La figura de Sancho en El Quijote apócrifo, presenta
considerable transformación de manos de Avellaneda. Es si se quiere, como más natural,
como mas acorde con el entendimiento rústico que se le supone en la obra de
Cervantes, en la que gracias a la maestría del autor a pesar de encerrar en
muchas ocasiones pensamientos que no corresponde a su simplicidad, la
verosimilitud queda a salvo. Entre ambos Sanchos -puesto que de dos se trata-
viene a ocurrir, a mi juicio, algo así como lo que sucede cuando dos personas
cuentan un chiste: uno (Sancho cervantino) pretende ser gracioso y el otro sin
pretenderlo, lo es. Repito: es una opinión y se admiten lógicamente opiniones
en contra.
El Sancho de Avellaneda,
un tanto desastrado y tragón: ¿es posible, Sancho que no ha de auer
para tí guerra, conuersación ni passatiempo que no sea de cosas de comer?, es
un buen hombre, simple, y con pocas luces que resulta gracioso precisamente por
sus tonterías, sus razonamientos disparatados y su incomprensión a las insinuaciones de Bárbara la de la cuchillada. Desfigura palabras
que o son demasiado cultas para su entendimiento, o no conoce: desafortunios =
infortunios; castraleones = camaleones; disoluto = absoluto; desconveniente =
inconveniente; ave fétrix = ave fénix. O vulgarismos como San Belorge = San
Jorge. Por abundar algo más incluye en un alarde de erudición (Sancho dice
haber ayudado a Misa) despropósitos latinos no muy acordes al contexto de la conversación: gloria tibi Domine; fructus
ventris.
Dado que Avellaneda dota a Sancho de lo que podría definirse
como “gracia natural”, merece la pena al menos una ligera reflexión sobre la
celebración que de sus ocurrencias hacen personas calificadas de importantes
en la obra, que hoy puede parecernos pueril, pero situados en la época es
perfectamente verosímil porque en concepto de humor era absolutamente diferente
al de nuestros días. Para los principales que disfrutan con su conversación,
Sancho es un hombre zafio y tosco que divierte por ser quien es y como es. En
opinión de algunos estudiosos: "Sancho personifica el desprecio que
Avellaneda sentía por el ruralismo del pueblo español". Si así fuera -que bien
pudiera ser- he encontrado en estas observaciones una razón más para leer, contrastando con el auténtico, El Quijote apócrifo.
4 comentarios:
Esa es una de las claves de la lectura de Avellaneda: llevar a los personajes a su lado más simple.
Buenas noches, Paco Cuesta:
Veremos cómo va transcurriendo la lectura. La empatía que teníamos con los personajes auténticos, no se da, según vamos conociendo a los del apócrifo. Se busca, la risa fácil del lector, que casi es burla.
Vamos descubriendo la diferencia entre el autor del intento de desaguisado y la talla de escritor y persona de Cervantes.
Quizás, en el de Avellaneda, se reflejaba más fielmente la sociedad.
Abrazos
Sancho, tragón, sobre todo tragón, y simple, pero poniendo siempre el punto real y práctico: donde manda el amo se ata la burra, y Sancho no le replica al amo, salvo cuando no queda otro remedio.
Quizás tengas razón, pero a mí me parece que el autor era un gran conocedor del mundo rural, alguien que lo conoce de primera mano es difícil que no valore los trabajos de sol a sol y la escasa recompensa que obtenían y obtienen los campesinos por su trabajo.
Un abrazo.
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