La torre de la iglesia dorada por el sol que comenzaba a despertar, altiva por la desproporción respecto a su entorno reflejo de glorias pasadas, parecía
amenazar a Efisio y su rebaño camino del monte cercano. Desde ella, el pueblo
se abría difuminado y borroso ante los ojos de Fausto, velados por lágrimas de
dolor e impotencia. Las ovejas sólo atentas a ramonear los brotes en las lindes
del camino, acompasaban su cansino avance al concierto de sus cencerros.
Era el representante último de una tradición
perdida, su padre y su abuelo voltearon y cuidaron también las campanas de la
torre, aunque solo él ganó el concurso provincial de repiques. La Madre, Mauricia, San José y
Concepción –tales son los nombres de las campanas- eran su mejor dedicación y
último consuelo. El campanario, frio y tenebroso su único refugio.
Amalia –Mely se hacía llamar ahora- demasiado joven para él cuidaba por algún
dinero la limpieza de la iglesia, eran muchos en una familia humilde y toda
ayuda era bien recibida.
Consciente de su escasa presencia, superando su
timidez y confiando en la fuerza del dinero, parte heredado, parte
de su trabajo, y un tanto de la virtud
de no gastar, habló con los padres de la muchacha y se concertó la boda.
-Las penas con pan son menos -se repetía una y otra
vez.
Ella, que nunca le amó, desarrolló una habilidad
desconocida hasta entonces: manejar los dineros del viejo e iluso Fausto que a
fin de no perderla, pagaba todo con resignación sin reparar en la magnitud de
la quita. Tal era su esperanza.
-Algún día me querrá, es cuestión de tiempo.
-¡Faus! –Que así le llamaba- iré algunos días a la
ciudad, tengo que comprarme ropa.
-¡Pero… si aun no has gastado la que tienes!
-¡Anda no seas roñoso! No querrás que vaya siempre
igual.
-Yo, sólo me mudo los domingos.
-No es lo mismo. ¡Adiós!
Pasó los días con sus campanas, engrasando yugos, ensayando
vuelos, volteos y practicando nuevos repiques. Ella, en la ciudad, dejaba atrás su vida anterior de trabajo y necesidad, gozando de
vicios caros en busca del amante ideal.
Efisio, apoyado en su cayado esperaba en el ribazo,
frente a la iglesia el paso de las últimas ovejas conducidas por Bronco, el
mastín.
-Las llevaremos a Prado Alto, allí hay buen pasto
-dijo como si Bronco pudiera entenderle.
Un golpe seco, como el de los fardos al caer en la
era, cortó el monólogo. Al pie de la torre, sobre fondo rojo, confundido con la
calzada de acceso, un cuerpo pequeño ajeno ya a cuanto pudiera suceder
sentenció el nacimiento del día.
-¡Es Fausto! ¡Es Fausto!
En la plaza, minutos antes, Mely con las mejillas
encendidas y un brillo especial en la mirada recibía con excesivo afecto a un
joven moreno, de ensortijado pelo que descendía del autobús.
-¡Es mi primo! –contesto a la ausencia de preguntas.
La Madre,
Mauricia, San José y Concepción, repican hoy como ausentes, más tristes que en
ningún otro duelo, mientras los vecinos, camino de la iglesia, comentan con un
rictus de amargura como, desde la torre, se puede reconocer perfectamente a los transeuntes de la plaza.
La onomástica de las campanas se corresponde con las
de la torre izquierda de la Catedral de Burgos.
La torre, mudéjar pertenece a
la iglesia de Arcos de la Llana (Burgos)
Mi agradecimiento a José Luis (Joselete) por sus atenciones en la iglesia de Arcos.
9 comentarios:
Muy Delibesino tu relato. Estupendo. Besotes, M.
"¡Qué ingenuo era Faus! El tiempo consume el amor o lo serena cuando lo ha habido.
La Mely, buena pájara era.
La torre mudejar nada tiene que ver con las desventuras del pobre campanero.
Un abrazo
El pobre Faustino pensó que con dinero podría conquistar poco a poco el corazón de Mely, pero se equivocó. quedó atrapado en la red urdida por la joven y fue pasto del desamor.
Besos
Qué relato más hermoso, Paco.
A mí me gusta oír las campanas en los pueblos y ciudades. Cada vez es más difícil.
!Ay el amor! No tiene remedio y la de cosas que se hacen en su nombre.
Me gusta mucho tu empiece donde se encierra todo el cuento.
Un abrazo
Luz
Por cierto en Pardilla todos los domingos las campanas tocan a misa y el campanero es mi vecino Pablo.
Me gusta su sonido
Me gustan las campanas, aunque toquen a misa y yo no vaya a ir. Y las que tienen nombre me gustan todavía más. ¡Pobre campanero el de tu cuento!
Tengo que visitar esa iglesia, con su arco mudéjar.
Un abrazo, Paco.
¡Qué hermoso relato Paco! Dulce y a la vez amargo. El dolor paliado con un repicar.
Besos.
¡que relato tan bueno y tan triste!, una buena forma de contar cómo se aprovechan algunas personas de la bondad de corazón de otras.
no sabía que las campanas podían tener nombres, muy curioso.
biquiños,
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