigarrillo a lo James Dean, ora suspirando por la mirada de Mariví compañera de 3º; amada y naturaleza se fundían en un todo para el púber estudiante en tanto que, día sí, día también, conservaba en la memoria la octava 13 del Canto a Teresa.

¡Una mujer! En el templado rayo

de la mágica luna se colora,

del sol poniente al lánguido desmayo,

lejos entre las nubes se evapora;

sobre las cumbres que florece el mayo,

brilla fugaz al despuntar la aurora,

cruza tal vez por entre el bosque umbrío,

juega en las aguas del sereno río.

 

«¡Tempus fugit!» Hoy, desde la distancia de los años, el desocupado lector más pragmático y menos emocional centra su atención en la nota al pie que el autor de El diablo mundo sitúa en el CANTO II[1] en el que certifica: «Este canto es un desahogo de mi corazón» lo que nos lleva, teniendo en cuenta que en el conjunto del poema sí aparecen los grandes temas poéticos – el destino, el amor, la vida, la muerte, los sueños – a contemplar el Canto II desde la perspectiva autobiográfica. «No está ligado de manera alguna con el poema», concluye la nota.

«José Ignacio Javier Oriol Encarnación de Espronceda y Delgado» nace en el seno de una familia acomodada de la clase media. «Teresa Mancha Arroyal», en el seno de una distinguida familia andaluza venida a menos. En 1829, su padre la casa con Gregorio de Bayo hijo de una rica familia de negociantes vascos. En octubre de 1832 Teresa y Espronceda, escapan juntos a la Alta Saboya francesa. En 1836, Teresa, abandona a su amante. En 1839, muere. Diez años de vida intensa que, a mi juicio, Espronceda recoge en su intitulado Canto II.

Teresa y Espronceda al modo y manera del estudiante de 3º, eran –en el comienzo de su relación –dos jóvenes inocentes y llenos de entusiasmo.

Que yo, como una flor que en la mañana

Abre su cáliz al naciente día,

¡Ay! al amor abrí tu alma temprana,

Y exalté tu inocente fantasía,

Yo inocente también ¡oh! cuán ufana

Al porvenir mi mente sonreía,

Y en alas de mi amor, ¡con cuánto anhelo

Pensé contigo remontarme al cielo!                        (Octava 37)

 

¿La Teresa que pinta Espronceda en estos versos es real? ¿es una ilusión?, ¿una ficción del poeta? ¿tal vez una mujer desengañada?

Y esa mujer tan cándida y tan bella

Es mentida ilusión de la esperanza:

Es el alma que vívida destella

Su luz al mundo cuando en él se lanza,

Y el mundo con su magia y galanura

Es espejo no más de su hermosura:                        (Octava 16)

 

O quizá el joven dandi romántico se ama así mismo en la mujer.

 

Es el amor que al mismo amor adora                      (V. 1628)

 

El desocupado lector sigue hilvanando conjeturas en torno al poema, algo ha cambiado en la relación de los amantes, el sueño de Espronceda se desvanece, el futuro se hace presente y la idealizada mujer: realidad.

                    Los años ¡ay! de la ilusión pasaron,

Las dulces esperanzas que trajeron

Con sus blancos ensueños se llevaron,

Y el porvenir de oscuridad vistieron:

Las rosas del amor se marchitaron,

Las flores en abrojos convirtieron,

Y de afán tanto y tan soñada gloria

Sólo quedó una tumba, una memoria.                    (Octava 30)

La esposa de Gregorio Bayo posiblemente cansada de las frecuentes ausencias y distintas compañías de Espronceda lo abandona en 1936 como hemos dicho. Sin medios para vivir, tuvo que habitar un sótano de la calle Santa Isabel de Madrid donde murió.

¡Oh! ¡crüel! ¡muy crüel! ¡martirio horrendo!

¡Espantosa expiación de tu pecado!

Sobre un lecho de espinas, maldiciendo,

Morir el corazón desesperado!

Tus mismas manos de dolor mordiendo,

Presente a tu conciencia tu pasado,

Buscando en vano, con los ojos fijos,

Y extendiendo tus brazos a tus hijos.                      (Octava 42)

¿Cuál es el pecado de Teresa al que se refiere Espronceda…? Dejémoslo ahí.

Que la tierra le fuera leve.



[1] Este canto es un desahogo de mi corazón; sáltelo el que no quiera leerlo, sin escrúpulo, pues no está ligado de manera alguna con el poema. (N del A).

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

¡Buena lectura!
En efecto, este amor parece ser más egoísta de lo que nos imaginábamos de jóvenes. El poeta ama su propio amor en Teresa y por eso le recrimina no haber estado a la altura del sentimiento. En el fondo, Teresa fue mucho más valiente que él.
Gracias por volver al blog con nuestra lectura, Paco.

La seña Carmen dijo...

El canto a Teresa, una muy buena razón para volver a gozar de tus comentarios.

Volveremos a vernos por estos lares.