Cuando como lectores tomamos contacto con una
nueva novela, determinadas neuronas nuestras, sensibles al estímulo recibido se
interrelacionan para elaborar una respuesta sobre la información recibida. Tras
el correspondiente proceso, comenzamos a “fabricar” un concepto sobre la obra.
Dicho sin tanta parafernalia: empezamos a opinar centrados en un tema concreto.
Algo de todo esto debió acontecer tras la anterior entrada sobre Nada de Carmen Laforet y el complejo
proceso de resultados simples, se centró en la novela desde la perspectiva de
la narradora.
La imagen que proyecta Andrea narradora sobre
nosotros es la de un grupo de personas cuya vida es un infierno obligadas por
la escasez a convivir en el mismo espacio y cada una
con sus secretos que aumentan la discordia. Las relaciones humanas y en
definitiva su vida, son poco o nada gratificantes para el conjunto.
Andrea es narradora única, por lo que al
lector se le impone –excepción hecha de
sus propias conclusiones- un solo punto de vista: el de la inexperta
Andrea que recuerda y analiza situaciones de un pasado próximo, la mayor parte de
las impresiones, emociones o decepciones que recibimos son las suyas. También
lo es el concepto que tiene de las personas y del entorno en el que se mueve. Presenta
la casa, sujeto importante en la novela, como un mundo aparte sustentado en
principio por la bondad de una adorable viejecita (la abuela) que, en las
páginas finales resulta culpada por sus hijas del suicidio de Román.
-Le malcriaste. Recuerda que le malcriabas, mamá. Así ha terminado.
-Siempre fue usted injusta, mamá. Siempre prefirió usted a sus hijos
varones. ¿Se da cuenta de que tiene usted la culpa de este final?
-A nosotras no nos has querido nunca, mamá. Nos has despreciado. Nos
has humillado.
Con este diálogo sobrecogedor en torno a la
muerte de Román la narradora pone el énfasis en una madre demasiado indulgente
con sus hijos que enlaza con la visión
que Andrea transmite de la casa al comienzo de la
novela: un mundo anormal lleno de tensiones. De un lado podríamos pensar que el
inesperado mensaje puesto en boca de sus tías a las que apenas llega a conocer
se asienta en que generosidad y perdón mal entendidos pueden ser causa de la
decadencia de valores en la familia. De otro, que la introducción del suicidio
sea una pincelada romántica: una muerte por amor (o por despecho).
Andrea narradora no entra en análisis o valoraciones, hace madurar a Andrea narrada. Que pierda la ingenuidad inicial y oculte
datos no interesantes de su pasado. Es huérfana, pero nada dice de la muerte de sus
padres. De su estancia en Barcelona extrae la sabiduría del hambre y la pobreza. Llega desde un pequeño pueblo en
el que ha estado durante dos años. Ha cursado el bachillerato en un colegio de
monjas, donde ha permanecido durante casi toda la guerra. Andrea narrada, desde
un vacío desolador marcha en busca de una vida nueva, de liberación.
5 comentarios:
Excelente lección Paco. En efecto, la voz única se nos impone: además, es una voz que nos habla desde su presente, dominando todo lo que sabe, todo lo que dice y todo lo que calla de su pasado.
Después de haber leído todas tus entradas y este comentario de Pedro que me antecede ¿Qué puede decirte? más que ¡¡te felicito!!
Muy buen fin de semana, besos
Ya lo hemos dicho en estos comentarios, pero insistimos en que pese al título Andrea se llevo algo o mucho de su estancia en Barcelona y en aquella casa: la brutalidad de la vida cotidiana de aquellos años.
Tú párrafo final, resume toda la novela.
Buena síntesis
Un abrazo
Luz
Sólo vemos lo que Andrea ve. Y es más importante lo que calla que lo que dice.
Besos, Paco.
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