Con el patrocinio de los duques, la representación de los criados, el ínclito mayordomo en el papel de regidor y contando con la aportación de cinco azotes por parte de Sancho, continua la historia del encantamiento.
A la duquesa, los cinco azotes, le parecen pocos y de poca intensidad. No tiene suficiente, la burla moral, no le satisface. Para que el castigo redentor sea más efectivo apela a los pensamientos del sabio Merlín y sugiere que se utilice un cilicio con refuerzo de metal punzante: “menester será que el buen Sancho, haga alguna disciplina de abrojos o de las de canelones”. El buen sancho se queja: “mis carnes tienen más de algodón que de esparto”. Quiere salir de ésta conversación y con un hábil giro, cambia de tema y le hace una confidencia a la duquesa: “tengo escrita una carta a mi mujer”.
El futuro gobernador, no sabe leer ni escribir, pero ha puesto todo su conocimiento al dictar la carta: “quien la había de dictar, si no yo”. Relata en ella como ha de ser el desencantamiento, poniendo buen cuidado en que no se divulgue el procedimiento, es por tanto consciente de que está siendo utilizado.
La carta es una declaración de intenciones y deseos; se introduce en ella un cambio respecto del comportamiento de Sancho. Se le ha juzgado mal, no era su intención negociar con el vestido verde de cazador, si no acomodarle para su hija. Cierto es que en su ignorancia aspira a gobernar una ínsula, tener dineros, trasladar a Teresa Panza en coche y situarse al nivel social de la duquesa (en el moral posiblemente la supere) “la duquesa mi señora te besa mil veces las manos”. En algunas ocasiones ve la realidad y en otras sueña despierto. Dejémosle soñar, la carta es para él una salida airosa, es la expresión de un proyecto en el que tampoco cree mucho: “el rucio está bueno se te encomienda mucho y no lo pienso dejar”. Más vale pájaro en mano que ciento volando –se dice a sí mismo.
Admite que caballero y escudero son tenidos por locos y mentecatos, pero se considera al mismo tiempo colaborador de Merlín el sabio aportando su tanda de azotes. Recobra una vez más la vena diplomática al recomendar a su esposa devolver el besamanos dos mil veces a la duquesa.
El personaje representa una gran contradicción, como si no supiera cual es su lugar. Quizás a éste respecto convenga recordar dos consideraciones de Myr y Pedro Ojeda en entradas anteriores:
“Sancho, por su parte ha crecido tanto por la interacción nutricia con DQ que es capaz de grandes argumentaciones o despliegues manipulatorios”. (Myr 6 febrero 2010).
“Han dado a Sancho una responsabilidad y una posibilidad de juego mayor de la que tenía hasta ahora”. (Pedro Ojeda 4 febrero 2010).
Una vez conseguido canalizar la burla de Sancho, la representación gira hacia D. Quijote con la escenografía del mayordomo burlesco:
Música de flauta travesera y tambores cuyos portadores llevan atavíos negros como la pez, seguidos de un personaje cubierto con negra sotana alfanje sujeto al cinto que cruza su pecho y luenga barba blanca, consiguen alborotar a D. Quijote y posicionar a Sancho en otro de sus arrebatos infantiles junto a las faldas de la duquesa.
Los actuantes desarrollan otra escena que tiene como finalidad rememorar en D. Quijote su condición de caballero, para que, tal y como sucedió con la infanta Micomicona, ponga su valeroso brazo al servicio de otro personaje imaginario: la condesa de Trifalde. Tanto el escudero Trifaldin como el duque magnifican las empresas de nuestro hidalgo, que fiel a su promesa e ideales no duda en aceptar la súplica–trampa de la Dueña Dolorida, que, desde el reino de Candaya, llega a pié y en huelga de hambre, para pedir que la intervención de D. Quijote solucione su desgracia.
Aprovecha D. Quijote la solicitud de sus servicios, para mandar un recado al eclesiástico fugado, que despreció la necesidad de los caballeros andantes en el mundo.
¿Tendrá alguna relación éste asunto del eclesiástico introducido por el Autor con los altercados que Cervantes tuvo en Écija con el deán de la catedral de Sevilla?
Cuadro: Pífano con galgo de Luis Soler
9 comentarios:
La carta de Sancho es un prodigio: desde la corrupción como gobernante hasta el cariño a los suyos (sin olvidarse del asno).
Justamente, querido PACO, estoy trabajando en la Carta que es impresionante. Un abrazo.
Muy bueno. Este comentario me ha gustado mucho, amigo. Y la carta, como dice Pedro Ojeda, es algo delicioso.
Un enorme abrazo.
El mayordomo, otro personaje secundario que no llego a la categoría de pasar a la posteridad por su nombre, como el burro de Sancho. Tiene autonomía para organizar los saraos de los duques. Veremos si tiene recorrido y continuidad en la novela.
Sancho demuestra una gran ingenuidad al enseñar la carta a su anfitriona, le da material de primera mano para continuar con la farsa, favoreciendo que el escudero siga sin sospechar nada.
Excelente comentario de todo lo reseñable del capítulo.
Yo sigo queriendo saber ¿¿Quién le escribió la carta?? Estupendo tu resumen. Besotes, M.
Paco, he escrito mi comentario, y se me ha perdido al publicar. No se si por las zonas intestinas de tu blog te llegara. Yo no lo veo por aqui.
La carta de Sancho es magnifica.
Muy enamorado parece de su Teresa. Le ofrece el titulo de gobernadora de la Insula. Sancho todo su esfuerzo, Y LOS AZOTES, todo dice que lo hace por su familia. Buen hombre este Sancho.
El burro no se queda atras, es querido por todos. Esta bueno el borrico y le manda saludos a Teresa.
Sigamos unidos por esta pasion quijotesca, amigo Paco. Un abrazo
Paco, te quería avisar que ya tengo colgada la carta en mi blog, por si la quieres leer.
Besos
PD ¡Y Ya terminé SERPIENTES que me encantó!. ¡Cuánta chispa tiene Bipo! ¿Tú ya lo terminaste, también? Supongo que si...
La lectura de esta entrada la dejo para cuando llegue a la lectura del capítulo, que aún voy en la primera parte.
Un abrazo.
¡Qué burra la duquesa!Más burra que el rucio de Sancho, que manda recuerdos para Teresa y todo. Quiere que se haga sangre el tierno Sancho, con sus carnes de algodón.Como dices en mi blog, con esa mano no se contenta la duquesa sangrienta.
Si tuvo un disgusto con un hombre de iglesia es posible que lo refleje en el grave eclesiástico del rapapolvo. Muy gorda se la debió hacer ese deán de Sevilla. A lo mejor los deanes fueron unos cuantos.
Sigamos nuestra aventura.
Un abrazo, paisano.
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