Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

domingo, 25 de septiembre de 2011

El campanero



La torre de la iglesia dorada por el sol  que comenzaba a despertar, altiva por la desproporción  respecto a su entorno reflejo de glorias pasadas,   parecía amenazar a Efisio y su rebaño camino del monte cercano. Desde ella, el pueblo se abría difuminado y borroso  ante los ojos de Fausto, velados por lágrimas de dolor e impotencia. Las ovejas sólo atentas a ramonear los brotes en las lindes del camino, acompasaban su cansino avance al concierto de sus cencerros.

Era el representante último de una tradición perdida, su padre y su abuelo voltearon y cuidaron también las campanas de la torre, aunque solo él ganó el concurso provincial  de repiques. La Madre, Mauricia, San José y Concepción –tales son los nombres de las campanas- eran su mejor dedicación y último consuelo. El campanario, frio y tenebroso su único refugio.
Amalia –Mely se hacía llamar ahora-  demasiado joven para él cuidaba por algún dinero la limpieza de la iglesia, eran muchos en una familia humilde y toda ayuda era bien recibida.
Consciente de su escasa presencia, superando su timidez y confiando en la fuerza del dinero, parte heredado, parte de su trabajo,  y un tanto de la virtud de no gastar, habló con los padres de la muchacha y se concertó la boda.

     -Las penas con pan son menos -se repetía una y otra vez.

Ella, que nunca le amó, desarrolló una habilidad desconocida hasta entonces: manejar los dineros del viejo e iluso Fausto que a fin de no perderla, pagaba todo con resignación sin reparar en la magnitud de la quita. Tal  era su esperanza.

     -Algún día me querrá, es cuestión de tiempo.

     -¡Faus! –Que así le llamaba- iré algunos días a la ciudad, tengo que comprarme ropa.

     -¡Pero… si aun no has gastado la que tienes!

     -¡Anda no seas roñoso! No querrás que vaya siempre igual.

     -Yo, sólo me mudo los domingos.

     -No es lo mismo. ¡Adiós!

Pasó los días con sus campanas, engrasando yugos, ensayando vuelos, volteos y practicando nuevos repiques. Ella, en la ciudad, dejaba atrás su vida anterior de trabajo y necesidad, gozando de vicios caros en busca del amante ideal.

Efisio, apoyado en su cayado esperaba en el ribazo, frente a la iglesia el paso de las últimas ovejas conducidas por Bronco, el mastín.

     -Las llevaremos a Prado Alto, allí hay buen pasto -dijo como si Bronco pudiera entenderle.

Un golpe seco, como el de los fardos al caer en la era, cortó el monólogo. Al pie de la torre, sobre fondo rojo, confundido con la calzada de acceso, un cuerpo pequeño ajeno ya a cuanto pudiera suceder sentenció el nacimiento del día.

     -¡Es Fausto! ¡Es Fausto!

En la plaza, minutos antes, Mely con las mejillas encendidas y un brillo especial en la mirada recibía con excesivo afecto a un joven moreno, de ensortijado pelo que descendía del autobús.

     -¡Es mi primo! –contesto a la ausencia de preguntas.

 La Madre, Mauricia, San José y Concepción, repican hoy como ausentes, más tristes que en ningún otro duelo, mientras los vecinos, camino de la iglesia, comentan con un rictus de amargura como, desde la torre, se puede reconocer perfectamente  a los transeuntes de la plaza.

La onomástica de las campanas se corresponde con las de la torre izquierda de la Catedral de Burgos.
La torre, mudéjar pertenece a la iglesia de Arcos de la Llana (Burgos)

Mi agradecimiento a José Luis (Joselete) por sus atenciones en la iglesia de Arcos.

9 comentarios:

Merche Pallarés dijo...

Muy Delibesino tu relato. Estupendo. Besotes, M.

pancho dijo...

"¡Qué ingenuo era Faus! El tiempo consume el amor o lo serena cuando lo ha habido.

La Mely, buena pájara era.

La torre mudejar nada tiene que ver con las desventuras del pobre campanero.

Un abrazo

Asun dijo...

El pobre Faustino pensó que con dinero podría conquistar poco a poco el corazón de Mely, pero se equivocó. quedó atrapado en la red urdida por la joven y fue pasto del desamor.

Besos

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué relato más hermoso, Paco.
A mí me gusta oír las campanas en los pueblos y ciudades. Cada vez es más difícil.

Ele Bergón dijo...

!Ay el amor! No tiene remedio y la de cosas que se hacen en su nombre.

Me gusta mucho tu empiece donde se encierra todo el cuento.

Un abrazo

Luz

Por cierto en Pardilla todos los domingos las campanas tocan a misa y el campanero es mi vecino Pablo.
Me gusta su sonido

Abejita de la Vega dijo...

Me gustan las campanas, aunque toquen a misa y yo no vaya a ir. Y las que tienen nombre me gustan todavía más. ¡Pobre campanero el de tu cuento!

Tengo que visitar esa iglesia, con su arco mudéjar.

Un abrazo, Paco.

MIMOSA dijo...

¡Qué hermoso relato Paco! Dulce y a la vez amargo. El dolor paliado con un repicar.
Besos.

matrioska_verde dijo...

¡que relato tan bueno y tan triste!, una buena forma de contar cómo se aprovechan algunas personas de la bondad de corazón de otras.

no sabía que las campanas podían tener nombres, muy curioso.

biquiños,

Piedad dijo...
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