Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

jueves, 16 de octubre de 2014

La figura de Sancho. El Quijote apócrifo, Alonso Fernández de Avellaneda


La figura de Sancho en El Quijote apócrifo, presenta considerable transformación de manos de Avellaneda. Es si se quiere, como más natural, como mas acorde con el entendimiento rústico que se le supone en la obra de Cervantes, en la que gracias a la maestría del autor a pesar de encerrar en muchas ocasiones pensamientos que no corresponde a su simplicidad, la verosimilitud queda a salvo. Entre ambos Sanchos -puesto que de dos se trata- viene a ocurrir, a mi juicio, algo así como lo que sucede cuando dos personas cuentan un chiste: uno (Sancho cervantino) pretende ser gracioso y el otro sin pretenderlo, lo es. Repito: es una opinión y se admiten lógicamente opiniones en contra.

El Sancho de Avellaneda,  un tanto desastrado y tragón: ¿es posible, Sancho que no ha de auer para tí guerra, conuersación ni passatiempo que no sea de cosas de comer?, es un buen hombre, simple, y con pocas luces que resulta gracioso precisamente por sus tonterías, sus razonamientos disparatados y su incomprensión a las  insinuaciones de Bárbara la de la cuchillada. Desfigura palabras que o son demasiado cultas para su entendimiento, o no conoce: desafortunios = infortunios; castraleones = camaleones; disoluto = absoluto; desconveniente = inconveniente; ave fétrix = ave fénix. O vulgarismos como San Belorge = San Jorge. Por abundar algo más incluye en un alarde de erudición (Sancho dice haber ayudado a Misa) despropósitos latinos no muy acordes al contexto de la conversación: gloria tibi Domine; fructus ventris.

Dado que Avellaneda dota a Sancho de lo que podría definirse como “gracia natural”, merece la pena al menos una ligera reflexión sobre la celebración  que de sus ocurrencias   hacen personas calificadas de importantes en la obra, que hoy puede parecernos pueril, pero situados en la época es perfectamente verosímil porque en concepto de humor era absolutamente diferente al de  nuestros días. Para los principales que disfrutan con su conversación, Sancho es un hombre zafio y tosco que divierte por ser quien es y como es. En opinión de algunos estudiosos: "Sancho personifica el desprecio que Avellaneda sentía por el ruralismo del pueblo español". Si así fuera -que bien pudiera ser- he encontrado en estas observaciones una razón más para leer, contrastando con el auténtico, El Quijote apócrifo.

4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esa es una de las claves de la lectura de Avellaneda: llevar a los personajes a su lado más simple.

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, Paco Cuesta:

Veremos cómo va transcurriendo la lectura. La empatía que teníamos con los personajes auténticos, no se da, según vamos conociendo a los del apócrifo. Se busca, la risa fácil del lector, que casi es burla.
Vamos descubriendo la diferencia entre el autor del intento de desaguisado y la talla de escritor y persona de Cervantes.
Quizás, en el de Avellaneda, se reflejaba más fielmente la sociedad.

Abrazos

la seña Carmen dijo...

Sancho, tragón, sobre todo tragón, y simple, pero poniendo siempre el punto real y práctico: donde manda el amo se ata la burra, y Sancho no le replica al amo, salvo cuando no queda otro remedio.

pancho dijo...

Quizás tengas razón, pero a mí me parece que el autor era un gran conocedor del mundo rural, alguien que lo conoce de primera mano es difícil que no valore los trabajos de sol a sol y la escasa recompensa que obtenían y obtienen los campesinos por su trabajo.
Un abrazo.