Estación Rosa de Lima (Burgos)
-Parte sí, pero todo… Todo, no.
Sabía
que el maldito despertador atrasaba
siete minutos y también que era más
eficaz en su misión si le programaba en buzzer; la función radio es menos
agresiva, propicia esos –como ocurriera hoy- intervalos de espera en posición
horizontal antes de levantarse oyendo sin prestar atención a lo que se oye. Tampoco
preparó el neceser, ni la ropa, pero, total son cuatro cosas -¡Para un día!
Lo
peor fue que el maldito bolso de cabina se empeñaba en no aparecer y no quería
llevar el trolley. -¡Es un trasto!
-Llamaré a un taxi. Mejor lo tomo abajo. Esta
calle es muy céntrica, en el tiempo de llamar termino de vestirme.
-Todo, no. Todo no puede ser culpa mía. ¿Dónde
diablos están hoy los taxis?
-¡Por fin! ¡Taxi! ¡Taxi!... A la estación de
ferrocarril ¡rápido!
-No se preocupe llegaremos.
No
quería echar leña al fuego, y calló. Habría ido mejor por el bulevar.
Seguramente intentaba alargar el trayecto, lo que les importa a estos es que el
taxímetro suba. Tenía claro que no llegaba a tiempo. Por el billete no había de
preocuparse, tenía un abono mensual.
El
taxi inesperadamente paró. La maraña boscosa, a veces no nos deja ver los
árboles.
-Ya estamos. Por el bulevar hubiéramos pillado
obras. Son cuatro cincuenta.
-Quédese
el cambio. ¡Gracias!
-A usted. ¡Buen viaje!
Al
fin los obstáculos se habían salvado, le sobraban tres minutos, la culpa fue
del agitado día anterior. Lo del “mal de ojo” es una tontería, pero las fuerzas del sino le
había sido adversas, no hay duda. Haría el trayecto leyendo, Nada estaba allí desde la semana pasada.
Tendría tiempo sobrado para terminar la lectura.
-¡El móvil! ¡Me he dejado el móvil! ¡Mejor!
Bien pensado hace unos años no sabíamos que existía y vivíamos igual. De
cualquier modo ya no tiene solución.
Por
megafonía anunciaron la salida y el reptil mecánico presto a la orden, primero
lentamente, luego a gran velocidad comenzó a deslizarse disciplinado por el
camino paralelo que le habían marcado. Asociación de ideas. El tren de Andrea, era con seguridad,
menos rápido y más ruidoso, pensó en Nada, en Andrea, en
los obstáculos que tras abandonar la estación salieron al
encuentro de la protagonista.
Moral represiva
La iniciación de una muchacha que
llega a la gran ciudad con dieciocho años resulta un tanto desesperante. Tía
Angustias aparece
dispuesta a exigir un cumplimiento escrupuloso de sus órdenes y a controlar los
movimientos de Andrea. Esta mujer frustrada ve en la ciudad un infierno del que
ella debe salvar a su sobrina Representa la moral represiva, el orden
disciplinario, pero también la falsa moralidad de la sociedad biempensante. Cuando
tía Angustias decide marcharse, Andrea ve su liberación.
Hambre
Provocado en gran parte por su
proceder infantil e inmaduro, el
hambre, atroz que padece en la segunda parte llega a desequilibrar a Andrea no
solo por el problema físico de la inanición; psicológicamente, su penuria
contrasta con la abundancia de la familia de Ena y el derroche de la fiesta de
Pons. Las dos situaciones conjuntadas llegan a convertirse en obstáculo
insufrible.
Desengaños
Andrea siente asco cuando Gerardo importuno y
paternalista, con quien se había citado, no pierde la
oportunidad de besarla. Pons compañero de universidad, le sirve de enlace con un grupo de jóvenes
bohemios que se reúnen en el estudio de Guíxols; le proporciona la sugestión de
un cortejo invitándole a un baile para, en el mismo, rodeado de gente de su clase, ignorarla tal vez por su
pobreza, por su aspecto. A este nuevo obstáculo
de la decepción amorosa, se
suman la relación de Ena con Román y la de este con la madre de Ena. Andrea vaga a la deriva
por los empujes que reciba de una y otra parte.
El
tren acortaba distancias difuminando paisajes y objetos en razón directa a su
velocidad. La mañana era fresca, la ventanilla lloraba las diferencias de
temperatura. En estas meditaciones se le había ido parte del trayecto, sacó el
marca páginas de su alojamiento: Tercera parte.
–Me dará tiempo a terminar la novela –pensó.
“Cuando estuvimos frente a frente en
el café, en el momento de sentarnos, aún era yo la criatura encogida y amargada
a quien le habían roto un sueño. Luego me fue invadiendo el deseo de oír lo que
la madre de Ena, de un momento a otro, iba a decirme. Me olvidé de mí, y al fin
encontré la paz”.
Andrea
está ya cansada de vivir entre los dos
mundos en que se había convertido su vida. Ha traspasado el umbral de la
inocencia, empieza a comprender, a moderar sus entusiasmos.
“El aire de la mañana estimulaba. El suelo aparecía
mojado con el rocío de la noche. Antes de entrar en el auto alcé los ojos hacia
la casa en la que había vivido un año. Los primeros rayos de sol chocaban
contra sus ventanas. Unos momentos después, la calle Aribau y Barcelona entera
quedaban detrás de mí”.
Sumido
en estas reflexiones el viajero apenas se percató de como el sol de la mañana
reflejado en la pérgola de la estación,
parecía hacer guiños de cita al reptil mecánico que
supuestamente halagado por ello o por otra perentoria necesidad iba
disminuyendo su marcha. Solo cuando se detuvo devolvió Nada a su lugar en el bolso y se dirigió a la cafetería.
-Un café con leche y un croissant, ¡Por favor!
3 comentarios:
la vida como obstáculos, a veces como la vivencia que uno tiene de eso que le parecen obstáculos.
Qué buena forma de introducirnos en los temas esenciales, el núcleo duro de la novela.
Es la primera vez que contemplo una foto atractiva de la antipática estación de tren burgalesa, pobre Rosa de Lima.
Andrea no puede de dejar de pensar en su pobre aspecto, no se lo permiten. El sol saluda su partida, no se lleva nada o al menos eso cree ella.
Andrea quiere ser libre, se va.
Tu viaje nos lleva al viaje de Andrea.
Cerramos el libro. Alguien se preguntó cómo puede llamarse así un libro que contiene tanto y tan bueno. Tenía razón.
Besos, Paco.
Me ha encantado la claridad de tu exposición.
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